lunes, 25 de julio de 2022

Sobre el arte y la manera de escribir

“A usted le sorprende que lea al viejo Börne. Todavía no he conocido a un solo alemán que lo lea. (…) ¿Sabe lo que me preocupa? Estoy molesta con el arte y la manera que se tiene de escribir artículos en el partido. Todo es tan convencional, tan rígido, tan estereotipado. La resonancia de las palabras de Börne parece venir de otro mundo. Ya lo sé. El mundo ha cambiado. A nuevos tiempos, nuevas canciones. Pero, precisamente,  “canciones”; estos garabatos no son canciones, sino un zumbido incoloro y sordo como el ruido de la rueda de una máquina. Creo que la causa radica en que, en su mayoría, la gente olvida cuando escribe buscar en lo más hondo de sí misma y sentir la importancia y toda la verdad de la cosa escrita. Yo creo que cada vez, cada día, en cada artículo, se debe revivir la cosa, volver a sentirla, y entonces se encuentran palabras nuevas que van derecho al corazón para expresar lo que se conoce desde hace mucho. Pero es tan fácil acostumbrarse a una verdad que repite como un Padre Nuestro las cosas más profundas y sublimes. He decidido no dejar jamás de entusiasmarme por la cosa escrita y buscar en mí misma cada vez que escriba. Y es por eso que de vez en cuando leo al viejo Börne, porque me recuerda fielmente mi propósito”.   

 

R. L. Carta a Robert Seidel, 23 de junio de 1898

 

* traducido de la versión francesa (Commencer à vivre humainement, lettres de Rosa Luxemburg présentées et réunies par Julien  Chuzeville, Paris, Libertalia, 2022)

 

 

domingo, 10 de julio de 2022

Fragmento de lectura - Mal de escuela

“Es verdad, entre nosotros está mal visto hablar de amor en materia de enseñanza. Intentadlo y veréis, es como mencionar la soga en casa del ahorcado.

Más vale recurrir a la metáfora para describir el tipo de amor que anima a la señorita G., a Nicole H., a los profesores de los que he hablado a lo largo de todas estas páginas, a la mayoría de los que me invitan a sus clases y a todos los infatigables a quienes no conozco.

Metáfora, pues.

Una metáfora alada en este caso.

Vercors, una vez más.

Una mañana del pasado septiembre.

Los primeros días de septiembre.

Me dormí tarde sobre una página cualquiera de este libro. Despierto con prisas para proseguir. Me dispongo a saltar de la cama pero un sutil estruendo me detiene. Pían alrededor de la casa. Un piar innumerable, intenso y, a la vez, de lo más tenue. ¡Ah, sí, la partida de las golondrinas! Cada año, hacia la misma fecha, se dan cita en el tendido eléctrico. Campos y bordes de carretera se cubren de partituras, como en un cromo barato. Se disponen a emigrar. Es el estruendo del encuentro. Las que todavía revolotean por el cielo piden autorización para alinearse con las que se han posado ya en su hilo, muy estremecidas por el deseo de horizontes. ¡Espabilad, vamos allá! ¡Enseguida, enseguida! Vuelan a toda velocidad. Llegan del norte en batallones hitchcockianos, rumbo al sur. Precisamente, la orientación de nuestro dormitorio: norte, sur. Un tragaluz al norte, una doble ventana al sur. Y cada año el mismo drama: engañadas por la transparencia de esas ventanas alineadas, un buen número de golondrinas van a estrellarse contra el tragaluz. Nada de escritura esta mañana, pues. Abro el tragaluz del norte y la doble ventana del sur, me meto de nuevo en la cama y nos pasamos toda la mañana mirando las escuadrillas de golondrinas que atraviesan nuestra choza, silenciosas de pronto, intimidadas tal vez por esas dos personas acostadas que les pasan revista. Solo que, a un lado y otro de la doble ventana, dos estrechos postigos verticales permanecen cerrados. Es grande el espacio entre ambos postigos, bastante para dar paso a todos los pájaros del cielo. Y sin embargo nunca falla, ¡tres o cuatro de aquellos idiotas se la pegan siempre contra los postigos! Es nuestra proporción de zoquetes. Nuestras nulidades. No están en la línea, no siguen el camino recto, retozan al margen. Resultado: postigo. ¡Ploc! Caída en la alfombra. Entonces uno de los dos se levanta, toma la golondrina atontada en la palma de su mano —no pesan nada, esos huesos llenos de viento—, aguarda a que despierte y la manda a reunirse con sus compañeras. La resucitada emprende el vuelo, un poco sonada aún, zigzagueando por el espacio recuperado, luego se dirige directamente hacia el sur y desaparece camino de su porvenir.

Ya está, mi metáfora tendrá el valor que tenga, pero a eso se parece el amor en materia de enseñanza, cuando nuestros alumnos vuelan como pájaros enloquecidos. A eso consagran su existencia la señorita G. o Nicole H.: a sacar del coma escolar a una sarta de golondrinas estrelladas. No lo consiguen siempre, a veces se fracasa al trazar un camino, algunos no despiertan, se quedan en la alfombra o se rompen la cabeza contra el siguiente cristal; estos permanecen en nuestra conciencia como esos agujeros de remordimiento, donde descansan las golondrinas muertas al fondo de nuestro jardín; pero lo probamos siempre, al menos lo habremos probado. Son nuestros alumnos. Las cuestiones de simpatía o antipatía hacia uno u otro (¡cuestiones del todo reales, sin embargo!) no se toman en cuenta. Habría que ser muy listo para poder decir cuál era el grado de nuestros sentimientos hacia ellos. No se trata de ese amor. Una golondrina aturdida es una golondrina que hay que reanimar; punto final”.

  

Daniel Pennac, Mal de escuela

 

martes, 5 de julio de 2022

Formas de esperar

Hace ya muchos años, un amigo me hizo notar lo lindo que era decir en castellano “yo te espero”. Te espero. En su idioma se decía diferente. Y según él en esto de esperar a alguien –que no es cualquiera– se jugaban bellas ilusiones. Yo te espero. Confío en que vendrás. Me había olvidado de esos intercambios y otro amigo me los hizo recordar. Este amigo es un hombre paciente, risueño, de gran ternura, y vive de cara al mar. Se mudó hace poco y suele frecuentar un puestito al aire libre donde sirven bebidas y algo de comer. Sándwiches sobre todo. Incluso una variedad que disfrutamos mucho los chilenos. Una variedad que a su vez admite muchas posibilidades. Cada cual tiene sus preferencias y pide su “sanguchito” así o asá. Hace poco este amigo se dio por enterado de mis preferencias en este terreno tan importante que tiene que ver con las cosas que nos son inaccesibles cuando estamos lejos. Lejos de ese mar. (Cerca de otro). El asunto es que, desde entonces, mi amigo tomó la decisión de pedir ese sanguchito tal como lo pediría yo si estuviera ahí. Tal o cual día, el amigo pide el sándwich y la bebida con la que suelo acompañarlo. Espera. Espera a que yo llegue. Como no llego… a veces no queda más remedio… Se come el sanguchito. Lo que no es traición porque yo ya sé a qué atenerme. De vez en cuando recibo un mensajito: “te esperé”. A mí me gusta la imagen de este amigo sentado frente al mar esperando a una amiga con el sanguchito frente a la silla vacía. Él no se hace problema. “Algún día vendrás”. Y yo le agradezco la esperanza.

 

Antonia