Sobre el reestreno de la Cantata del
Gallo Cantor
Buenos Aires, Hasta Trilce, 22 de agosto
2015
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Cuando fue lo de Trelew,
Juan Gelman escribió unos versos tan estremecedores como aquella masacre,
versos que Juan Cedrón musicalizó magistralmente. Nacía así la Cantata del
Gallo Cantor que se pudo escuchar una sola vez en la Argentina de aquellos años
duros, y que –después de haber sido grabada y muy escuchada en Francia – vuelve
hoy a nuestra tierra por iniciativa de los muchachos de La Lija en fraterno
ensamble con el Cuarteto Cedrón. Siempre, pero en esta ocasión en especial, la
voz del Tata es como un compendio de la poesía social argentina: Tunón, Manzi,
Gelman, pero también Bustos, Blomberg, más una multitud de giros, de
inflexiones y de cadencias, que son de aquí porque nacieron de la atenta
escucha que esos hombres tuvieron para con el habla criolla, el lunfardo, el
idioma de los argentinos.
Por su parte, la voz del
líder de La Lija, Cancerbero William, vibra en la estirpe viril y oriental de
Zitarrosa, pero remite además a la Santa María de Onetti como el reverso imaginario
pero verdadero de las ciudades del Plata. Y La Lija, como conjunto, son una
amotinada banda de “arribeños” que ha tomado la herencia hispánica no como
lápida sino como inspiración para producir música americana. Acaso sea una
percepción muy subjetiva, pero escuchándolos recordé a los mejores conjuntos
del folklore chileno –los “Quila”, los “Inti” –, cuando sus voces al unísono
traían al pueblo como “coro”. Y ya que estamos, ¿ese piano maravilloso, no
tiene reminiscencias del de Claudio Parra de Los Jaivas? Pero en el plano de
los legados, La Lija se reconoce siguiendo la huella del Cuarteto Cedrón, y en su
elegancia de sacos, chalecos y corbatas hay un intento de recobrar el tiempo y
a lo que viaja en él: la memoria.
Memoria, entonces, de los
Mártires de Trelew, de sus luchas que hicieron que –como nunca antes y nunca después– la oligarquía sintiera muy
cerca de su garganta el cuchillo de la justicia aquí en la tierra. Memoria de
la advertencia de Walsh: “Que esa clase esté temperamentalmente inclinada al
asesinato es una connotación importante, que deberá tenerse en cuenta cada vez
que se encare la lucha contra ella”. Memoria de María Antonia, de Albertito, de
la Petisa María Angélica (como tantas veces escuché sus nombres en boca de sus
compañeros que los amaron y los aman), y de todos los demás caídos por decir
que “nosotros no solamente queremos la igualdad en la muerte, también queremos
la igualdad en la vida, queremos la justicia en vida”. Celebración de sus vidas
y de la luminosa belleza que sembraron para todos, y por eso “nadie detiene al
día, nadie detiene al sol, nadie detiene al Gallo Cantor”.
Y estaba la emoción del
Profe y del Tata rodeados de jóvenes, su cosecha de tantos años de amor a la
vida. Y estaba el estremecimiento de sentir que esta potente versión de la
Cantata del Gallo Cantor es un ajuste de cuentas con nuestra historia. Porque
ahí estaban los 16, representados por los diez de La Lija más el Cuarteto
devenido en quinteto (sumando el cello de Josefina García), y estábamos nosotros,
el coro, completando el número. Porque, como dijo Scalabrini, “para el
espíritu, las resurrecciones son cosas sin asombro”.
Carlos Semorile