Quienes somos lectores adquirimos hábitos extraños, como el desaconsejado gesto de prestar libros que acaso nunca volvamos a ver, o el menos riesgoso de aconsejar lecturas, pero sin ceder el ejemplar querido: así creemos seguir siendo generosos sin necesidad de poner en riesgo nuestro patrimonio libresco. En muchos lectores esta generosidad nace con las primeras líneas que provocan su fascinación, y comienzan a pensar en quiénes más podrían apreciar lo que ellas irradian.
Toda recomendación entraña, desde ya, un riesgo: lo que tanto nos ha gustado podría no agradar a otras lectoras y lectores en los que uno pensó. Pero es una apuesta que repetimos con tozudez porque si bien es probable que nuestra sugerencia provoque inclusive rechazo, también confiamos en todo aquello que compartimos y que de alguna manera nos hermana. ¿Qué pasará si lanzo un prudente encomio de “Un fantasma en la garganta”, el primer libro en prosa de la poeta Doireann Ní Ghríofa?
Ella es una irlandesa nacida en 1981, y aquí cuenta la crianza de sus hijos pequeños (dos en el cole, el otro es un bebé) atravesada por los extenuantes quehaceres cotidianos del hogar. En los últimos años son muchas las autoras que dieron cuenta de la brecha entre el deseo de ser madres y la fatiga que sobreviene tras el nacimiento del hijo, pero hasta ahora “El nudo materno” (1976), de Jane Lazarre, sigue siendo la mejor reflexión respecto de la ambivalencia entre la dicha y el agotamiento.
Lo que vuelve singular al libro de Doireann es justamente ese “fantasma en la garganta” que representa su reencuentro con una voz femenina que conoció por la currícula de la primaria, pero que la deslumbró en su adolescencia. Se trata de un poema escrito en 1773 por “una de las últimas nobles del antiguo orden irlandés” luego de que su amado marido fuera asesinado por soldados ingleses. Al recuperarlo e investigar y escribir sobre la vida de su autora, sus días dan un vuelco:
“Hay muchos momentos de la vida de Nelly que no me permitiré esbozar en ausencia de pruebas, porque parecería una intrusión o un robo. Cada vez que no alcanzo a imaginar el vacío en el que debería haber una pieza del rompecabezas, miro hacia su periferia. En lugar de recrear los detalles íntimos del noviazgo de Nelly y Art, pienso en el ritmo imperceptible en el que tiene lugar la palabra, entre su articulación y su audición. Bosquejo a la pareja por separado, en lugar de juntos. Primero el impulso, el pulso, la necesidad. Luego la sonrisa, la travesura, un destello de deseo. A continuación el papel, la pausa de la pluma, la vacilación, el goterón: mancha, mancha. El esfuerzo humano por articular un deseo y un amor. El rasguño de la plumilla sobre el papel, el parto líquido y la floritura de las letras, cada una conectada a la siguiente, palabra tras palabra, y todos los pequeños espacios entre ellas. El papel sellado y enviado, en camino. El extraño silencio entre la partida de una carta y su entrega, ese curioso trance después de que las palabras se hayan imaginado y plasmado sobre el papel, pero antes de que sean leídas. La letra como cinético objeto de deseo, en movimiento de un cuerpo a otro. Estos espacios entre Nelly y Art son todo lo que me permito ver. Como después de que una carta hubiera partido, podrías quedarte mirando por la ventana, imaginándola en manos de tu amante, y tus propias palabras moviéndose silenciosas en los labios de otro”.
Desde luego hay mucho más en el texto de Doireann Ní Ghríofa, que es muy rico en su manera de abordar “El lamento por la muerte de Art Ó Laoghaire” que escribió Eibhlín Dubh Ní Chonaill. No nos asustemos con los nombres y escuchemos, nosotros también, ese “parto líquido y la floritura de las letras” del deseo y las cartas que van de un cuerpo a otro.
Carlos Semorile