lunes, 10 de abril de 2023

Por la magia de su risa...

      

     En su ensayo “Política y tragedia: Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo”, Eduardo Rinesi sostiene que hay política cuando alguien “puede instalarse en el corazón de un presente dislocado y “fuera de quicio” para reinventarlo como presente revolucionario, y ese trabajo es, antes que ninguna otra cosa, un trabajo con el tiempo, con los múltiples tiempos que componen el Tiempo”. Como se ve, no es una tarea que cualquiera que se diga “político” puede acometer así sin más.

 Siguiendo esta idea, quisiera postular que también hay arte cuando un creador –en este caso una creadora- es capaz de instalarse en el corazón de un presente vulgarizado y banal para reinventarlo como un instante donde habita la belleza, y su fulgor preside ese tiempo y todos los demás momentos que componen el Tiempo. El cine, como dijera Tarkovski, pretende “esculpir en el tiempo” y muchas veces lo logra merced al trabajo de actrices y actores en verdadero estado de gracia.

No vamos a ponernos exhaustivos en la enumeración de aquellas y aquellos que en las pantallas dejaron una estela luminosa que permanece en nosotros como en un ensueño. Y no lo haremos porque sólo nos interesa hablar de Juliette Binoche, la creadora de tantas interpretaciones sublimes que han dejado una huella en los múltiples tiempos en que hemos sido sus contemporáneos, dichosos siempre de poder disfrutarla en cada uno de sus papeles.

Y es que a medida que hemos aprendido a ser mejores espectadores y a estar más atentos a la aparición de ese resplandor único que quedará esculpido en el Tiempo –así, con mayúscula–, más difícil nos parece que debió haber sido la labor que hizo La Binoche para superarse a sí misma y dejar “jirones de su vida” (por usar una expresión que aquí en el Sur está cargada de “política y tragedia”) en la composición exquisita de personajes que revolucionaron nuestras emociones y pensamientos.

Tampoco haremos ninguna lista de películas escogidas pues seríamos injustos con el gusto de cada quien, esa “forma superior del juicio, quizás la más encumbrada, aunque íntima, y acaso inconsciente”. Además, todas y todos sabemos de qué manera hemos sido alcanzados por el modo en que ella supo tocarnos con una mirada o un gesto, o por la magia de su risa, la más maravillosa del cine. La risa de una mujer bien terrenal que suena como la música de una diosa.

 

Carlos Semorile