En 1949 decía D’Arienzo: "A mi modo de ver,
el tango es, ante todo, ritmo, nervio, fuerza y carácter. El tango antiguo, el
de la guardia vieja, tenía todo eso, y debemos procurar que no lo pierda nunca.
Por haberlo olvidado, el tango argentino entró en crisis hace algunos años. Modestia
aparte, yo hice todo lo posible para hacerlo resurgir. En mi opinión, una buena
parte de culpa de la decadencia del tango correspondió a los cantores. Hubo un
momento en que una orquesta típica no era más que un simple pretexto para que
se luciera un cantor. Los músicos, incluyendo al director, no eran mas que
acompañantes de un divo más o menos popular. Para mi, eso no debe ser. El tango
también es música, como ya se ha dicho. Yo agregaría que es esencialmente
música. En consecuencia, no puede relegarse a la orquesta que lo interpreta a
un lugar secundario para colocar en primer plano al cantor. Al contrario, es
para las orquestas y no para los cantores. La voz humana no es, no debe ser
otra cosa que un instrumento más dentro de la orquesta. Sacrificárselo todo al
cantor, al divo, es un error. Yo reaccioné contra ese error que generó la
crisis del tango y puse a la orquesta en primer plano y al cantor en su lugar.
Además, traté de restituir al tango su acento varonil, que había ido perdiendo
a través de los sucesivos avatares. Le imprimí así en mis interpretaciones el
ritmo, el nervio, la fuerza y el carácter que le dieron carta de ciudadanía en
el mundo musical y que había ido perdiendo por las razones apuntadas. Por
suerte, esa crisis fue transitoria, y hoy ha resurgido el tango, nuestro tango,
con la vitalidad de sus mejores tiempos. Mi mayor orgullo es haber contribuido
a ese renacimiento de nuestra música popular."