miércoles, 18 de septiembre de 2019
domingo, 8 de septiembre de 2019
Diálogos recobrados
El
cine –como el teatro– es culpable, entre otras cosas, de que determinadas
palabras queden resonando dentro de uno, que es el modo pequeño y egoísta de
decir que permanecen en la memoria emotiva de muchísimas personas que aman el
teatro, el cine y las palabras. Muchas veces se trata de frases que han sido
distorsionadas de su locución inicial y, levemente tergiversadas, quedan
inscriptas en el inconsciente colectivo. Pero, ¿acaso no es así como
recordamos?
¿Qué
es lo que se dijo, cómo se lo dijo y cuáles rumbos marcaron aquello que fue
dicho? Pero, también, ¿cómo se lo escuchó, qué se respondió, y hacia donde se
encaminaron esas vidas a partir de aquél diálogo? Hablamos del diálogo amoroso
y de cómo aparece en determinadas escenas de películas que nos marcaron y a las
que volvemos para descubrir, ¡caramba!, que se nos pasaron por alto algunas
conversaciones cruciales, tanto que sin ellas la peli sería otra.
Por
eso pensamos en ese título, Diálogos Recobrados, y nos lanzamos al rescate de
algunas líneas de diálogo que distan mucho de ser apenas “unas líneas de
diálogo”. A veces se trata de una antiquísima leyenda que, por ejemplo, ella
relata con deliberada parsimonia ante grupo de hombres reunidos alrededor de
una fogata encendida en un campamento improvisado al caer la noche en el
desierto. Otros la escuchan como un mero pasatiempo –incluso alguno la
interrumpe torpemente–, pero él saborea cada palabra de la vieja fábula que
contiene las claves de su secreto y urgido deseo.
No
han hablado entre ellos, ¿es lícito hablar de “diálogo”? Los demás han quedado
absolutamente al margen, ¿no sería deshonesto no comprender que, aunque él
guardó silencio, estuvieron dialogando?
Luego,
cuando finalmente la pasión amenaza con desbaratar las sólidas columnas en que
se sostienen sus existencias, conversan sin poder sortear las trampas de los
malos entendidos, porque en sus palabras se cuelan las costumbres amasadas
durante vínculos pasados, y todavía no encuentran un código propio por el cual
encaminar sus charlas y sus vidas. ¿De eso se trata, no? De una larga
conversación que mantenemos con alguien especial a lo largo del tiempo
incesante.
A
veces adquiere la forma de cartas, de escritos que buscan seguir tejiendo esa
manta de palabras que albergan un amor, o que pretenden cobijarlo ante la
ausencia de uno de los dos amantes: “Quiero
que todo esto se grabe en mi cuerpo. Nosotros somos los verdaderos países, no
las fronteras trazadas en los mapas con los nombres de hombres poderosos. Yo sé
que vendrás y me sacarás cargando al palacio de los vientos. Eso es todo lo que
he anhelado. Caminar en un lugar así contigo, con amigos. Una tierra sin mapas.
La lámpara se ha extinguido, y estoy escribiendo en la oscuridad”.
Atrás
han quedado la leyenda del esclavo que se convierte en rey luego de espiar la
deslumbrante belleza de la reina expuesta, las charlas mantenidas al borde del
precipicio de los cuerpos en su ardor, y tantas cosas que no hubo tiempo de
decir, y que deseamos recobrar.
Carlos Semorile
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