Lo
que más sorprende en esta película (que es, primero, un
libro*) es el título. Tiene dos versiones. Una de ellas es: La sociedad
literaria
y el pastel de piel de patata. No se puede decir que sea una gran película. Quizás no
sea
necesario. Casi tanto como el título sorprende el hecho de que los
personajes
(sobre todo los secundarios) no puedan sino ser eso que son. Ser
obstinadamente ellos mismos. Cumplir con su destino. No devenir otra
cosa. Ser uno mismo “aunque sea
corta la vida y…” Como ese personaje de pelirroja de
sonrisa deslumbrante. Una mujer, crecida sin amor, que se imagina que un
día aparecerá
quien tiene que aparecer… y que tendrá algo de Heathcliff…
Luego, un país en guerra. La ocupación. El
hambre. El miedo. Órdenes. No te reunirás.
Tampoco con tus amigos. De ahí la idea que tiene Elizabeth de organizar una cena. Como si fuera poco, para comer un cerdo ahí
donde se prohibió criar cerdos… Doble insolencia. Cada uno de los comensales
tiene una misión. Tal invitado debe traer el cuchillo. Tal otro la ginebra. Tal
otro el pastel. Y así. Con el pequeño aporte de cada uno, se hace la gran cena
que todo lo transgrede. Y
cuando, después de cenar, después de charlar, de reir (todas cosas prohibidas,
aunque ningún decreto lo explicite), los cinco personajes se van por los
caminos bastante… ebrios… los detiene la Gestapo… Así no más. Entonces deben
responder: “¡qué están haciendo aquí!”. Sucede que uno de los oficiales tiene un libro en el
bolsillo. De ahí la ocurrencia:
–Somos... una sociedad literaria.
–Somos... una sociedad literaria.
Aquí detengo el relato para no traicionar la novela, para
no revelar la película que sin ser grande, interpela.
Para que cada uno imagine cómo puede seguir esta historia.
Para que cada uno imagine cómo puede seguir esta historia.
Cándida
* La sociedad
literaria del pastel de piel de patata de Guernsey, de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows,
Salamandra, 2018.