Para hablar del maravillado asombro que
provoca en uno haber asistido a una función de “Salvajada” no queda otra o,
maticemos, al menos a mí no me queda más chance que valerme de otros textos,
como éste del Profe González:
“Kartun ha llevado al extremo de precisión y desamparo el acto de rompernos otra vez, en la falsa unidad de nuestra conciencia, quebrarnos nosotros mismos, en los viejos mitos de la humanidad que parecían tan calmos y receptivos”.
Nótese que Horacio González escribió estas palabras
en 2015, como prólogo a una edición de “La Madonnita” y “La suerte de la fea”
realizada por la Biblioteca Nacional para su Colección de Mini Libros, y que ya
sabía que Kartun iba a “rompernos otra
vez” ya fuese con otra obra enteramente suya o, como en este caso,
adaptando un cuento de Horacio Quiroga, “Juan Darién”, y sacudiendo la
mansedumbre mítica que está en la base de una educación intolerante y sádica.
De ahí proviene el “ñácate” que se escucha en escena y que aquí funciona como una síntesis lunfarda para decir “Exterminad a todos los salvajes”, es decir a todos aquellos a quienes previamente se los despojó de su condición humana. La frase viene de otra selva, la que recorrió Kurtz en “El corazón de las tinieblas” para descubrir que la pátina de la civilización es apenas una mascarada de señoritos y de jerarquías.
De ahí la necesidad de asumir una máscara, aunque sea la impuesta, pero revirtiendo todos sus significados implícitos para comprender de una vez de qué lado de la biaba programada se está. Paradojas de la mitología como “una biblioteca veinticuatro horas. Es un maxi-kiosco abierto ahí, para que uno resuelva cosas” –como decía Kartun conversando con González-, cosas de rabiosa actualidad pues nada hay más urgente que advertir a los incautos que vitorean latigazos.
Pero escribimos muchas palabras y se deja oír
poca musiquita, cuando en verdad “Salvajada” nos hizo mover las patitas y el
alma al son de la riquísima diversidad de sus canciones, reírnos y conmovernos
con cuadros que –magistral dirección de Luis Rivera López- son como estar
viendo un compendio de las más bellas escenas de Favio. Dicho a lo bestia:
purgamos emociones como aristotélicos en celo.
Porque esta nueva joya de Kartun es también, y acaso sobre todas las demás lecturas que válidamente pueden hacerse, una gozosa celebración de la diferencia. La que nos hace ser quiénes somos.
Carlos Semorile