Cuando uno crece en una familia mitad
peroncha y mitad zurda, se acostumbra a la aspereza de ciertos debates. Se
sabe, por ejemplo, que toda calma es transitoria, y que en cualquier momento se
pudre la raviolada porque alguno dejó caer una moneda de canto y algún otro se
dispuso a definir su lado bolche o su lado peronio. En ese momento, todo se
alborota sin prisa -pero sin pausa- hasta alcanzar un clímax de tensiones propio
de los clanes sicilianos. Y encima, como si fuésemos poco diversos, una de
las primas se trajo de Cuba a un tano del PCI.
Si mal no recuerdo, fueron bajando por
el corazón andino de la
América Latina, gozando de demoradas postas en sus comarcas
más campesinas, agrarias e indígenas. Todo cuadraba bajo el exotismo con el que
los europeos miran a los sudacas, y además el milanés se hallaba bajo los
efectos narcotizantes del romance. Pero imagínense el malambo que se le hizo en
el marote al pobre Luigi cuando finalmente llegó a esta Argentina cosmopolita,
sin campesinado a la vista, con un PS inexistente, un PC minúsculo, y una clase
trabajadora históricamente peronista. De entrada nomás, el gramsciano nos
recriminó la inadecuación de la realidad con respecto a los libros. Es decir, a
sus libros, porque mientras él nos tiraba por la cabeza los “Cuadernos de la cárcel”
y citas escogidas de Benedetto Croce, nosotros le devolvíamos gentilezas con
volúmenes de Cooke, Jauretche y el General. Él nos corría llamándonos fascistas,
y los criollos le recordábamos suculentas anécdotas del Duce y sus dulces
“camicie nere”. Todo con una cortesía, una franqueza y una pasión tipificadas
en el Código Penal.
Pero la sangre nunca llegó al río
porque, haciendo cada quien sus concesiones, siempre supimos manejar nuestras
diferencias. Pero, además, porque el tano tiene un carisma impresionante y nos
fue ganando los corazones a golpes de simpatía, una inteligencia notable, y
algunas refinadas ironías como seguir diciéndonos “fachos” a los miembros
peronistas de la familia. Así y todo, cierta vez Luigi logró unificar a la
totalidad del primaje, sin distinción de banderías. Hablábamos de fútbol, más
específicamente de los respectivos ídolos nacionales de este deporte, y
seguramente ya hastiado de nuestro sideral fanatismo por el Diego, Luigi
exclamó: “Basta!!! Maradona é solo un uomo!!!”
Para qué!!! Los gritos se escuchaban hasta
el Marenostrum de los antiguos romanos, y debe haber sido algún dios de aquella
estirpe el que salvó la vida del primo Luigi. En medio de iracundos aullidos,
nos fuimos levantando de la mesa, mientras el italiano nos observaba como se
supone que un danés decodifica a un somalí. Luego, pasó el tiempo, que todo lo
tamiza y –dicen- cura las heridas. Nuestra prima y Luigi se casaron, y cada vez
que pueden viajan desde Milán a la tierra de sus tíos y primos peronistas. Y
nosotros, los exaltados, cuando limamos nuestros más abismales desacuerdos,
volvemos a decir la frase que pone cada cosa en su lugar y vuelve el mundo a su
tamaño original: “Maradona é solo un uomo!!!”
Carlos Semorile