viernes, 8 de diciembre de 2017

Un libro para Uma




“¿Vos hacés libros?”, me pregunta nuestra sobrina Uma, que de repente se ha puesto seria. “El Tío Pablo hace películas”, agrega con calculado suspenso. Y el remate es antológico y acojonante: “¿Vos me podés hacer un libro para mí? Un libro que sea de cuentos infantiles”. Eso me pasa por gastarla, pienso. Hasta hace un rato me reía diciéndole que la torta de almendras, chocolate y frutillas era obra mía. Le hacía gestos como de revolver la mezcla laboriosamente, inventaba ingredientes, metía la gamba. Pero, ahora, ¿de qué me disfrazo? ¿De dónde voy a sacar historias que le puedan interesar a esta preciosa?        

Por distintos motivos, he leído algunos libros infantiles en el último tiempo  y, cada uno a su manera, todos me resultan tiernos, atrevidos y osados –en el sentido de delirantes-, creativos y concisos, y efectistas en el mejor sentido del término. Esa gente sabe lo que hace, y lo hace de maravilla. Y también sus dibujantes. Parece ser que arman duplas imbatibles. Unos ponen la historia, y los otros la dibujan, ¿será así?

Me imagino un libro, entonces, donde le cuente a Uma algunas cosas ciertas y otras cosas imaginadas (“un poco con amor, un poco con verdad”), todas escritas “en cascada” y dejando muchos espacios libres como para que sea ella la que haga los dibujos en su propio “libro”. ¿Le gustará esta idea, o será que anhela un trabajo “terminado y todo”?

 Podría contarle, como hacía Brigi con Vito, “El cuento del pedito”, pero eso sería si supiera cómo era esa historia que terminaba en una sonora onomatopeya. Eso es narrativa oral, me digo, y sigo tan perdido como antes. Por mi mente pasan elefantitos, barriletes, conejos, ¡pianistas!, delfines, equilibristas, bosques con arroyitos cristalinos, globos aerostáticos, carruajes antiguos, perritos quisquillosos y vecinos malhumorados, pero ni noticias de uno o varios “cuentos infantiles” que estén a la altura de la muy despierta inteligencia de la dulce Uma.

No se me cae una idea, y se supone que hace libros el “Tío Carlitos” (me mata cuando me dice así, casi siempre en son de reto por alguna “desobediencia” a las reglas de los juegos que se inventa con extraordinaria facilidad). Pero éste es un pedido serio, de esos que no admiten una “salida elegante”. Así que si saben una historia infantil, les imploro se la hagan llegar cuanto antes al desolado “Tío Carlitos”.

Carlos Semorile