Uno de los objetos más lindos que existe
es el libro. No importa cuál sea el libro, y casi en cualquier estado que el
libro en cuestión se encuentre. Lo mismo se puede decir de las mochilas: más
allá de sus estilos, todas son bellas porque no sólo invitan al viaje
sino que, como los libros, ellas ya son el viaje. ¿Cómo no ver entonces el film
de una viajera que elije cargar libros –con lo que pesan– en su mochila? Pues
no. Sucede que con los años le tomé idea a ciertas estrellas del universo
hollywoodense, y me resulta intolerable esa idea de ver “películas de” tal o
cual actriz o actor. Muchos de ellos tuvieron comienzos promisorios pero luego,
por presiones del medio, terminaron siendo casi una marca registrada de algún
segmento limitado del devenir humano. Las pelis de Nicolas Cage, por ejemplo,
remiten siempre al mismo argumento, lo mismo que las de Diane Lane. ¿Para qué ver
una más de Reese Whiterspoon?
Así anduve, renegando, hasta que pudo
más la curiosidad y el amor por las mochilas y los libros. Fue un paso
afortunado pues “Alma salvaje” es una película notable, y la Whiterspoon
realmente deja la piel en su composición de Cheryl Strayed, una excursionista
que decide recorrer un sendero que cruza California, Oregón y Washington (conocido
como el Pacific Crest Trail). La mina, en rigor, no es una mochilera pero se
manda sola a recorrer más de 1700 kilómetros luego de perder a su madre y
separarse de su pareja. Durante poco más de tres meses, Cheryl se pierde en lo
salvaje –“en mi pena”- hasta comprender que su vida es “como todas las vidas:
misteriosas, irrevocables y sagradas”. Así expresado, puede sonar liviano, como
si fuese una peli onda new age o algo peor. Nada más lejos: es un film poderoso
porque, de modo impecable, muestra el lado vulnerable de una mujer muy curtida
y muy sufrida.
Casi al inicio, en su primer acampada, Cheryl
lee un poema de Adrienne Rich que habla de la científica Marie Curie: “Murió
siendo una mujer famosa y negando sus heridas, negando que sus heridas tenían
el mismo origen que su poder”. Más adelante, cuando por fin accede a un camping
hecho y derecho, se cruza con un montañista retirado que le hace ver cuánto
peso de más lleva en su tremebunda mochila. Entre las cosas que sobran, están
las páginas ya recorridas de la muy gruesa y pesada guía de viaje. El “asesor”
las arranca de un tirón pero, cuando se dispone a prescindir también de los
libros de poemas (entre ellos, el de Adrienne Rich), Cheryl se interpone y los
salva. En esa escena se resume buena parte de las vidas de quienes alguna vez hemos
sido o serán viajeros: no se debe cargar nada adicional porque, como bien
advertía Alfredo Zitarrosa, “son más largos los caminos pa´l que va carga´o de
más”.
Pero tampoco se deben dejar afuera de la
mochila las páginas que van a salvarnos en las horas críticas del viaje. O las
hojas de un diario en las que vamos dejando asentados los paisajes que amaremos,
la magia de los encuentros, y el hilo difuso de nuestros pensamientos. Acaso un
día volvamos a hojear esos cuadernos, a esa caligrafía que reconocemos a
medias, igual que nos parece extraño el narrador y lo narrado, sus incertezas,
sus tropiezos, sus ligerezas y sus momentos de dureza para consigo mismo.
¿Fuimos esos? ¿Todos esos que están allí? ¿Y cuáles de todos ellos seguimos siendo y cuáles ya son
polvo en el camino? Por todo esto, y por muchas más cosas que cada quien
descubrirá según su propia deriva, bienvenida sea “Alma salvaje” (en el
original, simplemente “Wild”). Y muchas gracias Reese Whiterspoon por aquello
de que “todas las vidas son misteriosas, irrevocables y sagradas”.
Carlos Semorile