A mi madre no le gustaba su nombre. Alguna vez,
siendo niña, juntó coraje y se lo planteó a su padre. Mucho tiempo después,
Brígida contó la escena.
Alto, desgarbado, manos finas,
padre, no puedo olvidar tu tez cetrina.
Recuerdo tu dulzura cuando niña,
anudando ternura y rubias trenzas.
Tu nombre es y será ternura,
me dijiste, sentándome en tus faldas.
No habrá quien no te quiera, y me sacabas
el rouge de las mejillas cándidas
Siguió sin gustarle, y ya de grande le buscó la
vuelta. “Brigitte”, cuando la
Bardot estaba de moda, luego fue “Brigi”, que se pronunciaba
“Briyi” y que derivó en “Briyis” para los más cercanos, y más tarde en “Gigi”,
como la conocieron sus nietos. Mudanzas todas que no cambiaron lo esencial
pues, como la diosa celta a la que debía el nombre, Brígida alimentó el fuego
de la inspiración y las letras. Leyó mucho, al igual que su padre y sus
hermanos, y como ellos también escribió algunas cosas. Semblanzas de una
infancia que no fue fácil pero que, en su voz, se vuelve dulce.
Tres cuadras para arriba,
tres cuadras para abajo,
ida y vuelta cada tarde
como una letanía,
y los hermanos tras los
árboles espiando,
y contando luego lo que
sus hermanas hacían.
¡Qué gracia nos causaban,
su seguirnos, su osadía!
En la pieza angosta, en
la pieza chica
no tan pequeña ya, junto
a la madre
dormíamos, jugábamos
unidos y
apretados como un haz de
trigo.
Eso era en los duros tiempos del hambre. Cebolla, aceite, sal y
esencias. Fue la comida del amor que nos hermanaba.
Y el pan con manteca tan
dorado, caliente en largas marraquetas, o los
churrascos, los mejores, hechos en el pequeño braserito al pie de la escalera.
“Apretados como un haz de trigo (en) los duros
tiempos del hambre”, y sin embargo…
El carnaval más lindo que tuvimos era un patio largo lleno de agua,
tapada la rejilla; los hermanos y la mamá jugando a que la vida era alegre, una
eterna maravilla.
En el hall de mosaicos
blancos, negros; paredes verdes al aceite donde aprendimos los primeros palos,
las primeras letras, me veo como ayer un día de Reyes, mirando al aparadorcito,
la camita de un juego de dormitorio tan celeste. Y en la noche anterior junto a
la madre y los hermanos preparar el pastito, los zapatos, el pesebre donde el
niño Dios dormía esperando amanecer con un juguete. También la imagen vuelve,
todos parados arriba de la mesa, con los regalos, de vestidos, de zapatitos,
que mi madre nos probaba, nos ponía, nos sacaba con alegría de recién nacidos.
Antes, cuando los padres aún estaban juntos, habían
vivido en una casa más espaciosa:
Escalones altos que
llevaban parecía al cielo, y Vos traviesa, pelito corto, dientes de conejo, te
escapabas a trasponer las líneas que te llevaban con tu hermano a la libertad
soñada de una puerta de calle; tu meta acariciada.
Ay, Rafael,
Rafael, cantábamos tras la celosía de la puerta ventana;
y el viejo enojado se volvía.
Nosotros,
pánico y risa,
escapábamos.
La veo como hoy y como siempre, cancel antigua y un largo corredor lleno
de piezas de techos altos, paredes viejas. Allí jugamos nuestra infancia en
aquella terraza de color rojizo, corriendo de punta a punta, con los frazadas
tiradas por el piso, pellizcando el patay que se soleaba, mirando por la
claraboya de color verdoso, o cambiando juguetes con la vecinita a cambio de
unos higos verdes.
Y el padre a veces contando historias de luces malas en el campo; y de
que él retornaría con el tiempo convertido en árbol.
Esa y otras historias del padre poeta, como un árbol
de versos que buscaría siempre fuera y dentro de sí.
Te recuerdo padre, Padre
Poema,
dulces palabras dichas
con voz tierna,
baja, queda.
Quizá fue poco, nada;
quién decirlo pudiera;
pero calaron hondo en mi
piel, en mi cabeza,
y hoy te evoco con
corazón de niña,
y elevo un rezo, una
plegaria,
brindo con vino y rosas
por el recuerdo de cuando
fui niña.
Padre amado dónde estás...
Te he esperado tanto, te he buscado tanto
aún sabiendo y sin saber que estás en lo más alto de mí.
En cada pequeña canción, en los poemas,
en los poetas a los que amo tanto.
Porque amo los silencios y la noche
y recuerdo siempre tu bohemia y tu melancolía,
y en ese tu sentir
y en este mi permanente recuerdo
es que seguiré amando en silencio,
calladamente, cada cosa que te recuerde,
porque de Vos aprendí la ternura.
Pienso en el padre, en el poeta cada día.
Eusebio, el poeta, sembró palabras, pero Olga, la
madre, fue el pilar que les dio cimientos firmes a los hijos.
Hay tanto resplandor en
tu blancura, tanta mudez, tan larga espera, que si uno comienza a reconstruir
al correr de la pluma lo que quiere decir el sentimiento, es como si te
manchara, te ultrajara, porque estas líneas están llenas de tu ternura. Madre, derrama tu mágica luz por las mañanas.
Desde allí, desde ese rincón quiso modificar su mundo.
Derribar paredes..., comprar muebles pequeños, manteles de hilo....,
tener la grande y hermosa cocina circular.
El espacioso living para que todo el que la visitara se hallara bien.
Hoy sigue como entonces, en la pequeña silla de la penitencia.
Ojalá siempre continué allí.
Su corazón nos alberga a todos.
Llegaría el amor, y con el amor los hijos, la
familia, la casa abierta a los amigos, a los compañeros y a la alegría.
Pórtate bien, te digo
y tú sonríes...
Pórtate bien, repito
y tú me miras.
Quisiera estar segura
mi querido...
que te portes bien
porque lo quieres,
y también...
porque a veces
te lo pido.
Tú me ofreciste el pan,
la mesa compartida,
(la suma del amor hecha plegaria),
el llanto de los niños,
tu beso en mi mejilla,
y para siempre el calor
de tus benditas manos,
acariciando el nácar
de mi piel dormida.
Será el amor que llenará mis días,
agobio y alegría...
Tú estarás siempre en mí
volviendo cada día.
Vendrían los tiempos sombríos y, años más
tarde, Brigi retrataría la luz y el sacrificio de Pablo, su hermano asesinado.
Y estarás siempre en mi memoria cuando el aire se llene de guitarras. Cuando
miro el sol, lo evoco y veo su sonrisa amada. Iluminando el tiempo en que vivió
y se dio a tantos por tan poco, mi querido hermano.
Pasaron los días, las inclemencias pasaron, y
ella siguió escribiendo. Y preguntando…
Te busco Dios cada mañana
en la tibieza del sol de mi ventana.
Te busco en mi rosal florido,
hallándote en mi pena adormecido.
Hace algunos días, Brígida partió hacia el
misterio. Se fue serena, tal como vivió o quiso vivir, sin apenas molestar a
nadie. Tenía razón su padre: su nombre es y será ternura. Brigi hizo el resto.
No hay quien no te quiera.
Tu hijo Carlos