“Mañana es tarde y el tiempo apremia”, es la sentencia de la canción
“Mujer” que la mayoría de nosotros escuchó, probablemente, en la
magnífica versión de Amparo Ochoa y que simboliza una de las
motivaciones que tuvo la generación de la post-guerra para querer
realizar un cambio radical a una sociedad que ya no toleraba más
injusticia y desigualdad.
El otro día asistí a un seminario extraordinariamente interesante
sobre reducción en riesgo de desastres. Expusieron dos japoneses, un
profesor básico y un especialista, sobre una iniciativa de cómo enseñar a
niños en el aula acerca de la prevención ante catástrofes. Esto se
desarrolla en diferentes dimensiones: incorporando el concepto a las
materias tradicionales (por ejemplo en enunciados de álgebra: “Si una
persona necesita X litros de agua, ¿cuántos litros necesitará en X
días?”), mediante juegos (competencia de relevo con baldes), creatividad
(hacer bandejas de papel usando técnicas de origami), memoria (quiz:
¿qué artículos llevo en mi mochila de emergencia?). Pero no sólo se
trata de actuar. También de tener una conexión más profunda. Para esto,
elaboraron cómics que ilustran situaciones extremas. Pero estas
historietas llevan “una trampa”: algunas viñetas tienen una burbuja en
blanco que se debe rellenar. “Así – explicaba el profesor – se estimula
al niño a ponerse en el lugar de quien está viviendo una situación de
emergencia y pensar qué diría, o sobre todo, qué sentiría la persona
afectada”.
Este proyecto que se desarrolla en escuelas japonesas se está
enseñando en una escuela chilena a modo de proyecto piloto, motivado en
gran medida por nuestra hermandad con el pueblo nipón con respecto a
terremotos y maremotos cuya crueldad sufrimos normalmente de manera
conjunta con diferencia de meses. En la presentación, una de las
involucradas, chilena, quiso hacer hincapié en lo que llamó “nuevos
conceptos sobre Derechos Humanos”, basándose en afirmaciones de Humberto
Maturana. Una de ellas sugiere: “El derecho a equivocarnos”.
Sin duda, la equivocación es parte del aprendizaje racional. La
famosa técnica de prueba y error de los experimentos científicos. Es
cierto que si quiero aprender matemáticas, tengo que comenzar por
equivocarme. Y me equivocaré muchas veces. Y de tanto equivocarme en las
ecuaciones, terminaré entendiéndolas. Y sabiendo esto a priori, decido
estudiar y acepto disponer de muchas horas de mi tiempo en mi escritorio
resolviendo ejercicios. La equivocación aquí es planificada, por lo
tanto, la acepto dentro de mis tareas normales. Pero cuando la
equivocación puede traer consecuencias negativas a mi vida o a la de
terceros, ya no estoy segura de si sea la estrategia apropiada.
En la vida, todas las decisiones traen consecuencias. Siempre. Hasta
la más mínima. Y una decisión equivocada puede generar un dolor difícil
de sobrellevar después. Que se puede tener resiliencia y superar, sí.
Que a veces sea la única determinación digna y se opte por ella aun
conociendo sus consecuentes sinsabores, también. Pero en este camino,
también están quienes no se sobreponen a la tristeza y quedan sumidos
para siempre en la desesperanza. Y bajo esta mirada, me parece
preocupante que la complacencia se esté dictando como una verdad
absoluta. Porque la vida de las personas no es un laboratorio de
química. Hay sentimientos involucrados, anhelos, proyecciones de
felicidad. Y ciertas desilusiones o frustraciones que pueden resultar
irreversibles.
Vuelvo a la pregunta inicial: ¿el tiempo apremia? Los japoneses saben
que sí. Cuando ocurre un tsunami, no hay tiempo de comenzar a
preguntarse cómo salvar vidas. Por eso están preparando a sus ciudadanos
desde su más temprana infancia. También lo supieron quienes creyeron
que ya no se podía esperar más por un mundo en que “la vida comienza
donde todos son iguales”. Y también lo sabía nuestra propia Gabriela
Mistral, una de las personas más modernas y revolucionarias que haya
tenido nuestro continente americano, cuando sostenía, hace décadas: “El
futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde”.
Valeria Matus