lunes, 27 de noviembre de 2017

Un acto de generosidad



Marisol fue quien me enseñó a andar en bicicleta. Yo tenía nueve años y ella alrededor de doce. Era hija de una amiga de mi madre y en alguna visita, me entretuvo enseñándome a andar sobre dos ruedas. Daba vueltas en el patio, alrededor de un árbol y ella me sostenía del asiento caminando rápido al lado mío. Horas. De repente, sin previo aviso, me soltó y ahí me di cuenta que ya podía hacerlo sola. 

Esa imagen de una niña ayudando, enseñando, acompañando a otra, me parece hoy casi inverosímil. Es cierto que eran tiempos más inocentes. Por ello, también menos calculadores. La actual máxima de ser eficientes ha hecho que vemos a cada vez más personas actuar bajo el impulso de la ganancia. Lo que puede ser positivo en niveles industriales. En un momento de tanto derroche, desde luego que combatir el desperdicio se ha vuelto algo imprescindible. Pero la motivación humana es otro asunto. Y aunque en la vida solemos hacer balances e incluso concluir que salimos perdiendo, cuando nos nace un afecto genuino, el interés es justamente lo único que no importa. De lo contrario, no habrían existido ni los héroes, ni los santos. 

¿Qué ganaba Marisol con pasar horas conmigo mientras era yo quien se divertía con la bicicleta? Probablemente nada. Una muchacha que tenía en su pieza posters con galanes de los 80´debe de haber tenido mucho mejores panoramas que amenizar la tarde de una niña que aún se conmovía con Candy. Pero los seres generosos -que por fortuna aún existen- saben que más allá de todas las fórmulas, existe una dimensión sensible en que dos más dos sí puede dar más que cuatro.


Valeria Matus

martes, 14 de noviembre de 2017

Nosotros


Danilo nunca decía “yo”, siempre hablaba de “nosotros”, fue una de las aseveraciones más sobrecogedoras que escuché en el pasado doble lanzamiento de libro de Antonia García Castro: Escribe de nuevo antes de volver”, una obra de teatro sobre el exilio y “Danilo, el hacedor de papelógrafos”, dedicado a uno de los fundadores de la Brigada Ramona Parra.

Por tratarse de dos libros, la actividad estuvo dividida en dos partes. La primera incluyó una interpretación sobre el tema de tener que partir. El monólogo de una niña que debe despedirse: de sus abuelos, de sus primos, de su colegio, de sus amigos. Una madre que tiene palabras guardadas dentro de un baúl y de pronto las saca todas juntas: separación, despedirse, otro país. La segunda, sobre un hombre –Danilo– esencial en la historia del muralismo chileno y el compromiso político. 

Creo poder tener la certeza que todos los que estaban en la sala nos sentimos interpretados en ambas narraciones. Estas historias distintas, con sus propias interrogantes, definiciones y resoluciones eran al mismo tiempo nuestra historia. Nuestra existencia individual –maravillosa, única– estaba de pronto retratada tras las presentaciones, la puesta en escena, las citas, el público mismo. Y si estábamos reunidos ahí no era sólo por intereses o afectos, sino que porque nunca hemos dejado de preguntarnos e intentar responder y porque ciertos libros, ciertas canciones, ciertas pinturas, nos han conmovido de la misma manera en las mismas ocasiones y por las mismas razones.

Aunque se habló de dolor, de desgarros, de pérdidas, el pasado miércoles fue una tarde feliz. Porque nos sentimos ser nosotros. Compartiendo desolaciones, pero también acompañándonos en ese momento en que cada uno pudo ver que no estaba solo, que no está al margen, que no es aparte. Que aunque se nos ha convencido que cada cual debe hacerse cargo a diario de su propio peso como mejor pueda, existen esos instantes en que se produce una reminiscencia común, una complicidad compartida, en suma, una esperanza, que nos recuerda que los que somos, los que fuimos, seguimos estando juntos, participando juntos.


Valeria Matus



* La presentación tuvo lugar el 8 de noviembre en la Maestra de Vida (Stgo. de Chile).

Música y letra para el que se sienta convocado