lunes, 2 de diciembre de 2013

"Tu nombre es y será ternura" por Carlos Semorile



A mi madre no le gustaba su nombre. Alguna vez, siendo niña, juntó coraje y se lo planteó a su padre. Mucho tiempo después, Brígida contó la escena.

Alto, desgarbado, manos finas,
padre, no puedo olvidar tu tez cetrina.
Recuerdo tu dulzura cuando niña,
anudando ternura y rubias trenzas.

Tu nombre es y será ternura,
me dijiste, sentándome en tus faldas.
No habrá quien no te quiera, y me sacabas
el rouge de las mejillas cándidas

Siguió sin gustarle, y ya de grande le buscó la vuelta. “Brigitte”, cuando la Bardot estaba de moda, luego fue “Brigi”, que se pronunciaba “Briyi” y que derivó en “Briyis” para los más cercanos, y más tarde en “Gigi”, como la conocieron sus nietos. Mudanzas todas que no cambiaron lo esencial pues, como la diosa celta a la que debía el nombre, Brígida alimentó el fuego de la inspiración y las letras. Leyó mucho, al igual que su padre y sus hermanos, y como ellos también escribió algunas cosas. Semblanzas de una infancia que no fue fácil pero que, en su voz, se vuelve dulce.

Tres cuadras para arriba,
tres cuadras para abajo,
ida y vuelta cada tarde como una letanía,
y los hermanos tras los árboles espiando,
y contando luego lo que sus hermanas hacían.
¡Qué gracia nos causaban, su seguirnos, su osadía!

En la pieza angosta, en la pieza chica
no tan pequeña ya, junto a la madre
dormíamos, jugábamos unidos y
apretados como un haz de trigo.

Eso era en los duros tiempos del hambre. Cebolla, aceite, sal y esencias. Fue la comida del amor que nos hermanaba.

Y el pan con manteca tan dorado, caliente en largas marraquetas, o los churrascos, los mejores, hechos en el pequeño braserito al pie de la escalera.

“Apretados como un haz de trigo (en) los duros tiempos del hambre”, y sin embargo…

El carnaval más lindo que tuvimos era un patio largo lleno de agua, tapada la rejilla; los hermanos y la mamá jugando a que la vida era alegre, una eterna maravilla.

En el hall de mosaicos blancos, negros; paredes verdes al aceite donde aprendimos los primeros palos, las primeras letras, me veo como ayer un día de Reyes, mirando al aparadorcito, la camita de un juego de dormitorio tan celeste. Y en la noche anterior junto a la madre y los hermanos preparar el pastito, los zapatos, el pesebre donde el niño Dios dormía esperando amanecer con un juguete. También la imagen vuelve, todos parados arriba de la mesa, con los regalos, de vestidos, de zapatitos, que mi madre nos probaba, nos ponía, nos sacaba con alegría de recién nacidos.

Antes, cuando los padres aún estaban juntos, habían vivido en una casa más espaciosa:

Escalones altos que llevaban parecía al cielo, y Vos traviesa, pelito corto, dientes de conejo, te escapabas a trasponer las líneas que te llevaban con tu hermano a la libertad soñada de una puerta de calle; tu meta acariciada.

Ay, Rafael,
Rafael, cantábamos tras la celosía de la puerta ventana;
y el viejo enojado se volvía.
Nosotros,
pánico y risa,
escapábamos.

La veo como hoy y como siempre, cancel antigua y un largo corredor lleno de piezas de techos altos, paredes viejas. Allí jugamos nuestra infancia en aquella terraza de color rojizo, corriendo de punta a punta, con los frazadas tiradas por el piso, pellizcando el patay que se soleaba, mirando por la claraboya de color verdoso, o cambiando juguetes con la vecinita a cambio de unos higos verdes.

Y el padre a veces contando historias de luces malas en el campo; y de que él retornaría con el tiempo convertido en árbol.

Esa y otras historias del padre poeta, como un árbol de versos que buscaría siempre fuera y dentro de sí.
           
Te recuerdo padre, Padre Poema,
dulces palabras dichas con voz tierna,
baja, queda.
Quizá fue poco, nada;
quién decirlo pudiera;
pero calaron hondo en mi piel, en mi cabeza,
y hoy te evoco con corazón de niña,
y elevo un rezo, una plegaria,
brindo con vino y rosas
por el recuerdo de cuando fui niña.

Padre amado dónde estás...
Te he esperado tanto, te he buscado tanto
aún sabiendo y sin saber que estás en lo más alto de mí.
En cada pequeña canción, en los poemas,
en los poetas a los que amo tanto.
Porque amo los silencios y la noche
y recuerdo siempre tu bohemia y tu melancolía,
y en ese tu sentir
y en este mi permanente recuerdo
es que seguiré amando en silencio,
calladamente, cada cosa que te recuerde,
porque de Vos aprendí la ternura.
Pienso en el padre, en el poeta cada día.

Eusebio, el poeta, sembró palabras, pero Olga, la madre, fue el pilar que les dio cimientos firmes a los hijos.

Hay tanto resplandor en tu blancura, tanta mudez, tan larga espera, que si uno comienza a reconstruir al correr de la pluma lo que quiere decir el sentimiento, es como si te manchara, te ultrajara, porque estas líneas están llenas de tu ternura. Madre, derrama tu mágica luz por las mañanas.

Desde allí, desde ese rincón quiso modificar su mundo.
Derribar paredes..., comprar muebles pequeños, manteles de hilo...., tener la grande y hermosa cocina circular.
El espacioso living para que todo el que la visitara se hallara bien. Hoy sigue como entonces, en la pequeña silla de la penitencia.
Ojalá siempre continué allí.
Su corazón nos alberga a todos.

Llegaría el amor, y con el amor los hijos, la familia, la casa abierta a los amigos, a los compañeros y a la alegría.        

Pórtate bien, te digo
y tú sonríes...
Pórtate bien, repito
y tú me miras.
Quisiera estar segura
mi querido...
que te portes bien
porque lo quieres,
y también...
porque a veces
te lo pido.

Tú me ofreciste el pan,
la mesa compartida,
(la suma del amor hecha plegaria),
el llanto de los niños,
tu beso en mi mejilla,
y para siempre el calor
de tus benditas manos,
acariciando el nácar
de mi piel dormida.
Será el amor que llenará mis días,
agobio y alegría...
Tú estarás siempre en mí
volviendo cada día.

Vendrían los tiempos sombríos y, años más tarde, Brigi retrataría la luz y el sacrificio de Pablo, su hermano asesinado.

Y estarás siempre en mi memoria cuando el aire se llene de guitarras. Cuando miro el sol, lo evoco y veo su sonrisa amada. Iluminando el tiempo en que vivió y se dio a tantos por tan poco, mi querido hermano.

Pasaron los días, las inclemencias pasaron, y ella siguió escribiendo. Y preguntando…

Te busco Dios cada mañana
en la tibieza del sol de mi ventana.
Te busco en mi rosal florido,
hallándote en mi pena adormecido.

Hace algunos días, Brígida partió hacia el misterio. Se fue serena, tal como vivió o quiso vivir, sin apenas molestar a nadie. Tenía razón su padre: su nombre es y será ternura. Brigi hizo el resto. No hay quien no te quiera.

Tu hijo Carlos

miércoles, 23 de octubre de 2013

Virtudes Choique por Carlos Joaquín Durán

Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a caballo, en burro, en mula y andando.

Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra- una solita, que amasaba el pan, trabajaba una quintita, hacía sonar la campana y también hacía la limpieza.

Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de Mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes Choique ordeñaba cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones. (Como ven, hay maestras y maestras). Esta del cuento, vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra, y allí sabía golpear la caja y el bombo.

Y ahora viene la parte de los chicos.

Los chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente, porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra, que Virtudes servía cada mañana. La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:

- ¡Miren, miren ... ! ¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno!

El padre y la madre miraron, y vieron una letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al hijo que les dijera- entonces Apolinario leyó:

- "Señores padres: les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno".

Los padres de Apolinario abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.

Sin embargo, al día siguiente, otra chica llevó a su casa algo parecido. Esta chica se llamaba Juanita Chuspas, y voló con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra:
-
"Señores padres: les informo que su hija Juanita es la mejor alumna".

Y acá no iba a terminar la cosa. Al otro día Melchorcito Guare llegó a su rancho chillando como loco de alegría:

- ¡Mire mamita,... ! ¡Mire, Tata... ! La maestra me ha puesto una felicitación de color colorado, acá. Vean: "Señores padres: les informo que su hijo Melchor es el mejor alumno".

Así a los cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaron a sus ranchos una nota que aseguraba: "Su hijo es el mejor alumno".

Y así hubiera quedado todo, si el hijo del boticario no hubiera llevado su felicitación. Porque, les cuento: el boticario, don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, dijo:

- Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi hijo es el mejor de toda la región! Sí. Hay que hacer un asado con baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre, y por eso lo voy a celebrar como Dios manda.

El boticario escribió una carta a la señorita Virtudes. La carta decía:

-"Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra:
El sábado que viene voy a dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus padres. Muchas gracias. Beso sus pies, Pantaleón Minoguye; boticario".

Imagínese el revuelo que se armó. Ese día cada chico voló a su casa para avisar del convite.

Y como sucede siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Bien sabe el pobre cuánto valor tiene reunirse, festejar, reírse un rato, cantar, saludarse, brindar y comer un asadito de cordero.

Por eso, ese sábado todo el mundo bajó hasta la casa del boticario, que estaba de lo más adornada. Ya estaba el asador, la pava con el mate, varias fuentes con pastelitos, y tres mesas puestas una al lado de la otra. En seguida se armó la fiesta.

Mientras la señorita Virtudes Choique cantaba una baguala, el mate iba de mano en mano, y la carne del cordero se iba dorando.

Por fin, don Pantaleón, el boticario, dio unas palmadas y pidió silencio. Todos prestaron atención. Seguramente iba a comunicar una noticia importante, ya que el convite era un festejo.

Don Pantaleón tomó un banquito, lo puso en medio del patio y se subió. Después hizo ejem, ejem, y sacando un papelito leyó el siguiente discurso:

- "Señoras, señores, vecinos, niños. ¡Queridos convidados! Los he reunido a comer el asado aquí presente, para festejar una noticia que me llena de orgullo. Mi hijo, mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Así es. Nada más, ni nada menos...

El hijo del boticario se acercó al padre, y le dio un vaso con vino. Entonces el boticario levantó el vaso, y continuó: Por eso, señoras y señores, los invito a levantar el vaso y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a su apellido, y a su país. He dicho ".

Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu. Al revés. Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros, bastante serios.

El primero en protestar fue el papá de Apolinario Sosa:

- Yo no brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.

Ahí nomás se adelantó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas, para retrucar:

- ¡Qué están diciendo, pues! Acá la única mejorcita de todos es la Juana, mi muchachita.

Pero ya empezaban los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor alumno era su hijo. Y que se dejaran de andar diciendo mentiras.

A punto de que don Sixto Pillén agarrara de las trenzas a doña Dominga Llanos, y todo se fuera para el lado del demonio, cuando pudo oírse la voz firme de la señorita Virtudes Choique.

- ¡Párense... ! ¡Cuidado con lo que están por hacer ... ! ¡Esto es una fiesta!

La gente bajó las manos y se quedó quieta.

Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo:

- Maestra: usted ha dicho mentira. Usted ha dicho a todos lo mismo.

Entonces sucedió algo notable. Virtudes Choique empezó a reírse loca de contenta.

Por fin, dijo:

- Bueno. Ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien, y abran las orejas. Pero abran también el corazón. Porque si no entienden, adiós fiesta. Yo seré la primera en marcharme.

Todos fueron tomando asiento.

Entonces la señorita habló así:

- Yo no he mentido. He dicho verdad. Verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplo de que digo verdad:

"Cuando digo que Melchor Guare es el mejor no miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela, cuando jugamos al fútbol...

"Cuando digo que Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda floja
en Historia, es la más cariñosa de todas...

"Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Y Dios es testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea...

"Tampoco miento cuando digo que aquel es el mejor en matemáticas... pero me callo si no es servicial.

"Y aquél otro, es el más prolijo. Pero me callo si le cuesta prestar algún útil a sus compañeros.

"Y aquélla otra es peleadora, pero escribe unas poesías preciosas.

"Y aquél, que es poco hábil jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.

"Y aquélla es mi peor alumna en ortografía, ¡pero es la mejor de todos a la hora de trabajo manual!

"¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo peor?

Todos habían ido bajando la mirada. Los padres estaban más bien serios. Los hijos sonreían contentos.

Poco a poco cada cual fue buscando a su chico. Y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto principalmente los defectos, y ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor.

Porque con eso se construye mejor. Cuenta la historia que el boticario rompió el largo silencio. Dijo:

- ¡A comer ... ! ¡La carne ya está a punto, y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y seis ... !

Comieron más felices que nunca. Brindaron. Jugaron a la taba. Al truco. A la escoba de quince. Y bailaron hasta las cuatro de la tarde.

lunes, 30 de septiembre de 2013

El sacrilegio de leer a Borges



Juan Pablo lleva un libro debajo del brazo. Siempre. Pero además los lee. Y los discute, no solamente con los otros -como suele hacerse en bares y en casas- sino con los autores. Porque hace rato que viene leyendo, y porque hace todavía más tiempo que no comulga, en ningún terreno, con el cuento de la autoridad. Lee a los existencialistas -tan de boga en aquellos años-, y en el colegio monta una obra vanguardista, pero asimismo lee a los estructuralistas y a otros que, desde la psicología, revalorizan al cuestionado Freud. Lee política, claro, y lee historia y sociología, y sigue leyendo en los muchos colectivos y trenes en que viaja de un lado al otro muchas horas por día. Pero también lee a Vargas Llosa, a Giovanni Papini, a Brecht, a Rulfo. Y acaso haya leído a Scorza. 

Al que leyó seguro fue a Borges. Que no estaba bien visto debido a sus encandilamientos sajones y escandinavos, y a su memorable encono con el peronismo. Por lo tanto, entre la militancia, leer a Borges era un sacrilegio. Pero Pablo no compraba ninguno de los mandatos a la moda, sin importar del tipo que fueran. Ni aún aquellos que vinieran de los propios compañeros que condenaban a Borges sin haberlo leído nunca. Juan Pablo, pienso, nunca entendió el compromiso como una serie de renunciamientos pavos a los placeres de esta vida. Le encantaba Borges, como le gustaban la inteligencia y el humor. Y celebro que nunca se haya privado de leerlo.

Carlos Semorile

martes, 10 de septiembre de 2013

Para no ser turistas de nuestra propia cultura - por Carlos Semorile

Casi con un pie en el avión que la llevaba de regreso a su Venezuela, Cecilia Todd se hizo un tiempito para pasar por el Centro Cultural Francisco Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Allí brindó una charla sobre las influencias en la música folklórica latinoamericana, y luego desgranó unas canciones para refrendar con ejemplos musicales lo que antes había explicado de palabra. Hizo un par de ritmos harto difíciles que son bien propios de distintos estados o provincias, y también pasaron por su maravillosa voz el Polo margariteño y Pajarillo verde, dos de sus más afamadas canciones. Luego, explicó que una de las cosas que más le gustan de México son Las mañanitas porque son un modo propio de homenajear a quien cumple años, y cantó una versión venezolana que no es justamente el “happy birthday”.

 Finalmente, y a pedido de una compatriota suya presente en la sala, nos deleitó con la canción de cuna de los venezolanos. La misma, explicó, sigue la melodía del Himno Nacional de Venezuela, y no se sabe qué fue primero, si el himno o el arrullo para los niños. Cuando en su momento Víctor Jara la escuchó, le gustó tanto que le sumó unos versos que terminan diciendo: “Cuando seas grande/podré descansar/la voz de Bolívar/en ti vibrará”. Cecilia agregó que afortunadamente a nadie se le ocurrió que los niños se duerman escuchando un “rap”, pues de ese modo en vez de sueños tendrían pesadillas.

Al decir esto, la Todd retomaba un tema sobre el que ya había dicho lo suyo durante su exposición; a saber: qué música escuchamos y bajo qué formas musicales se forman las nuevas generaciones de latinoamericanos. Todos conocemos –y seguramente aplaudimos– el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, las que originalmente fundara José Antonio Abreu y que hoy cuentan con Gustavo Dudamel al frente de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Las mismas han logrado la inclusión social de millares de jóvenes, con dignidad y fluido acceso a la cultura, pero Cecilia Todd razonablemente cuestionaba que estos niños –principalmente de provincias y de barriadas humildes– conocen una música eurocentrista pero desconocen la propia. Y el mismo fenómeno se repite a nivel de los instrumentos: los jóvenes aprenden a tocar el violín pero nada saben del cuatro, instrumento que está en el centro de los ritmos venezolanos, que es lo mismo que decir en el corazón de la cultura popular de ese país hermano. A modo de reparación, el gobierno venezolano ha declarado que este es el Año del Cuatro, promoviéndose su conocimiento y difusión. Como aquí también sabemos de ese tipo de movidas, nos preguntamos: ¿qué pasa cuando termina el Año del Cuatro, o el Año de la Milonga Surera, o el centenario de tal o cual referente musical?

Nada pasa. O mejor dicho: pasa que seguimos “visitando” nuestra cultura como si fuésemos una suerte de turistas ocasionales en nuestra propia Patria, en vez de (como dice una amiga, venezolana ella), “amar lo nuestro y convertirlo, de una vez y para siempre, en estilo de vida, pero de una manera espontánea, enérgica y perseverante, que dependa de nosotros mismos, porque lo sintamos como una indeleble marca en la sangre”.

Carlos Semorile

viernes, 6 de septiembre de 2013

PROYECTO: "ENEMIGO", EL PUEBLO: HOMENAJE

PROYECTO: "ENEMIGO", EL PUEBLO: HOMENAJE:  Te invitamos  a colocar una guirnalda en la sepultura de un trabajador, estudiante, conscripto, niño, joven o anciano ejecutado entr...

martes, 3 de septiembre de 2013

No estando ellos

Se los ve relajados a los dos. Son los finales de los años ´60, y Carlos María y Juan Pablo descansan en el fondo de la casa de Ezeiza. Puede que la foto haya sido tomada luego de un partidito de fútbol, pues Carlos tiene pantalones cortos, zapatillas, remera y medias de deporte, todo de blanco. Pablo, en cambio, lleva pantalón de sport, mocasines y remera de manga corta, y está echado de espaldas sobre una lona, con los brazos cruzados bajo la cabeza. Si se mira en detalle, se observa la malla de su reloj. Muy cerquita suyo, Carlos María se acaricia el torso con la mano izquierda, mientras con la palma de la mano derecha sostiene su cabeza. Ambos miran algo que sucede más allá del foco: Juan Pablo ha girado la vista y Carlos parece haber abierto apenas sus ojos. Se diría que, antes de mirar a los otros, han estado conversando de ratos y por momentos en silencio, lo cual es una de las formas menos frecuentes de la amistad, y acaso también de la filosofía. Presiento la dicha que les provoca ese pensar juntos, arrimados a la ligustrina y a una prudente distancia del resto. Es evidente que han buscado y conquistado ese momento, y que luego de la momentánea distracción que capturó la fotografía, rumbearon de nuevo hacia sus temas y siguieron intercambiando ideas. ¿Será por la cualidad etérea del pensamiento que se los ve intemporales, o será porque los dos se fueron demasiado pronto? No estando ellos, una forma tenaz de la pena ocupó sus lugares durante mucho tiempo. Pero si se mira bien la imagen, aquel fue un homenaje inadecuado. Juan Pablo y Carlos María supieron de la amistad, del disfrute, del amor, de pasarla lindo, de la mesa bien servida y las hermosas canciones. Una filosofía del buen vivir que debe ser honrada con gozo y felicidad compartida. Si es al amparo de las ligustrinas, mejor.

Carlos Semorile





domingo, 18 de agosto de 2013

El deber de un alumno - Un recuerdo de Plenilunio



La dictadura actuó en Chile como una poderosa máquina de dispersión que fabricó (además de todo lo demás) aislamiento e ignorancia. Así, personas que fueron referentes para algunos jóvenes de los años 60-70 pudieron ser ignoradas (no siempre, sin duda, no se puede generalizar al extremo) por jóvenes de otras generaciones. Es el caso del profesor Lautaro Videla Stefoni. Cabría preguntar: ¿qué saben hoy de Lautaro Videla S. los jóvenes chilenos que se preparan a ser profesores? ¿Saben algo? Ojalá que sí. Es bueno darse cuenta –en estos momentos en que la Educación ocupa un lugar tan importante en el debate público, en estos momentos en que volvemos a plantearnos el problema de la Educación que queremos o que necesitamos– que no partimos de cero. No partimos de cero. Tenemos grandes pedagogos en Chile, tenemos “con qué” pensar que otra educación es posible. Porque ya fue posible. Y es que a veces hay que mirar hacia atrás para reencontrarse con la utopía.

Teniendo esto en mente, queremos compartir un breve testimonio de quien fuera un alumno de don Lautaro Videla Stefoni. Quien lo escribe se hace llamar Plenilunio. Hoy también podría llamarse Bienvenido.

***




Me voy a referir a Lautaro Videla Stefoni, alias el Choro Videla, o El Abuelo como se le denominaba cariñosamente, ambos calificativos expresados con mucho respeto. Lautaro era Trotskista y un grupo significativo de escolares de la Escuela Consolidada Miguel Dávila Carson nos reuníamos en su casa de Goyocalán en la Población Dávila para jugar canasta o ajedrez, o a conversar sin límites.

En la Escuela Consolidada, a la salida de una clase dictada por el profesor Videla, al pasar por su lado, él me dice: “Praxi, quédate, tengo que conversar contigo”. Y al salir todos mis compañeros: “Oye cabeza hueca, dime la razón  por la cual te niegas sistemáticamente a traer el cuaderno en limpio de lo ocurrido en mis clases cuando lo solicito para revisarlo, me obligas a ponerte un 1 y bajas ostensiblemente tu promedio de notas en el ramo”. “Profesor –respondo yo– cuando solicita el cuaderno Ud. dice ‘La próxima clase es OBLIGACIÓN  traer el cuaderno en limpio, el que no lo traiga tendrá un 1’, yo no hago las cosas por obligación, las hago porque es mi deber hacerlas”.

“Entiendo”, me respondió. En la próxima clase en que solicitó el cuaderno en limpio dijo: “El jueves revisaré el cuaderno en limpio, es obligación para todos, excepto para el señor Guerrero”. Ese anuncio me costó sangre, y mucho sudor, ya que desde mi cuaderno de apuntes hube de reconstruir todas las clases en que me había negado a presentar el bendito cuaderno. Mi promedio subió visiblemente en Estudios Sociales, gracias al cuidado profesional del profesor para con sus alumnos.

Me emocioné hasta las lágrimas cuando supe de la muerte de mi profesor Lautaro Videla Stefoni.


Plenilunio


Más información.- Acá encontrarán un texto leído en el cementerio Parque del Recuerdo dedicado a la vida y obra del buen profesor: Homenaje a Lautaro Videla S. – Marzo 2012

martes, 23 de julio de 2013

"Un ser feliz..." - Comentario sobre la entrevista con el profesor Glauco Cabrera


Hace unos días les comunicamos una entrevista con el profesor Glauco Cabrera publicada por el diario uruguayo Acción. María Cristina Scibona nos hizo llegar un extenso comentario destinado al profesor. Como en este espacio se trata de intercambiar los apuntes, de no guardarse las ideas, sobre todo si son buenas, hemos pedido permiso para socializar su escrito y acá va.

Buenos Aires, 22 de julio de 2013

Para decir verdad, no es desconocido para nadie, que haya sido o sea docente, lo dificultoso y duro que es acceder a un Concurso de Calificación de Ingreso a la Docencia, y sobre todo, ganarlo. Es decir, obtener ese cargo o puesto de trabajo.

La época que menciona el Profesor Cabrera con tanto orgullo fue una época en que sí creíamos que podíamos contribuir a cambiar el mundo a través de la Educación, ensanchar los horizontes de los jóvenes, hacer que ellos mismos se transformasen en seres pensantes, activos, cuestionadores, y tratasen de llegar a la verdad.

No puedo yo evaluar lo que fue el Plan Piloto de 1963 pues no lo conocí, pero con sólo mencionar que echó por tierra, con planes que venían desde año 1950 sin modificar nada, y que poseía un enfoque multidisciplinario, ya eso nos está hablando de un avance que para esos años, no sé si llamarlo revolucionario, pero sí de una gran apuesta al conocimiento, a la investigación, al diálogo abierto y en cierto modo a la democratización y la calidad de la enseñanza.

Por eso siento que es real cuando Cabrera dice, que más allá de haber podido echar raíces en otra tierra y reconstruirse, la dictadura uruguaya no le hizo ningún favor al dejarlo cesante y excluido de su puesto de trabajo, pues como él mismo afirma, le negó su identidad profesional, es decir; ellos decidieron por él, decidieron que no debía trabajar en aquello para lo cual se había preparado y con lo cual había soñado, decidieron que no querían que fuese nada menos que un EDUCADOR. Pero junto con esto también le negaron a cientos de jóvenes, la posibilidad de elaborar y hurgar en su propia identidad, privándolos de los profesores más calificados, a la vez que hacían lo mismo con el Uruguay como país y con la educación uruguaya.

El hecho de haber podido revalidar sus conocimientos en Europa, y llegar a haber sido profesor de profesores en las distintas áreas del conocimiento, por ejemplo en La Sorbona, no puede considerarse un resarcimiento de la vida, pues el daño ya estaba hecho, privando al país de un docente quizá imprescindible en la elaboración de planes y proyectos educativos a futuro.

Pero por suerte, la Infancia, esa “Arboleda perdida” de la cual hablaba Rafael Alberti, le devolvió a Glauco ya adulto, su otra pasión que nunca olvidó: la Música y las clases de bandoneón que recibió en su Mercedes natal; la música que nos sana, la que hace que no caigamos en la mediocridad, la que con su magia y universalidad hace que siempre tengamos la cabeza y el corazón abiertos, para aceptar nuevas cosas y para saber que el pago, o sea la tierra donde nacimos, siempre está dentro nuestro.

Es por todo esto que me interesó la entrevista realizada a Glauco, pues me sentí identificada con él, cada vez que a mi como docente también me cercenaban, me excluían, me perseguían y sentía que me anulaban como educadora, y que me desdibujaba, vamos que me borraban del mapa…

De ahí que me decidí a escribir estas reflexiones o simples pensamientos, para expresarle mi reconocimiento y respeto por su labor al Profesor Glauco Cabrera, Educador y Músico del Uruguay, del Mundo y del Río de la Plata, y despedirme con una hermosa frase que le escuché a Gabriela Místral, también en una entrevista, y que muy posiblemente, quienes excluyeron de su cargo como profesor a Glauco jamás la hayan escuchado, y es para mí, una frase conmovedora que dice así: 

“Un docente, antes de ser docente, tiene que ser por sobre todas las cosas, un ser feliz”.

Mi saludo fraterno colega Glauco, hoy que más que nunca en el mundo, la Educación, es un elemento vital, ya que las crisis que se producen, más allá de los malos manejos de las multinacionales y los planes económicos siniestros, se deben en gran parte a no poderlos resistir, cuestionar o enfrentarlos, por no haber accedido a una educación crítica, comprensiva, investigadora y solidaria, con inclusión verdadera para todos; pues lo otro, eso de concurrir y frecuentar 5 u 8 horas una institución “pedagógica” como depósito de niños y adolescentes, que junto a sus profesores repiten fórmulas o fechas patrias, sin saber qué significan, eso no es Educar, pero es en cambio el camino abierto para aquellos que no quieren que todos tengamos una educación integral, liberadora y democrática.

 María Cristina Scibona
 

Sobre "Metegol" y el idioma propio



No es que tenga competencias especiales pero me atrevo. Me atrevo porque me gusta. El cine y no precisamente el “tacataca” aunque de joven supe jugar y acompañar a otros que jugaban en el viejo bar de un pueblo de Francia bastante parecido al que se ve en esta película: “Metegol” de Juan José Campanella, estrenada hace unos días en Buenos Aires.

Sé que se han escrito páginas al respecto y que el evento fue anunciado con bombos y platillos como se usa en estos casos. Pero los únicos bombos y platillos a los que soy sensible son los de la murga de mi barrio y los tolero sólo por eso, porque son de la murga y son de mi barrio. Resultado: no vi los “trailers”, no leí los artículos especializados y casi no me entero de la existencia de la película si no fuera porque tengo una hija pequeña y que al pasar frente a un afiche, me ofreció gentilmente que la viéramos y la vimos; como corresponde, en familia, en un cine patrocinado por el Estado, a bajo costo, y no en un Shopping donde las entradas cuestan hasta cinco veces más gracias al eficaz apoyo de Mc Donald’s and Co.

Cabe recalcar que en el cine había quizás más adultos que niños. Claramente se colaron los abuelos, además de los padres, los tíos, los primos y los amigos. No me pronunciaré al respecto pero es un dato a tener en cuenta: el público de “Metegol” tenía ese día todas las edades y había más de una cabeza blanca en la sala. ¿Qué fueron a ver?

Como se sabe la historia se basa en un cuento de Roberto Fontanarrosa (“Memorias de un wing derecho”). Y a lo mejor es por eso, por el apego de Campanella a Fontanarrosa, que la película brilla no sólo por su imagen sino también por su idioma. Ese idioma es el idioma de los argentinos. Es el habla popular de los argentinos. No solo de los porteños ya que hay cabida para distintos acentos según el origen de los personajes que van apareciendo. Y también hay cabida para múltiples matices según se expresen los jugadores de futbol o el resto de los habitantes del pueblo. Que se haya preservado el idioma “local” es algo inédito por no decir insólito en el cine de animación que se difunde habitualmente en América latina. Por una razón básica: el cine dirigido a un público infantil difundido en América latina es fundamentalmente un cine extranjero subtitulado o doblado en español neutro para su máxima comercialización… Más allá del “encanto” que esto puede producir (oír hablar a los personajes como uno oye hablar en las calles y/o en la cancha), esta elección de Campanella hace lo que yo llamaría la entereza de su película. La total coherencia entre la historia que se cuenta y el cómo se cuenta.

Esa historia tiene que ver con nosotros. Con nosotros argentinos, uruguayos, chilenos, peruanos, bolivianos, paraguayos, colombianos, latinoamericanos. Puede gustarnos el futbol y puede no gustarnos. La película tiene múltiples entradas. Mirada de cierta manera es la historia de un pequeño pueblo destinado a desaparecer. O sea es la historia que semana tras semana, nos cuenta Julio Hurtado en su columna. La historia de cómo se destruye una calle, un barrio, una ciudad  en nombre del “progreso” (al respecto, no está de más señalar un texto de Roberto Arlt llamado “¿Para qué sirve el progreso?” de suma actualidad aunque fue escrito hace mucho). Este pueblo tiene un bar. Un hermoso bar en el que trabaja Amadeo, personaje central, que cuando no sirve las mesas, juega al metegol, su pasión. Por distintas circunstancias que no viene al caso revelar, Amadeo –que quizás se llame así por Wolfgang o quizás porque es alguien que ama– intentará salvar al pueblo enfrentando en un partido de futbol al culpable del “mega proyecto” que lo amenaza. Se trata ahora de un verdadero partido de futbol y ya no de de jugar...  En esa lucha que es real y que es “con” la realidad, Amadeo no estará solo. Tendrá que constituir su propio equipo.

Ese equipo también tiene que ver con nosotros. Contar su composición antes de que el lector pueda ver la película sería deshonesto. Pero en pocas palabras, ese equipo está compuesto por gente común y uno que otro tránsfuga… A lo mejor hay más tránsfugas que gente común pero “es lo que hay”. Y con eso que hay, como suele decir un artista argentino, hay que hacer un equipo. Amadeo lo hace. Sabe que tiene pocas posibilidades de ganar pero lo hace igual apoyado además por un equipo miniatura: por cada uno de los jugadores de su viejo tacataca que han cobrado vida. Esta parte de la película es un poema: la manera en que los dos equipos rivales (de juguete) terminan conformando un solo y mismo equipo porque “lo que nos une es mucho más que lo que nos separa”.

Es probable que uno siempre encuentre lo que busca y yo encontré en esta bella película sobre futbol… una metáfora de nuestras luchas latinoamericanas. Las de antes y las de ahora. Porque de lo que se trata, en definitiva, es de tener una causa justa. De defender un  pueblo y a través de ese pueblo, sus espacios, sus costumbres, su gente: defender un modo de vida. No aceptar de brazos cruzados el modo de vida que otros nos quieren imponer como el único posible. No se trata tanto –a mi juicio– de la lucha entre el bien y el mal, aunque sin duda se puede descodificar la película en esos términos; sino más bien de tomar conciencia de la desigualdad de la contienda y a pesar de la desigualdad no renunciar… a lo justo. La idea misma de ganar o perder –que evocábamos en la última columna– es cuestionada en la película, interrogada y desplazada en relación a los parámetros más convencionales.

Quizás no sea un azar que la reunión de los jugadores de juguete, una vez destruido el metegol, tenga lugar en un basural. En un basural se dio inicio también a una historia trágica en Argentina. Me refiero al año 1956 y a los fusilamientos de José León Suárez que luego denunció el periodista Rodolfo Walsh. En esta película es en un basural donde vuelven a reunirse los que alguna vez estuvieron unidos. Y eso también tiene que ver con nosotros.

Volviendo al idioma. Quiero creer que no se harán versiones en español neutro para que la película sea difundida en otros países de América latina. Es cierto que nuestro idioma, de un país a otro, tiene matices que merecen ser respetados y amados. Pero no es menos cierto que, entre nosotros, siempre podremos entendernos. Es algo así como un destino.

 
Antonia García Castro

viernes, 19 de julio de 2013

Los ojos de los pájaros - Maren Ulriksen

Este texto forma parte del libro Fracturas de la memoria escrito por Maren y Marcelo Viñar y publicado por editorial Trilce (1993). El libro completo está disponible en el sitio de la editorial. Publicamos acá una contribución de la psicoanalista Maren Ulriksen de Viñar (pp. 18-22) referida a infancia y dictadura.

***

Los ojos de los pájaros

a. D.V.

Siempre está allí, ante mí, ese montón de papeles. Nunca encuentro un momento para echar un vistazo a esas hojas amarillentas, gastadas por el tiempo. Tendría que tomar la decisión de tirarlas a la papelera, al olvido. 
Sin embargo, un libro que se encuentra entre esos viejos manuscritos retiene mi atención. Es el informe de un congreso. Era en Punta del Este, en 1970, justo antes de Navidad; el verano uruguayo comenzaba, esplendoroso, y las playas se llenaban de veraneantes. Nos encontrábamos en el Hotel Casino San Rafael imitación caricatural de un castillo renacentista. 
Recorro varios artículos; veo el nombre de nuestro equipo en hermosos caracteres. Trabajábamos bien... Leo: "Angustia de alienación... en un grupo de niños se ha creado progresivamente un clima de terror... uno de los niños se ha convertido en el jefe asesino... Rafael, con las manos llenas de pintura roja, juega a ser el torturador. Ataca sádicamente al más pequeño del grupo". Me pregunto de dónde provenía la violencia de esas palabras para nombrar el comportamiento de Rafael. Sin duda, comenzábamos a presentir, sin saberlo, lo que íbamos a vivir en los años venideros. 
Vuelvo como en un ensueño a las primeras páginas del libro: "Nuestro destino, el del continente latinoamericano... depende de la ciencia. La cultura en ciencias humanas constituye el fundamento de la valorización de los recursos humanos... Y en ese sentido, la psiquiatría... cumple un papel de capital importancia en la posibilidad del hombre de participar plenamente en el proceso de desarrollo de la civilización humana". Esas palabras de inauguración del Congreso fueron pronunciadas por el rector de la Universidad de la República, ingeniero Oscar Maggiolo. Hace pocos meses, nos enteramos de su muerte en exilio, en Caracas. 
Intento cerrar el libro con un gesto brusco, pero este permanece abierto en la última página. Automáticamente, mi mirada se detiene en la inscripción: "Impreso en los talleres de la Comunidad del Sur, Montevideo, agosto de 1971". Había atendido a algunos niños de esa comunidad: Alejandro... y otros. Alguien me dijo que Alejandro vivía en Barcelona; los otros en Suecia o en Australia todos expulsados por el régimen.
Súbitamente, la curiosidad me empuja hacia el paquete abandonado. Encuentro mi viejo cuaderno azul de notas. Allí donde estuvo guardado, las polillas tuvieron todo el tiempo necesario para hacer su lento trabajo de borramiento, sin ser molestadas. Logro reconocer, en esa escritura deslavada, el nombre de los niños que conocí hace algunos años. 

La primavera desplazaba rápidamente al invierno. Aquella mañana, los primeros rayos del sol penetraban por la ventana entibiando el ambiente. Afuera, en el jardín, las gotas de rocío me dirigían brillantes guiñadas. Hacía poco que nos habíamos instalado en esa vieja y confortable casa; aún olía a pintura fresca. Al fin tenía mi rincón donde podía trabajar tranquila, aislada de los ruidos del exterior. 
Ese día, esperaba a la señora A. Venía "por un simple papel". Su marido estaba detenido por motivos políticos. Las autoridades de la cárcel exigían que un médico especialista explicara las razones psicológicas que justificaban una autorización de visita para su hijita. En la cola de la visita de la cárcel, la señora A. conoció a otra madre a quien yo había hecho un certificado de ese tipo, y fue ella quien le dio mi dirección. Sentí cierta inquietud al preguntarme cuántos certificados habría hecho ya. Sería necesario –me dije– encontrar otros colegas con quienes compartir esa tarea. Estaba segura que debían controlar los nombres de los médicos que hacían tales certificados. "Me dijeron que era sólo una cuestión de rutina...", me explicó la madre al darse cuenta de mis dudas. Verdaderamente estoy exagerando, pensé. ¡Sentirme perseguida por tan poco luego de tantos años de análisis! 

Vuelvo a encontrar mi cuaderno azul sobre el escritorio. Matilde... Veo todavía sus cabellos y sus ojos de azabache. Tenía siete años cuando su padre fue detenido, pero era "demasiado grande" para compartir la visita con los más pequeños en el patio de la prisión. Desde hacía varios meses no podía besar a su padre, ¡ella, la única niña, la mayor de sus hermanos! Estaba obligada a la interminable espera junto a su madre y solo podía hablar con su padre a través de un vidrio, utilizando un teléfono que alcanzaba a duras penas. Se dice a sí misma, en forma decidida: "Voy a obligarme a llorar". Algunas semanas después, me cuenta en secreto que logró entrar con sus hermanos pequeños. "No me costó nada, lloraba de verdad y bien fuerte... Me tire al piso... Los soldados tuvieron miedo al verme así y me dejaron entrar con los chiquitos... Le preguntaron a mamá si me había hecho ver por un psiquiatra." 

Durante tres días seguidos, el barrio es allanado. Había por lo menos seis soldados, metralleta en mano, en el fondo del jardín. Mi hijo y sus amigos jugaban en la arena. Estaba preocupada por ellos y no pude contenerme: "¡Pero no ven que solo hay niños!". No lograba disimular mi rabia, pese a las precauciones que uno cree que debe tomar en esas circunstancias. 
Por cierto las cosas habían cambiado. Ya no se podía pasear tranquilamente por la ciudad; era peligroso salir sin documentos. Mirábamos con recelo a nuestros vecinos, a nuestros conocidos, incluso a quienes nos consultaban La sospecha, el miedo, el temor a la denuncia nos invadían poco a poco. Pero nada de eso se traslucía en las reuniones de trabajo ni en la producción escrita. 

María José era una paciente que me daba mucho trabajo en las sesiones. Me hostigaba sin tregua. Cuando se ausentó durante dos semanas, sentí cierto alivio. Su madre me dejó un lacónico mensaje: "Problemas familiares" . Cuando volvió, María José me contó que una tarde los militares ocuparon la casa buscando a su padre. Al otro día, no había nada para el desayuno. La madre quiso ir de compras, pero ni ella ni los dos hermanos mayores fueron autorizados a salir. Fue María José, de apenas seis años, quien pudo salir a hacer los mandados. Escondió en su zapato un pedazo de papel en el que la madre le anotó un número de teléfono. Desde el almacén del barrio, previno a su padre de que no viniese a la casa. Luego, volvió con el pan y la leche. Los militares esperaron en vano varios días y por fin decidieron irse. 

Estábamos en invierno. Irrumpieron en plena noche. Registraron por todos lados, tiraron todos los papeles al piso en desorden, dieron vuelta los cajones, desperdigaron los objetos. Todo ello no tenía importancia, si no fuera que estaba sola, sin siquiera poder encontrar la vieja estilográfica que no nos abandonaba nunca. Pablo dormía y no se despertó. Mañana, deberé explicarle lo que sucedió. No sé si encontraré las palabras para decirle que su padre ya no está. 

Pablo sabe que, por primera vez, podrá visitar a su padre en la cárcel. Prepara con dedicación un regalo: un cenicero en cerámica, fabricado por él mismo. Lo pinta de rayas multicolores. Preocupado, me pregunta: ¿Crees que papá se dará cuenta que entre las rayas pinte nuestra bandera? En efecto disimulado entre las rayas, había pintado el símbolo del frente político al cuál pertenecía su padre. 

Estaba agotada, cuando en ese momento me hacía falta una sobredosis de lucidez para evitar cualquier paso en falso. No podía dejar de trabajar; la vida debía seguir normalmente. Esa misma mañana una madre me había llamado por teléfono, pidiéndome una consulta urgente. Su nombre me decía algo; debía ser la esposa de ese antiguo diputado cuyo nombre y foto habían aparecido en el comunicado de las Fuerzas Conjuntas de la noche anterior. 
En la tarde, recibí a Rodrigo, un hermoso niño de seis años, vestido como todos los escolares con túnica blanca y una gran moña azul. Su madre estaba deprimida y sin trabajo. Su padre había dejado la casa para pasar a la clandestinidad. Desde entonces, Rodrigo retrocedía en su trabajo escolar, presentaba una incontinencia urinaria y le había robado dinero a su abuela. Durante la sesión, Rodrigo no logra hablar. Esta allí, tenso, inmóvil, sentado en la silla, las manos en los bolsillos. Lentamente, saca una mano y me muestra un paquete de caramelos. Se pone uno en la boca y lo chupa. De pronto, su rostro se transforma, algo se le atraganta, queda bloqueado. Permanece así, su mirada fija en la mía, paralizado de terror, mientras las lágrimas caen de sus ojos. 

Doy vuelta la página de mi cuaderno azul. Veo el nombre de Sofía. Insistente, el recuerdo de aquella lejana mañana ocupa cada vez más mi pensamiento. Había decidido llevar a los niños al parque. Aquel domingo de mañana la ciudad, aún vacía, despertaba tranquilamente. Tome el camino habitual. Más allá del Palacio Legislativo, distinguí el viejo edificio de la Facultad de Medicina, puertas y ventanas cerradas, vacío desde hacía meses. Un poco más adelante, aceleré al pasar frente a la clínica en la que había trabajado tantos años, y donde ya no había lugar para mí. Un poco más lejos, se levantaba un largo muro blanco, la puerta barroca de hierro forjado custodiada por dos ametralladoras y, en el fondo del parque, rodeada de palmeras y magnolias, la silueta de la gran residencia, sede del Comando del aparato represivo. Tres veces por semana, centenares de hombres, mujeres, niños y viejos esperaban, haciendo fila en la vereda, alguna noticia, una carta o un paquete de ropa sucia de sus familiares desaparecidos o detenidos. Todo parecía tranquilo esa mañana. Más allá de las residencias, después del puente, se extendían los barrios populares. A mi derecha, dos topadoras limpiaban el terreno. Sólo quedaban escombros del monumento construido colectivamente en memoria de los ocho obreros asesinados en aquel local. 
Sofía permanece asociada a esos recuerdos. Tenía cinco años. Aún la veo. Su padre está preso. En cada visita, Sofía le lleva los dibujos que contienen lo esencial de lo que quería decirle. Sus dibujos son censurados sistemáticamente en la entrada. Un día, la mujer de la guardia tacha con tinta negra las golondrinas que anuncian la llegada de la primavera. "Está prohibido dibujar palomas", le dice en tono severo. Desde entonces, Sofía no dibuja más pájaros, pero dibuja numerosos pares de pequeños círculos entre las ramas de los árboles. 
Son los ojos de los pájaros que están escondidos. 
Afuera, la bruma que asciende atenúa la luz de este atardecer parisino. Guardo mi cuaderno en la biblioteca y hago pasar a Laura. Tiene cuatro años. Hablamos de la posibilidad de un viaje para visitar a su padre que está preso desde antes de su nacimiento. Me dice: "Quiero ir a ver a papá... voy a llevar un regalo sorpresa para los malos" y dibuja un paquete atado con una cinta. "Sabés, este regalo, tiene una trampa. Lo van a abrir y ¡boommmm! las estrellas". Con orgullo, levanta su puño cerrado. 

Casi sin pensarlo permanezco adherida a ese sueño que, sin ser mío, no es diferente del mío. Somos llevados por miles de globos de colores, a través del océano en un largo viaje. Ayer, volví a ver a Ana. Nos conocimos hace tiempo Cuando solo tenía tres años, la pequeña fue testigo desde la puerta de su cuarto de la destrucción de libros y muebles, de los insultos a su madre embarazada, de los gritos, patadas y culatazos propinados a su padre para hacerlo salir de la casa y llevarlo por la fuerza a un lugar desconocido. Ana tiene ahora seis años. Dibuja una niña con globos en la mano. Me dice con aire audaz: "Voy a ir con mi maestra, a soltar estos globos sobre el mar... creo que van a llegar a otros países porque son globos que no revientan. Sobre el globo está el nombre del niño y de la escuela. Estoy segura que el que lo encuentre responderá... Quisiera que llegaran a lo de Alicia, mi amiga; vive justo enfrente a mi casa, allá. Recibí tres cartas de Uruguay... Agarro tres globos y los mando a la casa de mis abuelos... Creo que los globos todavía no pueden llegar hasta donde está mi papá... todavía no, pero algún día".

M.U. de V., París, 1980

martes, 16 de julio de 2013

Para seguir pensando la educación - Entrevista con el profesor Glauco Cabrera



Glauco Cabrera: sin palabras diría Discépolo


Publicado en ACCION en la REGION.
Mercedes, jueves 11 de julio de 2013


La dictadura tuvo la "virtud" de expulsar a los uruguayos más valiosos que tenía en las distintas áreas de la actividad del país, en el caso de los docentes, primero los destituyó y luego los "arrinconó", negándoles la posibilidad de acceder a otros trabajos y la búsqueda obligada fue mirar fuera de fronteras.

Algunos retornaron con la democracia, otros quedaron donde habían sido recibidos, aceptados y echaron raíces. Pero el precio alto que pagaron como el desarraigo de sus cosas, de su vida cotidiana, de sus pagos, es imposible de borrarlo pese al transcurrir de los años.

Uno de ellos fue el prof. GLAUCO CABRERA, quien regresó a su tierra natal por unas horas, traído por una de sus dos pasiones, la música, el bandoneón. La otra, la educación por la cual hizo huella en varias generaciones mercedarias, quedó en París, donde reside desde hace más de treinta años.

En la casa de su hermano, el amigo Luis "Tica" Cabrera, ACCION fue recibido para dialogar anoche con este docente.

De su época de profesor en Mercedes recordó "la experiencia más interesante fue la del Plan Piloto de 1963, sobre todo cuando se puso en práctica a partir de 1968 el 6º año con un enfoque pluridisciplinario donde se coordinaban todas las materias, se encaraba el mundo contemporáneo desde todo punto de vista. Fue una de las experiencias que recuerdo con mayor emoción, porque fue una época en que la confianza que teníamos en las posibilidades de la educación eran extraordinarias. Yo aún las conservo y las he renovado y fortalecido, pero en aquella época era un momento en que creíamos y estábamos convencidos porque habíamos analizado y pensado mucho que lo que hacíamos era algo verdaderamente importante para la sociedad uruguaya y sobre todo para la juventud uruguaya".

Hizo referencia a la renovación de los programas que venían de 1950, que continuó en 1960 "y sobre todo la renovación de lo que fue el Plan Piloto permitió a la educación nacional -hoy yo lo veo con una perspectiva histórica mucho más extensa, prolongada- de crear las condiciones para dar un salto en calidad, extraordinario. Pueden dar testimonio de ello muchos jóvenes que han hecho sus carreras universitarias y que para mi orgullo personal y profesional, hoy y desde hace muchos años, me lo han dicho, me lo dicen y tuve la oportunidad de confirmarlo cuando hace unos meses se festejaron los 50 años del Plan Piloto 1963, porque me hicieron una entrevista por videoconferencia y tuve oportunidad de renovar lazos y de recordar esas experiencias tan fructíferas para todo el mundo".

Significó Cabrera que esa experiencia abrió posibilidades a muchos jóvenes "hoy, desde el Uruguay pero también desde otros lugares del mundo, me hacen llegar sus recuerdos importantes emocionalmente y no sólo desde ese punto de vista, sino el reconocimiento del valor intelectual y cultural que tuvo ese esfuerzo renovador de la educación nacional. Podría dar nombres y ejemplos de gente que trabaja en el extranjero y que reconoce que tal vez lo que estábamos haciendo en el Uruguay a partir del Plan Piloto es difícilmente comparable a cosas que se hacían en ese momento en otros lugares".

El Diario Regional hizo referencia a la excelencia del plantel de docentes que tuvo esa experiencia educativa. "Es bueno recordarlo, no sólo como una forma de homenajearlos, sino sobre todo para poner una vez más en evidencia luego de recorrer otros sistemas educativos, sobre todo en Europa y de trabajar en ellos, es para decir que la selección que habían hecho las inspecciones de las distintas materias que se enseñaban en el liceo, había puesto delante de esos jóvenes a docentes que no sólo tenían una capacidad reconocida desde el punto de vista del conocimiento de las materias que enseñaban, sino que se entregaron con una disponibilidad pedagógica, tratando de innovar desde el punto didáctico, desde el punto de vista de los métodos y eso es invalorable. Porque desde la perspectiva actual, si uno estudia los informes internacionales en materia de educación, a nadie se le escapa que vive momentos difíciles, algunos hablan de una crisis de la educación en general. Y esos esfuerzos que se llevaron adelante en esos años constituyen todavía un ejemplo a seguir, considerados de una gran significación histórica y cultural".

La dictadura lo dejó sin el cargo de docente, "como a tantos otros en 1976 cuando hubo una destitución masiva e indiscriminada sobre la que no quisiera detenerme demasiado, pero sobre todo era una violación más de los derechos cuando el estado de derecho estaba siendo resquebrajado y destruido por la dictadura que avanzaba, sino que además constituyó para mi un momento que se me negaba no solamente el derecho de ejercer lo que había elegido como profesión, como vocación, sino que más profundamente se tocaba lo más íntimo de la personalidad, es decir se nos negaba la identidad profesional. Estábamos haciendo un trabajo que nos involucraba profundamente y consagrados a una tarea de renovación educativa, el hecho que se nos negaran esos derechos significó para nosotros que se nos negara nada menos que la identidad. Esos son heridas que implican un gran sufrimiento personal, familiar y que toca no sólo a la persona considerada aisladamente, sino que involucra a muchas otras personas que están a su alrededor. De manera que hubo que empezar otra vez de cero".

Esa situación le llevó a dejar Uruguay, "porque otra cosa que se nos negaba no era sólo la posibilidad de ejercer lo que habíamos ganado por concurso, porque todos los que ejercíamos éramos personal calificado, que habíamos estudiado en profundidad nuestra disciplina, como enseñarla de acuerdo a lo que se consideraba en aquellos momentos los métodos más avanzados. No sólo nos negaba ello, sino que se nos ponían obstáculos para trabajar en otras actividades. Afortunadamente yo tenía otro oficio, que gracias a mis padres lo tenía desde que era niño, soy músico y eso me sirvió para abrir un nuevo camino. Hubo que intentar crear nuevas oportunidades de trabajo, sin renunciar a nada, creyendo con la misma fuerza en que lo que estábamos haciendo era lo justo y bueno, y que teníamos que seguir creándonos la posibilidad de seguir haciéndolo, si no era posible en este país, en otro. Y fue lo que sucedió".

Glauco Cabrera destacó a Diario Pueblo: "puedo decirlo con mucho orgullo, era un docente calificado acá, con mi trayectoria. Me costó, como a todo el mundo hacerme un lugar en otro país, pero lo logré y pude retomar mis tareas docentes con la misma fuerza, voluntad y entusiasmo que lo había hecho acá. Y a la vez, ganarme la vida practicando mi otra actividad profesional que es la música y que hasta hoy sigo haciéndolo".

Recaló en París donde reside desde hace más de treinta años. "De ahí he recorrido Europa gracias a mi bandoneón, trabajando con músicos de gran prestigio, de distintas nacionalidades, argentinos, franceses, holandeses. Diario ACCION publicó hace ya unos años mi participación en un festival de música de cámara donde toqué una sinfonía para bandoneón escrita por músico argentino. Es decir tocado en Londres, París, Frankfort, Finlandia y otros puntos de Europa que podría mencionar".

En materia docente "gracias a los conocimientos y experiencia adquiridos en Uruguay me dio la oportunidad de presentarme ante organismos y docentes europeos, enfrentando a jurados que pusieron a prueba mi capacidad, conocimientos, experiencia, mi competencia profesional y eso me permitió acceder a distintos puestos. Por ejemplo a trabajar en "La Sorbona" como profesor, especialmente consagrado a preparar a los licenciados o quienes estaban haciendo sus masters para que descubrieran que es ser un docente en el siglo XX y XXI, trabajaba en módulos de pre profesionalización como le llaman, porque esa gente que ya estaba haciendo su carrera especializada en historia, literatura, derecho, filosofía, matemáticas y tenían una alta calificación, venían a mis cursos para que les mostrara cómo podían utilizar esos conocimientos para enseñarlos. De manera que se me abrió en Francia un campo de trabajo nuevo que me permitió no sólo aplicar y desarrollar lo que yo sabía hacer sino que tuve que inventar, crear, ser imaginativo"

También tuvo experiencia a nivel de la educación continua "porque hice especializaciones en algunas materias, sobre todo en la teoría y la metodología de la investigación, fundamentalmente en lo que tiene que ver con lo que se llama en nuestros días la gran revolución de la información y la comunicación confrontados a toda una problemática nueva producida por la gran cantidad de información que circula en el mundo, informarse, estudiar lo que uno quiere saber se vuelve cada vez más difícil. De manera que para un maestro, un profesor, un profesional o para cualquier persona, implica esfuerzos considerables y grandes dificultades. Como hice esas especializaciones formando bibliotecarios, archivistas, documentalistas, que trabajan en liceos, universidades, en los centros de reclutamiento donde va la gente desocupada a buscar trabajo. Ahí también tuve que ser muy creativo, hacer investigaciones para crear cosas que no existían".

Sugerimos entonces que en definitiva la dictadura le hizo un favor, pero no fue así. "No lo diría en esos términos porque las heridas son demasiado profundas como para considerar que me hicieron un favor, es decir que de todo lo que se destruyó y en ese proceso de destrucción y daño a mi me tocó una parte muy pesada que todavía estoy sufriendo, porque cuando has dado tus concursos, tienes tu puesto efectivo, estás en tu casa con tu familia, con tu liceo, con tus amigos, con tus colegas y tu vida está ya encaminada con finalidades trascendentes, porque vos crees que estás haciendo cosas muy importantes, eso se corta, no es hacerle un favor a nadie. Sucede que cuando una persona se ve tan profundamente afectada en su dignidad personal y profesional, saca fuerzas de flaquezas y se ve confrontado a situaciones inéditas, tiene que ser imaginativo, combativo, trabajar todos los días. Y puedo decir que hasta ahora puedo seguir haciéndolo, tengo 72 años y sigo trabajando como cuando tenía 23 y gané mi concurso de oposición libre en historia en mi país".

Y el tango y el bandoneón lo devolvió a los pagos... "Como te decía, estudié bandoneón desde los 7 años en mi barrio, con mi maestro de barrio. Trabajé con las orquestas, toqué con todos los músicos de Mercedes, Gioia y sus Rítmicos, Samagal, Aladin Ríos en fin, con todos... y la última cosa que hicimos en los últimos años cuando la situación se complicaba enormemente desde el punto de vista profesional, hicimos con Julio De Biasse y Carlitos Levis el Piabamba Trío, que dio mucho que hablar, realizamos cosas muy interesantes.

El tango me sigue, el bandoneón sigue pegado a mis manos. He hecho una carrera musical en Europa, he tocado en la Comedia Francesa cuando Piazzolla le puso música a una obra de Shakespeare, grabé la música para "Tangos en el siglo de Gardel" de Fernando Solanas, una película que ganó premios por todos lados, ahí lo acompaño al "Polaco" Goyeneche, podría seguir enumerando muchas cosas importantes que he hecho con el bandoneón.

Ahora estoy en Buenos Aires desde hace casi un mes acompañando a una persona prestigiosa y reconocida que es el "Tata" Cedrón, los otros días llenamos el teatro Cervantes con 1.800 personas y quedó gente afuera. El me invitó para que viniese a tocar con él, ya habíamos tocado juntos en Francia. Realizamos una gira por varias provincias argentinas que fue todo un éxito... Siempre con el fuelle, con el bandoneón, acordándome de mis amigos y todo lo lindo que había acá en Mercedes para hacer" La última, como el tango... ¿volverías al pago para quedarte? y Cabrera aprieta el fuelle de los recuerdos y señala "lo digo y repito y lo he escrito en ACCION cuando me invitaron para que hiciera un artículo cuando falleció un colega que era Daniel González, como decía el "Gordo" Pichuco... yo nunca me fui de mi barrio... y aquí estoy...".

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