Hace unos días les comunicamos una entrevista con el profesor Glauco Cabrera publicada por el diario uruguayo Acción. María Cristina Scibona nos hizo llegar un extenso comentario destinado al profesor. Como en este espacio se trata de intercambiar los apuntes, de no guardarse las ideas, sobre todo si son buenas, hemos pedido permiso para socializar su escrito y acá va.
Buenos Aires, 22 de
julio de 2013
Para decir verdad, no es desconocido
para nadie, que haya sido o sea docente, lo dificultoso y duro que es acceder a
un Concurso de Calificación de Ingreso a la Docencia, y sobre todo, ganarlo. Es decir,
obtener ese cargo o puesto de trabajo.
La época que menciona el Profesor
Cabrera con tanto orgullo fue una época en que sí creíamos que podíamos
contribuir a cambiar el mundo a través de la Educación, ensanchar los
horizontes de los jóvenes, hacer que ellos mismos se transformasen en seres
pensantes, activos, cuestionadores, y tratasen de llegar a la verdad.
No puedo yo evaluar lo que fue el
Plan Piloto de 1963 pues no lo conocí, pero con sólo mencionar que echó por
tierra, con planes que venían desde año 1950 sin modificar nada, y que poseía
un enfoque multidisciplinario, ya eso nos está hablando de un avance que para
esos años, no sé si llamarlo revolucionario, pero sí de una gran apuesta al
conocimiento, a la investigación, al diálogo abierto y en cierto modo a la democratización
y la calidad de la enseñanza.
Por eso siento que es real cuando
Cabrera dice, que más allá de haber podido echar raíces en otra tierra y reconstruirse,
la dictadura uruguaya no le hizo ningún favor al dejarlo cesante y excluido de
su puesto de trabajo, pues como él mismo afirma, le negó su identidad
profesional, es decir; ellos decidieron por él, decidieron que no debía
trabajar en aquello para lo cual se había preparado y con lo cual había soñado,
decidieron que no querían que fuese nada menos que un EDUCADOR. Pero junto con esto
también le negaron a cientos de jóvenes, la posibilidad de elaborar y hurgar en
su propia identidad, privándolos de los profesores más calificados, a la vez
que hacían lo mismo con el Uruguay como país y con la educación uruguaya.
El hecho de haber podido revalidar
sus conocimientos en Europa, y llegar a haber sido profesor de profesores en
las distintas áreas del conocimiento, por ejemplo en La Sorbona, no puede
considerarse un resarcimiento de la vida, pues el daño ya estaba hecho,
privando al país de un docente quizá imprescindible en la elaboración de planes
y proyectos educativos a futuro.
Pero por suerte, la Infancia, esa “Arboleda
perdida” de la cual hablaba Rafael Alberti, le devolvió a Glauco ya adulto, su
otra pasión que nunca olvidó: la
Música y las clases de bandoneón que recibió en su Mercedes
natal; la música que nos sana, la que hace que no caigamos en la mediocridad,
la que con su magia y universalidad hace que siempre tengamos la cabeza y el
corazón abiertos, para aceptar nuevas cosas y para saber que el pago, o sea la
tierra donde nacimos, siempre está dentro nuestro.
Es por todo esto que me interesó
la entrevista realizada a Glauco, pues me sentí identificada con él, cada vez
que a mi como docente también me cercenaban, me excluían, me perseguían y
sentía que me anulaban como educadora, y que me desdibujaba, vamos que me
borraban del mapa…
De ahí que me decidí a escribir
estas reflexiones o simples pensamientos, para expresarle mi reconocimiento y
respeto por su labor al Profesor Glauco Cabrera, Educador y Músico del Uruguay,
del Mundo y del Río de la Plata,
y despedirme con una hermosa frase que le escuché a Gabriela Místral, también
en una entrevista, y que muy posiblemente, quienes excluyeron de su cargo como
profesor a Glauco jamás la hayan escuchado, y es para mí, una frase conmovedora
que dice así:
“Un docente, antes de ser docente, tiene que ser por sobre todas
las cosas, un ser feliz”.
Mi saludo fraterno colega Glauco,
hoy que más que nunca en el mundo, la Educación, es un elemento vital, ya que las
crisis que se producen, más allá de los malos manejos de las multinacionales y
los planes económicos siniestros, se deben en gran parte a no poderlos
resistir, cuestionar o enfrentarlos, por no haber accedido a una educación crítica,
comprensiva, investigadora y solidaria, con inclusión verdadera para todos;
pues lo otro, eso de concurrir y frecuentar 5 u 8 horas una institución
“pedagógica” como depósito de niños y adolescentes, que junto a sus profesores
repiten fórmulas o fechas patrias, sin saber qué significan, eso no es Educar, pero
es en cambio el camino abierto para aquellos que no quieren que todos tengamos
una educación integral, liberadora y democrática.
María Cristina Scibona