lunes, 26 de noviembre de 2018

Letra a letra

Este libro narra episodios de la vida de Danilo Bahamondes, primer encargado nacional de la Brigada Ramona Parra (1969), fundador de la brigada Chacón (1989). Trabajo eminentemente colectivo al que supo imprimir su sello. No se trata de una biografía ni de un estudio. Más bien de una crónica, quizás de una novela. Y entrelazada a una historia política, una historia de amistad. Un espacio que se defiende letra a letra.


domingo, 25 de noviembre de 2018

Viajar cerca



Las incoherencias son parte de la vida cotidiana, más aún cuando vivimos bajo un orden que prestablece muchos estándares. En una reciente conversación sobre este tema, se hacía referencia a lo simple que sería dejar algunas costumbres adquiridas. Sin embargo, al tan sólo proponerlo, el mundo se vuelve adverso. 

Uno de esos malos hábitos son las celebraciones comerciales. Fechas que en su origen pueden haber sido un legítimo festejo, pero que se transformaron en derroche y segregación. Conozco mucha gente que reclama contra el sistema –y uso esta palabra en términos formales, porque ya no sé a qué se refieren algunos cuando dicen eso- pero que la amanecida del 1 de noviembre despilfarran lo que no tienen en decoraciones, disfraces, además de todo el licor y juerga que implica esa noche de brujas. No quiero cuestionar la fiesta en sí ni que haya llegado de donde haya llegado. Finalmente, todo lo que hacemos viene de alguna parte y bien por los intercambios humanos. Pero creo que poco y nada tiene que ver una velada de frío en el hemisferio norte, con calabazas naturales y velas iluminando la nieve, con un Santiago primaveral saturado de objetos provenientes de nuestros múltiples tratados de libre comercio. Pero ante la más mansa propuesta mía de restarse, la más gentil calificación que he recibido es: “¡pero qué eres fome!”. 

Hoy en día no dan más de dos bolsas en el supermercado, pero los mismos que promueven rigurosamente esta medida son capaces de acumular kilos de basura plástica con adornos navideños o globos de colores para estos tan detestables baby shower que les ha dado a todos por hacer. Y así también hay quienes son violentos defensores del uso de la bicicleta, pero van de vacaciones a lugares remotos sin preguntarse ni por si acaso cuánto contamina ese avión ni en qué desastroso estado han quedado pueblos enteros con esa invasión turística. Y en esa misma línea, siempre soy la extraña. La rara que no ve televisión, que es capaz de pasar el año nuevo sola en su casa, la mala onda que nunca quiere ir participar en nada, la antisocial a la que le molesta que le celebren el cumpleaños. 

Pero estoy convencida que hay ciertas simples actitudes que en verdad importan e importa defender. Como ir más lento por la vida, no ponerse tan eufórico por boberías, juntarse en casa en lugar de malgastar yendo a lugares de moda, regalar un marca páginas, intercambiar descubrimientos. Contar: “oye, leí este texto –o escuché esta música, o vi esta película– y me acordé de ti.” Viajar cerca. Y a lugares conocidos. Algo que desconcierta por completo a la gente cuando digo que no me interesa recorrer el mundo ni descubrir parajes exóticos. Una mujer sola e independiente, que se supone es lo que soy, debiera moverse de aeropuerto en aeropuerto. Pero ¿Por qué cruzar océanos si a un par de horas tengo grandes amigos, si quiero ir a ese café, a esa librería, caminar de nuevo por esa calle? ¿Por qué todo tiene que ser lejos, e inexplorado, y apasionante? Acaso muchos, cuando pequeños, ¿no esperaban cada domingo para ir donde la abuela a jugar en su patio? ¿No pasaron años yendo a la misma playa con agua helada pero ansiaban todo el año escolar de nuevo ese verano? ¿Desde cuándo no es suficiente la fortuna de vivir cerca de una plaza o un parque y poder pasear cada día con tan solo cruzar un par de calles?


Valeria Matus

sábado, 24 de noviembre de 2018

Somos una sociedad literaria

Lo que más sorprende en esta película (que es, primero, un libro*) es el título. Tiene dos versiones. Una de ellas es: La sociedad literaria y el pastel de piel de patata. No se puede decir que sea una gran película. Quizás no sea necesario. Casi tanto como el título sorprende el hecho de que los personajes (sobre todo los secundarios) no puedan sino ser eso que son. Ser obstinadamente ellos mismos. Cumplir con su destino. No devenir otra cosa. Ser uno mismo “aunque sea corta la vida y…” Como ese personaje de pelirroja de sonrisa deslumbrante. Una mujer, crecida sin amor, que se imagina que un día aparecerá quien tiene que aparecer… y que tendrá algo de Heathcliff…

Luego, un país en guerra. La ocupación. El hambre. El miedo. Órdenes. No te reunirás. Tampoco con tus amigos. De ahí la idea que tiene Elizabeth de organizar una cena. Como si fuera poco, para comer un cerdo ahí donde se prohibió criar cerdos… Doble insolencia. Cada uno de los comensales tiene una misión. Tal invitado debe traer el cuchillo. Tal otro la ginebra. Tal otro el pastel. Y así. Con el pequeño aporte de cada uno, se hace la gran cena que todo lo transgrede. Y cuando, después de cenar, después de charlar, de reir (todas cosas prohibidas, aunque ningún decreto lo explicite), los cinco personajes se van por los caminos bastante… ebrios… los detiene la Gestapo… Así no más. Entonces deben responder: “¡qué están haciendo aquí!”. Sucede que uno de los oficiales tiene un libro en el bolsillo. De ahí la ocurrencia: 

Somos... una sociedad literaria.

Aquí detengo el relato para no traicionar la novela, para no revelar la película que sin ser grande, interpela. 

Para que cada uno imagine cómo puede seguir esta historia.


Cándida


* La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey, de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows, Salamandra, 2018.