En su notable artículo “What is our silence worth to Miley Cyrus?* (¿Cuánto vale nuestro silencio para Miley Cyrus?), el autor Andy
Andrews se refiere a lo peligrosa que resulta nuestra pasividad cuando se trata
de promover a personas cuyo trabajo vale ser conocido y reconocido. Deja de
manifiesto cuánto le molesta que tantos se quejen por los libros y canciones
que destacan en los medios, siendo que es muy poco lo que al final la gente
hace al respecto, más allá de lamentarse.
La inversión que
realizan en su marca personal cantantes como Justin Bieber le ha permitido
tener un despliegue a nivel tan masivo -e incluso invasivo- que uno lo reconoce,
aunque no tenga el más mínimo interés en hacerlo. Bajo la misma lógica, yo conozco
Coca Cola, aunque no la tome porque prefiero la limonada o el jarabe de
granadina. Al igual que Andy Andrews, escucho, entre otros, a Sugarcane Jane. Y estoy segura que la
mayoría de quienes están leyendo estas líneas deben estar preguntándose: “¿Quiénes serán?”. Pero mientras no hablemos
de ellos, contribuimos a que la notoriedad de Justin Bieber –y de paso su
cuenta bancaria- siga aumentando. En el entretanto, muchos creadores geniales
han muerto en el hambre y el frío.
Sugarcane Jane es un dúo
de música country, integrado por
Anthony Crawford y su mujer Savana Lee. Esta pareja de fabulosos compositores e
intérpretes ha grabado en pocos años 5 álbumes, ofrece constantemente
conciertos -principalmente en el sur de Estados-Unidos- y participa en paralelo
de extraordinarios proyectos con otros músicos. Fieles al campo y a la
naturaleza, en lo personal se concentran en su vida familiar en Alabama, donde residen
con sus tres pequeños hijos. En cuanto a Anthony Crawford, si este mundo fuera
justo, él sería una leyenda a escala mundial. Se inició muy joven en su trayectoria,
ha tocado con muchísimos grandes artistas, ha participado en giras con figuras
como Neil Young y es autor y co-autor de decenas de canciones. Me permito
suponer que es, en gran parte, una opción de ellos mantenerse de bajo perfil
(aunque parezca inverosímil, el desenfreno de la fama no es ambición de todos).
Y no creo que tengan reparo respecto a su público que, si bien no suma
millones, es leal y conocedor. Sin embargo, soy insistente en el hecho que
debieran, para beneficio de nosotros los espectadores, ocupar un lugar mucho
más importante en el reconocimiento colectivo.
Nuestro silencio
vale dinero y lo cobran unos pocos. No siempre los que lo merecen ni los que
quisiéramos. Pero esto no se trata sólo de beneficio económico. Lo que está en
juego es también nuestra riqueza como sociedad. Sin duda alguna, el aparato
industrial que existe tras la cultura siempre ha sabido maniobrar. Pero en
algún momento, fue bastante más usual que en un cine se pudiera ver en una sala
una gran producción hollywoodense y en la de al lado una película de Antonioni.
Cuando teníamos poco acceso directo a la información, teníamos que salir a
buscarla. Entonces, nos movilizábamos. Preguntábamos, intercambiábamos,
compartíamos, recomendábamos. ¡Cuánta música descubrimos gracias al amigo que
nos prestó un disco para grabarlo en un cassette!
Miremos esta misma escena al revés: si esto no hubiera sucedido, ¡cuántos atesorados
momentos nos hubiéramos perdido!
En su película, “Prénom Carmen”, el director Jean-Luc
Godard hace unas apariciones como actor, en una de las cuales comenta: “Il faut chercher dans la vie. Van
Gogh, il a cherché le jaune. Il faut chercher” (“Hay que
buscar en la vida. Van Gogh buscó el amarillo. Hay que
buscar.”). Tenemos un razonable derecho a ir más allá de la primera página del
diario o de la lista de sugerencias de una aplicación virtual. Pero nuestra pereza
suele quedarse en la comodidad de confiarnos. Sin embargo, más que nunca
debemos hacer el esfuerzo de ser curiosos, activos y protagonistas. Como bien
lo explica el artículo de Andrews, nuestra apatía omite, discrimina, margina.
Deja demasiado espacio libre. Y cómo público, como oyentes, como lectores, como
admiradores, tenemos la posibilidad de influir, de aportar, pues “promocionar a una persona y su creación es
una manera en la que podemos cambiar el mundo.” ¡Y vaya que nos van
quedando pocas maneras de cambiar el mundo! No descuidemos ésta.
Valeria Matus