“La humanidad se reproduce
de boca a oreja”
El arte de susurrar fue introducido en Argentina por Mirta
Collangelo*. Es ingrata la tarea de tener que usar palabras explícitas para
quien no ha tenido la suerte de ser sorprendido por él. En principio, se
requieren por lo menos dos personas. Un susurrador y un surrado. El primero
presta su boca. El otro presta la oreja. Entre uno y otro, media una
poesía y un objeto a su vez llamado “susurrador” en español (“ruiseñor” en
francés, ya que la iniciativa nace en Francia, como lo veremos de inmediato). El
susurrador/ruiseñor es un tubo de cartón de aproximadamente 1.80 m por
donde viajan las palabras susurradas. Aunque en Argentina la experiencia suele
estar muy presente ahí donde hay niños, tanto acá, como allá, el arte de susurrar
se dio primero entre adultos y sigue siendo una actividad practicada entre
adultos. Con lo cual se puede aclarar que el arte de susurrar es un arte para
todos. Sin restricción.
Existe un sitio internet dedicado al colectivo de artistas franceses que desarrolla la
propuesta desde el año 2001. Les Souffleurs. Commandos
poétiques. El nombre no es casual. Y aunque hay más de un guiño en esos comandos poéticos, no
se trata solo de un guiño sino de una auténtica filiación. En definitiva, esta
ocurrencia de unos cuantos valientes... hace feliz a la gente… y nunca se trató de
otra cosa sino de expandir felicidad. Entre los postulados del grupo la idea de apuntar a un “ralentissement du monde”:
una desaceleración del mundo. Generando, como lo cuenta Olivier Comte, una
metáfora de la transmisión del saber que se propone a su vez “delibrar” (sacar
de los libros) ese tesoro que encierra todo texto poético (ver video).
Sugerimos a los lectores que no hablan francés, que vean de todas formas el
corto video y lean lo que dicen los
rostros de los susurrados.
Aunque este colectivo interviene en el marco de encuentros
artísticos como puede ser el Festival de Teatro d’Avignon, lo suyo
es llevar esa palabra poética ahí donde no llega sola. Así, una de las muchas actividades
realizadas ocurrió en un galpón ubicado en el norte de París, galpón de la
municipalidad desde donde salen los empleados encargados de recoger
la basura de la ciudad. A las 5.00 de la mañana llegaron los susurradores, dispusieron
velitas en medio de las máquinas. Todo el galpón quedó iluminado. Un músico se
presentó con un violoncelo. Se trajeron reposeras. Al acercarse la hora de
la llegada de los laburantes, los susurradores se escondieron.
“Aparece un primer trabajador. Sorprendido. Intimidado, sin
duda. Mira su local transformado en un circo mágico lleno de luces y reposeras. Una mujer
vestida de negro se acerca despacito. Lo invita con gesto lento y tierno a
que tome lugar en la reposera. No pareciera decir que no… Lo
acompaña. El hombre se sienta. Vino para laburar y le están ofreciendo media
hora de tiempo suspendido. Luego, no inmediatamente, ella tomará el largo tubo
negro para acercarlo al oído del hombre sentado, y desde el otro extremo, le
susurrará palabras. Palabras de poetas que hablan de la noche, del alba, del
cielo (…). No todos los trabajadores aceptarán. Algunos no se atreven a
avanzar, se quedan cerca de la puerta. No importa. Es incluso
previsible. Los que están vestidos de negro van y vienen como si estuvieran
paseando bajo un cielo estrellado. Sin palabras. Una extraña dulzura ha
penetrado en el lugar. No se escucha ninguna voz (….). A las 6.10 empieza la
actividad del día. Los trabajadores van en busca de su vehículo. Se escucha el
ruido de los motores. El violoncelista ha dejado de tocar. Las mujeres y los
hombres vestidos de negro se hacen a un costado, formando una línea a lo largo
del camino por el que pasarán los camiones de la basura antes de recorrer las
calles de Aubervilliers. Los conductores saludan con una sonrisa y un signo de
la mano hacia donde están ellos con sus paraguas y sus abanicos. Antes de subir
a su camión uno de ellos les dice: “C’est genial”. Y otro: “Gracias por mi
renacimiento”. Los vehículos se van. Los susurradores se reúnen al interior,
cierran sus paraguas. C’est fini”**.
Cándida
* Se recomienda enfáticamente la lectura del libro de Mirta Collangelo (1942-2012), maestra, educadora por el arte, susurradora de poesía, que desarrolló su trabajo en Bahía Blanca y permitió la expansión de este arte en Argentina, hoy ejercido por numerosos colectivos. Cf. Mirta Collangelo, De susurros y susurradores, Córdoba, Comunic-Arte, Colección educación popular, 2015.
** El relato es una adaptación del francés. Cf. « Les
souffleurs, chuchoteurs de poésie », J.P. Thibaudat, Le
Nouvel Observateur, 29/01/2011.