“Pensó en su tío. Su tío con voz gruesa y con cara de malo. Solo ella sabía que era bueno. Mucho tiempo tuvo esa creencia de que solo ella sabía que era bueno. Por los paseos. Los paseos de la mano y los relatos. Porque su tío conocía piratas muy peligrosos. Así le dijo una vez o parecido cuando el paseo fue hasta la playa, y la hizo mirar con mucha atención, con muchísima atención algo que no podía ver porque era de noche. Y la noche, al igual que el mar, era inmensa y se podía recorrer sin descanso. Sin miedo. El tío le había contado aquella historia acerca de un ataque al sol. Unos maleantes una vez se propusieron robárselo y lo esperaron, en barcas, en el lugar donde el sol se pone. El sol los enfrentó valientemente pero fue herido por una lanza envenenada y todo se tiñó de rojo alrededor. De ahí el crepúsculo. Durante años, el sol no había vuelto a salir y los habitantes de varios pueblos, como si esa fuera su condena por no haber sabido defender al sol, se habían quedado a oscuras. Siempre mirando al mar, los ojos fijos en el lugar de la caída. Hasta que alguien, el tío no sabía decir quién, y no quería mentir, pero alguien que él suponía podía ser un niño, o una niña, había mirado en otra dirección y sólo ahí el sol se levantó. […] Cuando el sol desaparece, había dicho el tío, tú tienes que dar la espalda al mar. Y el sol aparecerá por ahí. O por allá. Mira bien. Por donde menos lo esperas.”
Ana Vidal