Hace unos días atrás, en la aleta
Llico, de Arauco, murió don Isaías Carvallo. Su muerte sólo mereció unas
palabras de unos pocos habituales de estos medios, y ellas debido
fundamentalmente a las circunstancias de su muerte. Murió quemado en la
mediagua de emergencia que recibió como damnificado del maremoto del 2010. Don
Isaías fue pescador artesanal y tenía ¿cuánto? ¿90 años?
A don Isaías lo conocí el año
1958, cuando fuimos por primera vez a veranear a la caleta. Su casa estaba en
la esquina del callejón con la playa. Nunca aprendió a nadar pues en el mar, a
la hora del naufragio –nos decía– nadar o no nadar no hace la diferencia. Él
había sobrevivido a tres en su vida. De él recibí las primeras lecciones de
pesca en el golfo, en bote de madera –la “Luz-pesca”–, a remos, con red de
enmalle de hilo, con piedras como pesos. Salíamos “a levantar” de madrugada,
hacia “Punta del Litre”, o más allá a “la Huirá larga” o al “Bajo de afuera”, y
traíamos las corvinillas, o las corvinas, los congrios colorados o las pescás
cuando se calaba más a mar abierto, fuera de las piedras y los huiros. Pero la
historia de don Isaías con mi familia se remonta más atrás, al año 1944, cuando
mi padre va a Llico a hacer un reemplazo como profesor (su primera destinación)
y don Isaías le da alojamiento en una pieza de su casa. El maremoto del 60 le
llevó casa, bote y aperos de pesca. Ignoro cómo se rearmó, pero al cabo de los
años, cuando nos reencontramos, de nuevo tenía su bote y los elementos para
pescar. Pero ahora las salidas a la pesca eran con su hijo, el Miguel, temprano
de madrugada o durante el día cuando se asomaban los “bolos” de fardela que
anunciaban la posibilidad de la presencia de la sierra y salíamos a revolear. Un
día a mediados del 72 supe que Miguel y otros dos compañeros se habían perdido
cuando se dirigían a Lota con un cargamento de píures. Supe de sus recorridos
por el litoral esperando encontrar algún resto de su hijo. Nada apareció. Y el
recuerdo de Miguel es una cruz sin tumba, como tantas otras, en un cerro con
vista al mar.
A los años murió su mujer, la
señora Nenita y entonces su soledad se le vino encima. El maremoto del 2010
nuevamente le llevó su casa. Y se tuvo que ir a vivir a la “aldea” instalada en
Llico para los damnificados, a una de esas precarias mediaguas de madera.
La anunciada solución definitiva
para los afectados por el maremoto no lo alcanzó: Primero fue el ramalazo de
fuego que consumió su vida.
En cualquier caso, viejo Isaías,
no merecías morir así. Quería compartir con otros estas palabras de recuerdo.
Un abrazo a la distancia,
Raúl Moraga Arcil