viernes, 16 de octubre de 2015

La ternura






Estaba en mi último año de liceo, cuando leí “La base” de Luis Enrique Délano en una edición cuya portada tenía una fotografía de una mujer alzando el puño en medio de una manifestación. Me encantó esa novela que contaba distintas facetas de la vida de jóvenes comunistas en los años 50 en Chile a través de un chico y una muchacha que, de paso, se enamoran. Y también me fascinaba la fotografía de la portada. Incluso la utilicé para una tarea en clases de francés donde se pedía escribir un ensayo inspirado en alguna imagen o documento visual. Elegí ésa porque me transmitía entonces mucho sentido de humanidad. 

Luego, diversas lecturas nuevas que aliviaron varias expectativas frustradas me hicieron olvidarla. Hasta que el mes pasado, en una exposición de fotografías sobre la dictadura, en una vitrina, ahí la reencontré exhibida. Tuve un minuto de total impacto. Fue como volver a los 17. ¡Cómo se me había podido borrar por completo de la memoria por más de dos décadas ese rostro que tanta ilusión me había generado en mi juventud! Muchas veces me había preguntado quién habría sido el fotógrafo, dónde la habría tomado. Y ahí, 25 años después, me encontraba frente a una respuesta que había dado hacía mucho por perdida. 

En alguna novela cuyo título no podría especificar, Milan Kundera (leí todas sus obras de corrido el año 94 de modo que a estas alturas se me confunden) narraba la historia de una viuda que llora por años a su finado marido. Un día descubre que éste le había sido siempre infiel. Que ese hombre que ella había creído su razón de ser en realidad sólo había significado tiempo perdido y deja abruptamente su luto. Kundera sostiene a través de este relato, que la creencia de que no se puede cambiar el pasado, por lo tanto, uno sólo debiera enfocarse en el futuro es errónea. El pasado no es ni estático ni inamovible. Puede modificarse y mucho. Pasado y futuro quedan entonces sujeto a los mismos determinantes. 

Dicen que las heridas de la infancia quedan para siempre en algún lugar de nuestro ser. Y así, de cuando en cuando sangran, duelen. También aterran y paralizan. También destruyen. Pero los instantes vividos de felicidad y fortaleza pasadas dejan de la misma manera un cimiento inquebrantable si no nos limitamos a mirarnos a nosotros mismos sólo cuando estamos acongojados y queremos una explicación a nuestra melancolía, sino que nos permitimos reconstruirnos sobre la ternura recuperada.

Valeria Matus