lunes, 23 de julio de 2018

Una voz que cuenta - sobre la película "A voix haute"






En cualquier lugar, la manera de hablar, no sólo lo que decimos sino también el cómo lo decimos, cuenta. En los dos sentidos: es tomada en cuenta y dice algo de nosotros. Nos revela y, en ocasiones, determina la imagen que otros pueden tener de nosotros. En todas partes es así. No importa cuales sean las lenguas en presencia. 

En Francia, existen múltiples formas de hablar. Existen acentos regionales. Muchas veces esos acentos son el hazme reír de quienes hablan un francés considerado como neutro (una expresión extraña, tramposa). Como también el acento parisino cuando es popular, es objeto de burlas. Acá, allá, se tiene conciencia de esto: la lengua es un arma, se domina a través de la lengua y es posible a través de un modo de hablar, de una simple entonación, humillar al otro, hacerle sentir todo el peso de una relación desigual. En Francia, en los últimos sesenta, setenta años, ese carácter crucial del lenguaje se ha ido complejizando tras las sucesivas inmigraciones. Así, en las afueras de París, en los suburbios periféricos, se habla un idioma propio. La lengua de los suburbios. Una lengua que no está uniformizada, que no es homogénea, que se modifica permanentemente y que tiene sus palabras, su sintaxis, sus formas, sus razones de ser, su historia. Una historia marcada por distintos hechos de violencia. Quienes hablan esa lengua en otros escenarios que no son los suburbios se exponen, muchas veces, al desprecio. Y esa fue una experiencia que conoció personalmente Stéphane de Freitas, autor, realizador de la película “A voix haute” (2017). En voz alta. En voz alta y no exactamente De viva voz. Porque de lo que se trata es de atreverse, de tomar la palabra. Hacerlo fuerte, que todos escuchen. Hacerlo claro, que todos entiendan. 

Sin embargo, la película de Stéphane de Freitas no habla de su trayectoria, o más bien la integra sin decirlo, siguiendo a otros, retratando a otros porque la suya es historia de muchos y de gran actualidad. Por eso mismo, tuvo la idea de crear un programa llamado Eloquentia, dirigido a jóvenes de los suburbios parisinos. Jóvenes del departamento 93, Seine-Saint-Denis. Un programa dedicado a la oratoria. Un concurso de elocuencia, en el cual, después de haber trabajado distintas formas de expresión oral, los postulantes eligen la forma en que se sienten más cómodos. Si bien el concurso está dirigido a todos los jóvenes de 18 a 30 años que quieran participar, los estudiantes inscritos en la universidad de Seine-Saint-Denis, Paris 8, pueden beneficiar de una formación. Esa formación se imparte desde el año 2013. Dura seis semanas y participan distintos profesionales de la palabra. Entre ellos, un abogado, profesor de derecho y de retórica en las mejores y más selectas universidades francesas. Una actriz. Un profesor de slam, esta parte interesa (el slam, como el rap, y otras modalidades de la poesía crecida en las periferias urbanas, son acá integradas, valoradas). 

La película “A voix haute. La fuerza de la palabra” registra lo que fue el concurso del año 2015, desde la inscripción de los jóvenes, hasta la final del concurso, pasando por toda la formación y con algunos retratos más personales. En total armonía con el propósito del concurso y, sobre todo, de la formación, el documental da la palabra. Permite que escuchemos la voz –las historias, muy duras en algunos casos– de esos jóvenes a menudo estigmatizados, despreciados, pasados a llevar. Acá, ellos son los que aprenden pero también los que enseñan. De toda esta experiencia, de los intercambios entre chicos y profesores, y entre los jóvenes, se nutre la película que nos deja… sin poder articular palabra. Porque de pronto queda claro que basta con que alguien sueñe algo lindo, algo bueno, y se encuentre con las personas adecuadas en el momento adecuado, y entonces ahí donde solo había sufrimiento, empieza a haber otra cosa. Encuentro. Vinculo. Esperanza.  Mundo-mejor-aquí-y-ahora.


Antonia García C.


* Se puede ver “A voix haute” subtitulada en castellano, en Santiago de Chile, Instituto francés, el miércoles 1 de agosto, 19.00 h. Francisco Noguera 176, Providencia, (+ 56) 2 3221 0910 - contacto@institutofrances.cl

Mientras se trabaja en la posibilidad de difundir y trabajar con la película en Argentina… se puede ver una versión no subtitulada. Nótese: una primera versión fue presentada en internet, luego en la televisión francesa; luego se hizo una versión más larga para el cine seleccionada en el festival de Cannes 2018. VER PELICULA EN FRANCÉS

domingo, 22 de julio de 2018

Otras perspectivas

A modo de preámbulo, invito a los lectores que no están familiarizados con el trabajo del artista Johann Le Guillerm a prestar atención a ese nombre y a la obra. Una obra extraña, inclasificable, que tiende un hilo entre mundos que nada parecieran tener en común y se ubica ahí, en equilibrio, para ir de uno a otro. Se trata de una invitación a transitar. A no quedarse con lo que conocemos. De ser capaces, de pronto, de mirar el mundo, y cada cosa en este mundo, desde otro lugar (cf. documental subtitulado en castellano, producido por Canal Encuentro).

Antonia García C.

viernes, 20 de julio de 2018

Las pequeñas cosas


Hace un par de años, estuve en la agobiante tarea de buscar un departamento para arrendar. Destaco agobiante porque me tomó varios meses de frustrantes recorridos. Tenía cierta claridad de lo que quería, de los puntos en los que estaba dispuesta a ceder y los que no. Así, finalmente llegué al lugar donde resido ahora. En la primera y única visita, observé varios aspectos que me eran relevantes y, en términos generales, el lugar cumplía con lo que requería. Sin embargo, decidir firmar un contrato que no podía ser menor a un año no es una resolución tan fácil de asumir y estaba algo dubitativa. De pronto, miré las pantallas de las luces instaladas sobre el mesón de la cocina y ¡eran de mi color favorito!: naranjo. En ese minuto, sentí que ya no había nada más que pensar. Ahí quería instalarme.

Si bien eran varios los puntos favorables para concretar el alquiler, estoy convencida de que ese último detalle fue el detonador definitivo. Una vez que me imaginé tomando desayuno ahí, ya no había vuelta atrás. Y hoy, justamente con mi café de la mañana, las miré y me pregunté sobre cómo las pequeñas cosas de pronto son las que nos conducen a las decisiones grandes: qué estudiar, dónde y en qué trabajar, casarse, tener hijos, no tenerlos, tener gato. Hay muchos eventos en la vida que uno considera y reconsidera durante horas, durante días. Y otros, que ocurren luego de una ilusión de un segundo que nos ilumina por completo. Un delirio tan pequeño e insignificante que uno ni siquiera se atreve a contarlo, pues sería motivo de mofa. “¡Miren que quedarse con un departamento porque la lámpara era naranja!” Suena mucho más sensato explicar: “Lo que me gustó fue el espacio para instalar la lavadora.” 

Estas simples cosas son lo que da real razón de ser a nuestra vida. Son las que provienen de nuestro ser más íntimo. Cuando vamos a comer a algún lado, no pensamos en que tenemos que alimentarnos. Leemos el menú, observamos el entorno, si la decoración nos sugiere algo, si nos insinúa un momento de regocijo que queremos vivir. Quizás nos recuerda una escena de película que nos marcó y sentarnos en una de esas mesas nos hace sentir que somos ese protagonista con el cual compartíamos las mismas interrogantes, o la misma soledad, o la misma esperanza. Y así ocurren empecinamientos tan intolerables para los padres como el adolescente que no quiere botar su polera vieja, aun cuando tiene el ropero lleno de nuevas. No se la saca nunca. No le importa cuán deslucida y desteñida esté. La usó para ese concierto que tanto había esperado y en esa fiesta en la que conoció a esa chica tan especial. En esa polera, es él en plenitud. En ella, se reconoce a sí mismo porque en ella vivió sus momentos esenciales.  

Nos movemos más de lo que creemos impulsados por estos inexplicables antojos. La gran mayoría de las veces no nos damos cuenta y la verdad es que debiéramos prestarles más atención; pues nos revelaríamos de manera mucho más armoniosa. Yo estudié una primera carrera que no me gustó. Una opción que tomé después de meses de encontrar muchos argumentos para ello. Años después estudié una segunda carrera. La idea se me ocurrió un día en la tarde y la mañana siguiente estaba inscrita. Y resultó que ésa era mi vocación. Pero no recuerdo en este caso cuál fue la inspiración y lo lamento. Pues si desmenuzáramos más esos absurdos a los que les hacemos caso, quizás resolveríamos muchas de nuestras incógnitas y descubriríamos que todo era más fácil, que el dolor no había sido tanto. ¿Acaso alguien recuerda su primera vacuna si después lo llevaron a comer un pastel?



Valeria Matus