sábado, 24 de noviembre de 2018

Somos una sociedad literaria

Lo que más sorprende en esta película (que es, primero, un libro*) es el título. Tiene dos versiones. Una de ellas es: La sociedad literaria y el pastel de piel de patata. No se puede decir que sea una gran película. Quizás no sea necesario. Casi tanto como el título sorprende el hecho de que los personajes (sobre todo los secundarios) no puedan sino ser eso que son. Ser obstinadamente ellos mismos. Cumplir con su destino. No devenir otra cosa. Ser uno mismo “aunque sea corta la vida y…” Como ese personaje de pelirroja de sonrisa deslumbrante. Una mujer, crecida sin amor, que se imagina que un día aparecerá quien tiene que aparecer… y que tendrá algo de Heathcliff…

Luego, un país en guerra. La ocupación. El hambre. El miedo. Órdenes. No te reunirás. Tampoco con tus amigos. De ahí la idea que tiene Elizabeth de organizar una cena. Como si fuera poco, para comer un cerdo ahí donde se prohibió criar cerdos… Doble insolencia. Cada uno de los comensales tiene una misión. Tal invitado debe traer el cuchillo. Tal otro la ginebra. Tal otro el pastel. Y así. Con el pequeño aporte de cada uno, se hace la gran cena que todo lo transgrede. Y cuando, después de cenar, después de charlar, de reir (todas cosas prohibidas, aunque ningún decreto lo explicite), los cinco personajes se van por los caminos bastante… ebrios… los detiene la Gestapo… Así no más. Entonces deben responder: “¡qué están haciendo aquí!”. Sucede que uno de los oficiales tiene un libro en el bolsillo. De ahí la ocurrencia: 

Somos... una sociedad literaria.

Aquí detengo el relato para no traicionar la novela, para no revelar la película que sin ser grande, interpela. 

Para que cada uno imagine cómo puede seguir esta historia.


Cándida


* La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey, de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows, Salamandra, 2018.