sábado, 28 de mayo de 2022

viernes, 27 de mayo de 2022

"Rosa Luxemburgo, la última lectora" por Pierina Ferreti

Nota publicada el 18 de enero 2021 en Lobo Suelto.

En un texto publicado en El último lector, Ricardo Piglia evoca escenas de la vida de Ernesto Guevara que le permiten reflexionar acerca de las relaciones tensas y productivas entre lectura y política. Una de las de mayor dramatismo se sitúa en el desembarco del Granma en diciembre de 1956.

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sábado, 21 de mayo de 2022

"La vida juega conmigo a un eterno escondite..."

A Luise Kautsky

(…)

¡Escríbanme! Mis ideas están con el Sindicato minero del Rin y Westfalia; mi corazón, junto a usted en Holanda.

Suya siempre y siempre incorregiblemente feliz,

 Rosa

 

24.

 

(Sin fecha. Zwichau, 1904) 

Muchas gracias mi queridísima, por el retrato de Carlos con su encantadora dedicatoria. El retrato es magnífico, la primera imagen suya realmente buena que veo. Los ojos, la expresión, todo magnífico. (¡Pero esta corbata, esta corbata, con su hormigueo de lunares blancos que fascinan literalmente la vista! Esta corbata bastaría para justificar el divorcio. ¡Sí, sí, así somos las mujeres! Por sublime que sea su espíritu, en lo primero que nos fijamos es en la corbata.). Sí, este retrato me gusta mucho. Ayer recibí carta de la abuela; me escribe muy cariñosa, queriendo fortalecer mi moral, pero sin acertar a disimular, la pobre, su propria depresión. Salúdala muy cordialmente en mi nombre; espero que habrá recobrado ya su buen humor; aquí, al menos, hace un tiempo hermosísimo. No obstante, me parece que el mundo anda un poco desquiciado desde que yo no estoy ahí. ¿Es cierto lo que leí en el “Tageblatt”? ¿Ha demitido Franciscus [Franz Mehring]? ¡Pero esto sería una debacle, un triunfo para todo el quinto estado! ¿No hubo modo de evitarlo? Esto me ha afectado y abatido de verdad. Y, encima, no me das ningún detalle, ¡eres horrible!

Anochece; una brisa suave entra por el tragaluz de mi celda, agita dulcemente mi pantalla verde y hojea delicadamente el tomo abierto de Schiller. Fuera, cruza delante de la cárcel un caballo que vuelve a su cuadra lentamente, y sus cascos golpean el empedrado despacio y rítmicamente, en la paz de la noche. De lejos llegan, apenas perceptibles, las notas caprichosas de una harmónica con la que algún aprendiz de zapatero, de paso descuidado, sopla un vals. Una estrofa que he leído hace poco no sé dónde aflora en mi memoria: “Recostado entre colinas – tu jardincito apacible  en que rosas y claveles – esperan ya a tu amada – Recostado entre colinas – tu jardincito apacible…” No llego a comprender el alcance de estas palabras, ni sé siquiera si tienen alguno, pero, asociadas a la brisa que me acaricia el pelo, me mecen y dan a mi ánimo una rara nostalgia. Esta brisa traidora, me llama de nuevo a los lejos –ni yo misma sé dónde. La vida juega conmigo a un eterno escondite. Siempre me parece que no está en mí, ni donde yo estoy, sino en algún sitio lejano. En otro tiempo, allá en casa, me deslizaba al amanecer hasta la ventana –¡Oh! Nos estaba severamente prohibido levantarnos antes que nuestro padre – la abría despacito y miraba hacia afuera, hacia el gran patio. Seguramente que no había gran cosa que ver allí. Todo dormía aún; un gato cruzaba el patio con su paso aterciopelado, dos gorriones se peleaban chillando descaradamente, y el corpulento Antonio, metido en su zamarra corta, que usaba lo mismo en verano que en invierno, estaba plantado junto a la bomba, con las dos manos y la barbilla apoyadas en el mango de la escoba, y un profundo aire de meditación en su cara adormecida y sin lavar. Porque aquel Antonio era hombre de tendencias elevadas. Todas las noches, después de cerrar la puerta cochera, se acomodaba en el banco del vestíbulo que le servía de lecho, y deletreaba en voz alta, a la luz incierta del farol, la “Gaceta de Policía”, publicación oficial, y su voz resonaba por toda la casa como una letanía ininteligible. En aquellas lecturas sólo le movía un amor desinteresado por la literatura; no entendía ni una jota de lo que leía, pero le gustaban las letras como tales letras y nada más. Lo cual no quiere decir que fuera un hombre fácil de contentar. Cuando un día le presté, a su instancia, “Los orígenes de la civilización”, de Lubbock, que acababa yo de empezar a leer con ardiente fervor, pues era mi primer libro “serio” – me lo devolvió al cabo de dos días diciendo que aquel libro “no valía nada”. Yo necesité muchos años para comprender cuánta razón tenía Antonio. Este Antonio empezaba siempre su jornada sumiéndose por algún tiempo en profundas meditaciones, de las que salía sin transición, indefectiblemente, con un enérgico, estrepitoso y estremecedor bostezo, y este bostezo libertador significaba siempre: ¡Ahora, a trabajar! Todavía me parece oír el ruido del chasquido que producía Antonio pasando al sesgo su escoba húmeda sobre el suelo, cuidando a la vez, por refinamiento estético, de describir en los bordes graciosos festones regulares que hubieran podido pasar por un delicado encaje de Bruselas. La gracia con que barría el patio era todo un poema. Era también el más hermoso instante del día, antes de despertarse la vida oscura, estrepitosa, ruda, machacona, de la gran casa de vecindad. La augusta calma de la hora matinal se derramaba sobre la vulgaridad del suelo; arriba, en los cristales, chispeaban los primeros oros del sol naciente y, más arriba aún, flotaban nubecillas vaporosas, sonrosadas, antes de disolverse en el cielo gris de la ciudad. Por entonces, yo creía firmemente que la “vida”, la “verdadera” vida estaba en algún sitio muy apartado, no sabía dónde, lejos, del otro lado de los tejados. Desde entonces, no he cesado de buscarla. Pero no logro darle alcance, pues siempre se esconde detrás de algún nuevo tejado. En fin de cuentas, todo fue una burla cruel para conmigo, ya que la verdadera vida se quedó precisamente allí, en aquel patio en que, por vez primera, leí con Antonio “Los orígenes de la civilización.

Os abraza cordialmente,

 Rosseta

 

Cartas de la prisión, Rosa Luxemburgo, Madrid, Cenit, 1931, pp. 60-63

 

viernes, 20 de mayo de 2022

"Tú no puedes enseñar a nadie a amar, tú tienes que amar..."

Para lectores frecuentes del blog dejo entrevista con mención al aumento y al uso del mínimo de poder (o "metro cuadrado"), minuto 13 y siguientes. Para lectores no frecuentes del blog... todo... Paulo nuestro de cada dia...


martes, 17 de mayo de 2022

"Voy por las transparencias..."

 

“…voy por las transparencias como un ciego,
un reflejo me borra, nazco en otro,
oh bosque de pilares encantados...”

Octavio Paz 

 

niño descubriendo un reino




Estas y otras fotografías de Mónica Miller pueden verse en estos días en el Café Margot (Boedo 857), invita Baires Popular.

miércoles, 4 de mayo de 2022

Buenos Aires, una esquina

Aceptar lo efímero, dicho así, puede sonar tan duro como bello. Ante el vértigo y la inercia que nos sobrevuelan como aves rapaces quizá meditar sobre esto sea un buen golpe de revés y de resistencia a tal asedio. Un yuyo tierno y de cara al sol nos llama desde una esquina de Del Barco Centenera en dirección a Pompeya. Asoma emergiendo entre adoquines embebidos de diésel y nafta, mantillo-resaca que sepulta y redime un instinto de vida. Y vuelve. Esa fascinación que cada tanto suspende la oscuridad para recibir como por encanto la música y la poesía se dio lugar anteanoche en Parque Chacabuco, donde el Tata Cedrón, ahora con formación de quinteto, tocó y despidió a Miguel Praino, de vuelta a su casa, en Francia. Un día especial: las Madres de Plaza de Mayo cumpliendo 45 años de lucha, las resonancias del formidable discurso inaugural de la Feria del Libro de Guillermo Saccomano y el Día Internacional de los Trabajadores en ciernes formaban un excelente collar de eventos por cierto queribles y portadores de una dosis de ánimo que bien falta nos hace. La formación del Tata (Miguel Praino, viola; Daniel Frascoli, guitarrón; Julio Coviello, fueye; Federico Tarranova, viola; Tata Cedrón, guitarra y voz) sonó de maravillas, pulida y con una carga de sentimiento que si bien jamás falta en las presentaciones, pareció esta vez venir con un plus de energía extra producto tal vez del estreno de un nuevo lugar, La Tierra Invisible, recinto cultural destinado a otorgarle visibilidad a lo que diariamente nos retacea la matrix del entretenimiento, ese dopaje cotidiano que nos transforma en enemigos de nosotros mismos, nos aleja de nuestros pares, anula los orígenes, clausura las identidades y sepulta la esperanza. Así, con el fresco otoñal desplegando sus alas sobre la Ciudad, el quinteto abordó a Brecht, Tuñón, Gelman, Yupanqui y Manzi, entre otros, esos eslabones que orbitan la belleza y la acercan a través de las manifestaciones populares cuando son genuinas. En las mesas, guiso, empanadas y vino. Un blend post-pandemia contundente y vigoroso. La estruendosa salva de aplausos al final de cada canción fue veredicto de un auditorio con mucha juventud arrimando sensibilidad y apertura. Hacia el final del concierto y luego a apretar un par de clavijas del extremo del diapasón y pedirle discretamente a Julio “dame un sol…”, esta solicitud de naturaleza técnica deviene resignificada en la cabeza de este servidor y muta en un pedido transgeneracional, casi la entrega de un testimonio. Ahora sí, la mirada del Tata, con la guitarra acunada, como meciendo un sueño, desde el escenario, se dispara hacia el cruce de calles ahí nomás, sobre Estrada, como semblanteando un futuro posible, algo que prodigue cobijo a tanto desamparo, a tanta desnudez, a tanta diatriba agorera que nos pretende investidos de mero consumo, vil desmemoria y secos de amores.

 

Daniel Goñi