El patio de los libros es un lugar donde nos reunimos los lunes, después
de la escuela, a tomar la merienda y luego a compartir los libros. Nos sentamos
en almohadones porque así tenemos lugar y estamos cómodos. Luego leemos
en voz alta para todos. De esas lecturas pueden nacer charlas o juegos. Juegos
y charlas. Intercambios. Experimentos.
Sucedió que ayer festejábamos el
cumpleaños de una de las nenas. Otra nena se vino con una bolsa con decoraciones, atenta a esos
detalles que son tan importantes cuando uno está de fiesta. Es una delicia,
como dijo alguien alguna vez, ver cómo los chicos se tratan unos a otros, los
gestos, la ternura. A los adultos que inventamos esta historia nos
cuesta a veces concentrarnos y no sabemos si debemos leer el libro o leerlos a
ellos, lo que dicen sus ojos, sus sonrisas, sus silencios, sus palabras, sus
idas y venidas también por el patio, que no siempre son señal –sea dicho de
paso– de distracción sino todo lo contrario. Hay muchas maneras de atender lo
que ocurre ahí. Los chicos nos lo enseñan a cada rato. (A Laura y a mí).
Ayer, entonces… le robo la
expresión a Gustavo Roldán que vive en el patio, junto a muchos otros autores que
nos acompañan los lunes… Ayer, decía… El
patio era una fiesta… Porque no solamente habíamos logrado encontrarnos una
vez más después de quince días de ausencia… no solamente había un cumpleaños
que celebrar y eso nos hacía felices… sino también porque ayer teníamos (y era
la primera vez) invitados especiales. Dos amigos que hacen música juntos desde
hace más de 50 años.
El asunto fue así. En semanas
anteriores estuvimos leyendo una poesía de Javier Villafañe, poeta, escritor,
titiritero, maestro de titiriteros, inspirador a su vez de otras obras que
comprenden la suya. El poema dio lugar a un juego donde cada chico tomaba el
pedacito que le gustaba más y se lo guardaba como un secreto… para luego
decirlo en voz alta y otro tenía la tarea de adivinar de quién era esa voz que
decía las palabras. También les contamos que ese poema había sido
hecho canción por el Tata, el mismo Tata con quienes se encuentran ahí, todos
los lunes, lo que no es exactamente una casualidad (pero muy largo de contar).
Y que esa canción había sido interpretada por un grupo que se llama así y asá.
Un grupo del que forma parte este amigo, que tiene un nombre como todos nosotros
pero a quien nosotros llamamos “El Profesor”. Y que estaba de visita porque vive
también en París. Sucedió que ayer los dos amigos, los dos músicos estaban en
casa… y se nos ocurrió invitarlos para que cantaran esa canción hecha con un
poema de Javier, de quien ambos fueron amigos, ¿y cómo hacemos? ¿Cómo los
invitamos?
Hubo varias propuestas. “Se lo pedimos con falsas lágrimas”… “Se lo pedimos... por favor”… “Se lo
pedimos con un poema…!” (Esa fue Laura). Y ahí no más, como si siempre hubieran
estado haciendo poemas, los chicos hicieron lo suyo, palabras van,
palabras vienen hasta que quedó este verso.
SOÑAMOS QUE VENGAN A
CANTARNOS
LA CANCIÓN QUE JAVIER NOS REGALÓ
LA CANCIÓN QUE JAVIER NOS REGALÓ
Y como en el patio tenemos
ruiseñores (o susurradores, vale decir un instrumento que permite que una
poesía viaje de boca a oreja sin pasar por ningún libro), se decidió que se
invitaría a los amigos, a los músicos, susurrando el verso.
Dicho y hecho. Hubo dos
voluntarias. Otro se encargó de vigilar a la Luna (que es la perra) para que no
se comiera la torta, se la puso en los brazos y se sumó a la comitiva compuesta
por varias nenas que acompañaban a las susurradoras. Y así fue como
los niños invitaron a los músicos que accedieron a la invitación de igual
manera (susurrando). Y se vinieron al patio con sus instrumentos (una guitarra
y una viola), donde pusimos unas sillas y en un banquito dos réplicas de
juguete que encarnan a estos mismos músicos (otra historia larga de contar...).
Y ahí pasó que los músicos tocaron la canción que Javier nos regaló y lo que no se cuenta aquí se lo
podrán imaginar.
Posdata
La cumpleañera cumplía 8 años. El
cantor cumplirá en estos días los 80.
Cuando volvimos a la cocina, la
torta estaba… a salvo… ¡y riquísima!
Todo esto pasaba ayer, en esta
calle, en esta ciudad.
En este país, en este mundo.
Que conste.
A.
De ida - Donde se invita a los músicos |
De vuelta - Donde se acepta la invitación |
Ellos, los chicos... |
Los mismos y Laura |