Hace unos días escribí un texto
sobre las dificultades que aquejan a los artistas populares en Argentina. No me
olvido del tema. Lo retomaré. Me parece de vital importancia poder instalarlo y
discutirlo como problema: reconocer que parte de nuestros artistas no están
trabajando en las condiciones que se merecen y que su trabajo se ve a menudo
obstaculizado por las más variadas presiones y falta de atenciones. Pero hoy
vengo a hablar de otra cosa. (Aunque quizás es lo mismo). Hoy quisiera celebrar
el hecho de que, a pesar de las dificultades, el Cuarteto Cedrón sigue estando
con nosotros.
Son cincuenta años de trabajo los
que se van a festejar el próximo 3 de julio en el Cervantes. Y es primera vez…
creo que es primera vez que el festejo de una nueva década se hace en
Argentina.
En este concierto estarán: Juan
“Tata” Cedrón (guitarra y voz), Miguel Praino (viola), Román Cedrón
(contrabajo), Daniel Cabrera (bandoneón). Aunque algunos podrían ser los padres
de los otros –de hecho lo son– todos son viejos compañeros. Hace cincuenta años
que Tata y Miguel Praino tocan juntos. Hace veinte que Román Cedrón es el
contrabajista del Cuarteto. En los años 1990 y 2000, Daniel Cabrera –músico
uruguayo, residente en Francia– se integró a la formación con su bandoneón y participó
en distintos proyectos como la creación en Avignon de Antígona, en la que el
Cuarteto hacía el Coro, y La
Típica, orquesta de catorce músicos que revivió para un
público francés los estilos de las grandes orquesta de tango.
Algunos ven en el Cuarteto algo
así como un sueño que tuvo Tata. Desde esa perspectiva se podría decir que es
un sueño realizado. El Cuarteto Cedrón nos guste mucho, poquito o nada, existe.
Tiene una obra. Ocupa un lugar. Y existe a la manera de todo lo que existe.
Pero, más que nada, a la manera de un árbol. “De la raíz a la copa”. Se cree
que puede tocar el cielo y quizás puede. Pero lo que más tiene es raíz.
Cantidad de raíces que van a nutrirse en las diferentes capas de tierra que
conforman la Argentina. Y
que se extienden, se extienden, no paran nunca de extenderse y de explorar los
mundos subterráneos. En esos mundos subterráneos, el Cuarteto Cedrón es un sol.
Si alguno tiene dudas que escuche el último disco. (Esto no es publicidad: es
educación sonora). Ese disco alumbra. Se recomienda escuchar todos los temas
pero como esta nota la escribo yo y como yo es arbitrario, escuchen primero
“Siete”. Luego, el disco. “En vivo”. Así se llama ese trabajo y es una
grabación del año 1988. En 1988 no estuvimos. Muchos no estuvieron. El 3 de
julio podemos estar. En vivo. Vivos.
Cuando un grupo de músicos se
mantiene por tantos años como identidad, como unidad, como conjunto sonoro, esa
palabra –vivos– toma un matiz especial. Cada vez se notan más las ausencias. Se
podría hacer una larga lista de invitados que no ocuparán butacas pero que
estarán, sin duda, en el Cervantes. Los traerán sus hijos, sus sobrinos, quizás
sus nietos, sus amigos, los amigos de sus amigos. Porque de eso se trataba, también,
de reunir alrededor. O sea de amistad, de hermandad, de hacer las cosas con
otros, para otros. Hay quienes dicen que el Cuarteto es un hombre solo. Se
equivocan. Salvo si es una metáfora porque a menudo el Cuarteto debe pelear
y en esos días pareciera, casi pareciera que está solo en
medio de la contienda. Pero no. El Cuarteto es una de las más formidables obras
conjuntas que ha visto nacer este país en los últimos 50 años. Eso fue Gotán.
Eso fue el Taller de Garibaldi. Eso fue el disco Madrugada. Eso fue el
permanente homenaje que los músicos han rendido a los poetas. Y eso es hoy la
presencia de los músicos en Argentina. Ellos están acá “por prepotencia de
trabajo”: el suyo.
El resultado de todo eso es una
obra sonora. No se puede leer al Cuarteto aunque algunos escriban libros sobre
el grupo. Al Cuarteto hay que escucharlo. Y en esa posibilidad que nos damos de
escucharlo o no escucharlo se juegan también muchas cosas.
(Volveremos sobre estas
cuestiones, más allá de los festejos, porque son temas que les importan a
ellos, los músicos y a nosotros que no queremos vivir sin músicos: ¿qué
escuchamos? ¿Por qué? ¿Para qué? Y ¿qué pasa cuando no escuchamos? ¿Qué tipo de
persona se va construyendo en ese escuchar y en ese no escuchar? ¿Quién
determina, en definitiva, lo que escuchamos? ¿Existe la libertad sonora? ¿O
también ahí, a nivel de nuestros oídos, hubo una dictadura que duró mucho más
que siete años?).
Por último, en los conciertos del
Cuarteto Cedrón sucede también algo curioso. Sucede en los teatros y en la
vereda. No tiene que ver con los lugares. Así como hay ausentes, hay rostros nuevos. Y eso también le da un matiz
especial a la palabra “vivos”. Resulta conmovedor ver a los jóvenes, cada vez
más jóvenes, que se acercan a la obra del Cuarteto. Ahí también hubo obstáculos
en el camino. Casi se podría decir que todo fue hecho para que ese encuentro no
se produjera. Y sin embargo se produjo. Se sigue produciendo.
Entonces, este festejo del 3 de
julio es también un homenaje a la perseverancia. De un lado y otro del escenario.
Perseverancia de los músicos y de su público. Unidos. A pesar de los pesares.
Antonia García Castro*
* Autora de "Cuarteto Cedrón. Tango y Quimera", Ed. Corregidor, 2010.