Se me hace cuento que empezó Ciudad
Evita porque la juzgo eterna como las canciones que allí cantaban mis tíos en
rondas de amigos y “compañeros” (los
términos son intercambiables), que reían y leían mientras se amaban y pensaban,
y discutían metáforas y consignas como modos de hacer que la realidad no fuese
indigna ni mezquina. En muchas de las 25.000 casas de “La Ciudad”, las madres de
estos muchachos cocinaron política para sus hijos, porque en ese ámbito -la cocina, el lugar
donde se pasa más tiempo que en casi ningún otro lugar de la casa-, ellas transmitieron
un legado y pusieron a punto el peronismo como “cultura del oprimido”. “Esta
circunstancia -escribió alguna vez Gregorio Levenson- se repite en miles de
familias. De ellos nuestra memoria rescata a las de Lizzasi, Bettanin, Troxler,
Osatinsky, la del autor de este trabajo, Chaves, Cedrón, etc.”. Y el sábado
pasado tuve la dicha de juntar a una parte de esta “tribu dispersa”, al Tata
Cedrón, de los pagos calamares de Platense, y a algunos de los cantores de la Ciudad Evita: Jorge
Marinovich, Coco Alvero, Pepe Miguez. Los de “La Ciudad” cantaron las
canciones de mis tíos, Juan Pablo y “Marucho” Maestre, para rescatarlas de un
injusto olvido. Pero también interpretaron las de otros muchachos (del Negro
Herrera, del Gordo Miguez, y otros que ya no están), y tanto cantaron, y tan
bueno, que el Tata preguntó si en aquellos años hacían otra cosa aparte de
estar de farra. Luego, él también se sumó al canto y entre todos hicieron un
repertorio de zambas, huellas y estilos tan hermosos que motivaron una
reflexión colectiva respecto de que esa riqueza es nuestra, y que ella y no
otra nos expresa. Hace rato que el Tata viene bregando para que se conozca, se
difunda y se valore el capital simbólico que encierra este “sonido criollo”.
Pero tales cuestiones, junto con la enjundia que merecen, quedan para otro
escrito. Hoy, feriado adelantado, esa “antología bárbara” de la insustituible
música argentina, el Tata y sus amigos la llevaron a cabo en la verdulería de
José. Pero además, anoche los suramenicanos ganamos Venezuela y quiero pensar,
junto a Jorge Marinovich, que Juan Pablo Maestre nos lo dejó escrito en su bella
canción: “Un alba lejana,
hombro y corazón”.
Carlos Semorile