Seattle, enero 2018: Amazon inaugura el supermercado
más moderno del mundo.
Mercedes, enero 2018: demuelen el Almacén de Eulogio
Castro.
Los medios de información de todo el planeta describen
y comentan abundantemente el primero de los hechos mencionados. Revistas
especializadas, impresas y digitales, videos, blogs, sitios Web… El
acontecimiento se hace instantáneamente mundial. Del segundo, se hace eco
solamente algún órgano de prensa local. Aunque en primera plana y con fotos. Al
mismo tiempo, los vecinos mercedarios fotografían desde todos los ángulos
posibles la esquina de Cerrito y Ferreira Aldunate. ¿Qué relaciones podemos
establecer entre estos hechos ? Veamos en primer lugar de qué se trata en
cada caso.
Viajecito por la ilusión post-humana
Usted va a hacer sus compras a Seattle, entra, escanea
su aplicación Amazon en el molinete de entrada, se pasea, mira, elige, pone en
su carrito los artículos seleccionados, sale por una puerta que se encarga de
facturar automáticamente sus compras, puesto que desde el momento en que usted
tomó un artículo éste fue registrado, filmado, pesado, incorporado
cuidadosamente a la lista (digital, evidentemente) que posibilita la operación
de pago y que de paso, conserva en el banco de datos de la empresa los detalles
de su elección. . . La decoración interior es impecable : design, aceros,
plásticos, pantallas, alumbrado funcional, estanterías rigurosamente ordenadas,
clasificadas… Circulación fluida. Amplitud y claridad. ¿Práctico no ?
Sobretodo ¡FAST ! ¡Qué velocidad ! ¡Qué pulcritud !
Tal vez no lo pensó enseguida… Sin embargo… No
necesitó cajas ni cajeros, ni consejos ni consejeros… No vio ningún empleado
ordenando estanterías o decorando el local… No le dijo “buen día”, ni “gracias”,
ni “hasta luego” a nadie… Todo brilla y titila… Se respira cómodamente el aire
climatizado: el equilibrio entre los índices de presión, de temperatura y de
humedad ambiente es perfecto… Una pregunta : en algún momento, ¿no le
faltó un poco de calor humano? ¿No rozó a nadie ? ¿Cruzó una mirada con
alguien?
A mí, esta realidad me hace pensar en el brillantísimo
fondo antiadhesivo de las cacerolas y de las sartenes: el calor está pero opera
a distancia, sin necesidad de contacto directo. Se trata de “la magia sin
contacto”. Extendida esta asombrosa propiedad de la materia a la vida cotidiana,
a las relaciones personales, anunciaría algo así como el reemplazo de nuestros
congéneres por seres o instrumentos o artefactos dotados de un potencial de
eficacia tan sofisticado, tan enorme –al mismo tiempo tan ajenos a
percepciones, sentimientos y emociones y consecuentemente, tan imperturbables– que
todo lo que es interacción humana comenzaría a ser vivido como estorbo,
impedimento, complicación, enlentecimiento… (Baudrillard lo avizoraba ya en
1986).
También se me ocurre preguntar: ¿los lugares de
intercambio comercial se transformarán todos en escenarios sin actores, sin
actos, sin gestos, sin rituales? ¿Desaparecerán el peso, la textura, el color,
los aromas que conllevan, en cada producto, en su materialidad, algo de la presencia
humana? Me hace pensar que posiblemente la cabeza se me esté llenando de
imágenes, de envases de plástico que desfilan con tanta velocidad y cambian tan
rápidamente que alejan en mi memoria el aspecto real de los objetos.
Pienso que si no repaso mis viejos cursos de química,
la comprensión de las etiquetas que se supone detallan el contenido de los
envases se hace cada vez más difícil, si no imposible. No digamos nada de la
geografía necesaria cuando se trata de ubicar la procedencia de los productos
algo exóticos… ¿Y los mecanismos de abrir y cerrar de los susodichos envases? ¿Y
las preocupaciones ecológicas relacionadas con los aviones, los cargueros y los
contenedores, las inquietudes suscitadas por los costos reales de producción y
los beneficios de los intermediarios y sus incidencias sobre los precios
finales? ¿Y los salarios y los derechos de los productores que transpiran o que
tiritan a miles y miles de kilómetros de las impolutas bolas de cristal de los
shopping center que se reproducen, en un proceso de vertiginosa clonación? ¿Y
las preocupaciones sanitarias y de salud: pesticidas, perturbadores endocrinos,
radicales libres, etc., etc.?
¿Ya hizo sus compras? Rápido, impecable. Todo virtual,
digital, codificado. Cifras y barras. Aséptico, casi quirúrgico… Paseo por el
edén reencontrado.
Lo invito ahora a hacer compras en el Almacén de
Eulogio Castro, en Mercedes, Uruguay.
Primer movimiento: el paso para subir el cordón de la
vereda y ya reveo rojas canteras al aire libre y un grupo de trabajadores –maceta
y buril– dando forma (escultural y musicalmente) a esas piedras sobre las que
caminamos y que quizá nunca vimos ni miramos… Entro y a mi saludo responde un
coro de clientes y parroquianos. Que me sorprenden una vez más con las
variaciones dadas a sus palabras y a sus giros. Creadores permanentes,
manantiales inagotables de una manera de decir que preanuncia a mis orejas “el
lejano y sutil origen del poema”. Con resonancias de una tonalidad solemne y
liviana, seria y humorística (sin paradoja) que transmite una cálida
combinación de sinceridad decantada y de frescura original… Es algo más
profundo que una manifestación de buena educación urbana.
Segundo movimiento: el almacenero pregunta: “¡qué
desea!!” “¡Qué va a llevar!!” Como hay muy poco prefabricado, se hace
imprescindible una cierta capacidad de comunicación. Y es la “ouverture” de un
contrapunto de intercambios repentinos y espontáneos en los que proliferan
centenares de hallazgos expresivos, de creaciones idiomáticas que no pertenecen
a nadie en particular y que hacen de cada diálogo una situación inédita y
singular.
Como trasfondo, una atmósfera a saborear: la presencia
intensa de una calidez humana siempre germinal, gracias a “penales mal
cobrados del partido del domingo” que desatan polémica o al comentario político
que tensa las cuerdas de la discusión amistosa. Para completar, nunca falta una
pregunta sobre la salud y sobre la familia. Y está el vecino con su eterna
picadita de queso fresco. A mi izquierda, casi atrás de la puerta nomás…Un
poquito más lejos se insinúan solapadamente unas misteriosas botellas de agua
mineral haciendo equilibrio en lugares un poco inverosímiles, cuyo contenido
puede suscitar interrogaciones, visto el color que el sol hace reverberar en un
juego de luces inesperado…
¡¡Y está “el menudeo”!! Y la balanza de mármol y oro y
sus platos brillantes y el impresionante crescendo de esas pesas pulidas que
son un tesoro. ¡Y el paquete de papel de estraza y la magia malabarística del
plegado! ¡Y la plata y el vuelto y “la libreta”...! Y está el laberinto
interminable e inagotable de productos de todo orden y género: desde el alpiste
para los canarios y cardenales caseros y la ración para las gallinas, hasta las
pilas para las transistores y las resistencias de mica para las planchas eléctricas.
Y los quesos, y los fiambres frescos y las bebidas de toda graduación… Y las agujas
para destapar el oído del Primus y el carretel de hilo negro…
“¿Nada más?”
Y el infaltable saludo de despedida...
¿Adónde voy a hacer las compras? ¿A Amazon Go?
“Se van, se van…/ las casas viejas queridas / demás están…/ han
terminado sus vidas”
(Yvo Pelay).
“La forma de una ciudad cambia, desgraciadamente, más rápido que el
corazón de un mortal” (Ch. Baudelaire).
“por fin tuve un harén de nomeolvides
Y no puedo olvidarlos porque añaden
Azul a mi memoria”
(M. Benedetti)
Hablo de este Almacén y hablo de una esquina
primordial.
Puedo pensarlo en órdenes, categorías, clasificaciones
históricas, sociológicas, psicológicas, culturales. Puedo pensarlo en cuadros
cadastrales, en legajos notariales, en registros arquitecturales. En la trama
de formularios, carpetas y expedientes. En mapas urbanísticos hasta con las
dinámicas de circulación barriales y globales. (No faltará el espíritu curioso
que dará vida al almacén de Eulogio Castro trabajando sobre esas fuentes e
interrogándolas con las herramientas adecuadas. Que así sea). Hoy prefiero
pensarlo como un elemento primordial en la formación de una sociabilidad, de
una historicidad. Se trata de concebirlo o de conceptualizarlo como uno de los lugares
cuya frecuentación inaugura una etapa de exploración y de educación sentimental.
De comprenderlo como un crisol y como una matriz de configuraciones íntimas y
colectivas. “Yo aprendí filosofía, dados , timba y la poesía cruel…”. Porque desde
ese lugar, se puede avizorar, aunque todavía desde lejos, una geografía
elemental de los optimismos y pesimismos existenciales, de las luces y las
sombras de glorias y de éxitos, de humillaciones y fracasos.
¡Se descubren personas y… personajes! Se aprenden
normas y convenciones. Se ejercita el cálculo mental. Se escucha la opinión
deportiva, la reflexión político-partidaria. Los comentarios psicosociológicos,
filosóficos y morales a que se hacen acreedores los acontecimientos de la
cuadra, de la manzana, del barrio, de la ciudad, del país, abren el abanico de
lo diverso, variado y plural. Se vive la libre expresión: desbordes y límites,
el ego y los otros. Se aprende a descifrar miradas y monosílabos y a recoger
fragmentos de discursos esotéricos. Es una escuela de singularidad y
particularidad y un primer escalón para preparar conclusiones generales y
universales sobre gentes y cosas. Con la gente. Gracias a esa gente. Desde que
ella crea el espacio que permite al niño acercarse al mostrador con la plata
envuelta en un pedazo de papel o en un ángulo anudado de un pañuelo de mano, está
abriendo una dinámica de vínculos de reconocimientos y de respetos recíprocos
cuyas vivencias dejan huellas imperecederas. Porque esos primeros círculos no
muy alejados de los cuadros familiares constituyen y representan y transmiten –al
mismo tiempo– una gama amplia de conductas y palabras que presagian la
diversidad caleidoscópica de otros universos situados más allá de los del
barrio y de la escuela. Por eso lo siento siempre, con Borges:
“un almacén rosado como revés de
naipe
brilló y en la trastienda
conversaron un truco”
Y tantos otros temas –y por eso afirmo que es
eternamente verdadero el verso
“de chiquilín te miraba de
afuera
Como a esas cosas que nunca se
alcanzan”
que dice bien
que este almacén era Almacén… y algo más… ¡Cómo se entrelazan en la temporalidad
poética, portadora de su propio calendario, las emociones de Discepolín y de Ferrer !
Quién haya conocido este Almacén del Barrio Oeste ¿no se reconoce aunque sea un
poco en “Cafetín de Buenos Aires” y en “Chiquilín de Bachín”?
Hoy prefiero pensarlo como un elemento primordial,
también, en el descubrimiento de los misterios que encierran las estanterías y
los rincones repletos y desbordantes de objetos como en todos los mercados y
ferias del mundo. Inmóviles, en los mismos lugares, cristalizados en una lógica
inaccesible al profano. Muy especialmente esas pequeñeces “donde el futuro
parece que se quedó esperando”. ¿Qué duende dirigía los pasos del Almacenero al
lugar exacto del artículo que se le pedía?
Pienso este Almacén, resplandor de luz. Intenso,
duradero. Tan emblemático como el más emblemático de los edificios de la
ciudad.
Por eso digo:
“dejen allí esa casa de la esquina con cielo,
De pie, como la tarde”.
No la muevan:
“la luna penetró largamente su oscuro
Y anguloso perfil y en su revoque
Diseñaron los años una especie de mapa”
Es de nosotros. De todos. Está con nosotros. Ahora
respira ahí, donde hacen esquina la calle Cerrito con la “calle del tiempo”.
Bien plantado en el mapa de la memoria del barrio, nuestra “patria de todos los
paseos”. En el camino de peregrinación hacia nosotros mismos,
“es un latido de tiempo
sus lugares son confluencias
aleteo de presencias en un
espacio instantáneo”.
Una conclusión posible.
Entonces, volviendo a la pregunta liminar : ¿qué
relaciones podemos establecer entre todos estos hechos que nos hacen ir y venir
entre Mercedes y Seattle? Respondemos:
1.- El acercamiento fáctico es legítimo.
2.- El lector puede encontrar elementos de
comparación.
3.- Ejercicio de memoria personal, el texto no tiene
pretensión antropológica.
4.- Reflexionar sobre tema tan antiguo, tan
consustancialmente humano y tan significativo históricamente hablando, como la
actividad comercial y sus repercusiones socioculturales, puede recordarnos una
vez más que no hay nada más presente que el pasado: memorias, reminiscencias,
raíces, genealogías, historia(s), ni nada más presente que el porvenir:
proyectos, esperanzas, previsiones, presentimientos, prefiguraciones…
5.- Comprender un acontecimiento implica razonamiento,
coherencia argumentativa, fuentes, referencias y pruebas. Pero necesita también
emoción: nada puede reemplazar la carga significativa de un párrafo poético.
6.- La nostalgia es un sentimiento noble. No es él,
sin embargo, el que anima las reflexiones aquí presentadas. La nostalgia no es
la mejor consejera para quién intenta construir una visión equilibrada.
Ahora bien, visto, oído y considerado todo esto:
¿Tendré que ir a hacer las compras a Amazon Go?
Glauco Daniel Cabrera
Nota importante.
Reconocimiento especial a coreutas y solistas que hacen posible el
intento polifónico de las frases enhebradas en este artículo: Al Beto “Chajá”,
que no está más “penado” y puede volver al lado del mostrador; a Pillín y a
Capezuto, que pueden seguir repechando tranquilamente Cerrito arriba, por el
medio de la calle, y a todos aquellos que están presentes en los gritos de gol
de Sud América, de Ferro y de Atlanta.
A Ch. Baudelaire y a W. Benjamin, a I. Calvino y a J. L. Borges,
a R. González Tuñón y a O. Paz que siguen alentándonos a vivir mejor
nuestros rincones urbanos, más eternos que el agua y el aire.