miércoles, 10 de octubre de 2012

Los Cantores de Ciudad Evita




Se me hace cuento que empezó Ciudad Evita porque la juzgo eterna como las canciones que allí cantaban mis tíos en rondas de amigos  y “compañeros” (los términos son intercambiables), que reían y leían mientras se amaban y pensaban, y discutían metáforas y consignas como modos de hacer que la realidad no fuese indigna ni mezquina. En muchas de las 25.000 casas de “La Ciudad”, las madres de estos muchachos cocinaron política para sus hijos, porque en ese ámbito -la cocina, el lugar donde se pasa más tiempo que en casi ningún otro lugar de la casa-, ellas transmitieron un legado y pusieron a punto el peronismo como “cultura del oprimido”. “Esta circunstancia -escribió alguna vez Gregorio Levenson- se repite en miles de familias. De ellos nuestra memoria rescata a las de Lizzasi, Bettanin, Troxler, Osatinsky, la del autor de este trabajo, Chaves, Cedrón, etc.”. Y el sábado pasado tuve la dicha de juntar a una parte de esta “tribu dispersa”, al Tata Cedrón, de los pagos calamares de Platense, y a algunos de los cantores de la Ciudad Evita: Jorge Marinovich, Coco Alvero, Pepe Miguez. Los de “La Ciudad” cantaron las canciones de mis tíos, Juan Pablo y “Marucho” Maestre, para rescatarlas de un injusto olvido. Pero también interpretaron las de otros muchachos (del Negro Herrera, del Gordo Miguez, y otros que ya no están), y tanto cantaron, y tan bueno, que el Tata preguntó si en aquellos años hacían otra cosa aparte de estar de farra. Luego, él también se sumó al canto y entre todos hicieron un repertorio de zambas, huellas y estilos tan hermosos que motivaron una reflexión colectiva respecto de que esa riqueza es nuestra, y que ella y no otra nos expresa. Hace rato que el Tata viene bregando para que se conozca, se difunda y se valore el capital simbólico que encierra este “sonido criollo”. Pero tales cuestiones, junto con la enjundia que merecen, quedan para otro escrito. Hoy, feriado adelantado, esa “antología bárbara” de la insustituible música argentina, el Tata y sus amigos la llevaron a cabo en la verdulería de José. Pero además, anoche los suramenicanos ganamos Venezuela y quiero pensar, junto a Jorge Marinovich, que Juan Pablo Maestre nos lo dejó escrito en su bella canción: “Un alba lejana, hombro y corazón”.

Carlos Semorile