domingo, 19 de enero de 2020

Fraternidad

Ordenando papeles, objetos, historias, tirando cosas inservibles, encontrando otras durante años perdidas, textos, libretitas con direcciones, citas, reflexiones....
De estos días grises tan parecidos a los recuerdos y a raíz de unas fotos
encontradas detrás de unas cajas, entre las que estaba la que ilustra
este texto, nace este pequeño relato... ¿Nostalgia? ¿Paso del tiempo?



Rue de la Folie Mericourt - Fevrier 1975
dice al pie de la foto que hice con un cachivache que no sincronizaba el foco...
Cecilia, Federico, 6 años en septiembre 1974
El umbral de la primera casa que alquilamos
dos familias (luego una) en los primeros meses, 8X4 m, total
32 m2, cocina, baño, salón y dos dormitorios...Todo minúsculo
El invierno, duro, todo helado, barrio de la République, la parte popular...
Llegaron el 30 de diciembre 1974 por poco tiempo, "unos meses y después
nos volvemos...cuando se calme..."
En abril del 75 los anotamos en la École de la République, "mientras,
tienen que comenzar la escuela..."
Liberté - Égalité - Fraternité, clase de extranjeros,
12 nacionalidades, niños de 6 a 16 años...
Fines de junio hablaban el francés, nosotros no...
No hablaban nada de la escuela
los iba a buscar, salían riendo, abrazados con un
turco, portugués, chino, senegalés, sirio, argelino, tunecino,
marroquí, italiano, español, togolés, indonesio....
Pero no contaban nada...
Creo que eran felices, la calle era agradable, popular,
los comerciantes simpáticos, el tunecino del almacén, el corso del barcito, los senegaleses de la peluquería african-look
la imprenta del francés "pied noir"(repatriado de Argelia), el restaurant del francés, el atelier de costura de los yugoslavos...
Tenían una banda de amigos, jugaban alrededor del canal Saint Martin...
Tenían nostalgia.
De la familia, tías, tíos, primos, primas, abuelos, abuelas...no había Internet, WhatsApp, ordenador ni tableta...
Había el cartero, aquí facteur o postier...pero nos escribíamos poco. Era difícil preguntar. O responder...
Fuimos -Lucy y yo- de un día para otro, padres atípicos. Porque la situación fue atípica. Y seguramente ellos lo sufrieron.
Porque los padres aman a sus hijos, pero deben dar sustento, apoyo.
Seguridad. Y no teníamos papeles...Tranquilidad. Y teníamos 10 personas militantes más nosotros,
todos los días, armando material de información y solidaridad. A cualquier hora del día o de la noche
sonaba el teléfono y nunca sabías si había caído alguien "allá". O alguno que hablaba del Líbano... y se sentía el ruido de la artillería
de vaya uno a saber que fracción política...Fuimos padres atípicos...Y ellos, testigos de todo...
Nunca se quejaron. En eso siempre los sentí fraternales, nunca nos reprocharon las opciones políticas, ni ninguna de
las frustraciones afectivas que vivimos a causa de ellas. Fraternos. No me es ilógico ese sentimiento que tengo de ellos a nosotros.
Estuvieron a la altura de los acontecimientos vividos. Tenían seis años...
De la divisa de la República Francesa, por ellos rescato la de Fraternidad.


Miguel Praino

jueves, 2 de enero de 2020

Puerta abierta


Apunte sobre El Patio de los libros



Hay un poema de Raúl González Tuñón, que es además una canción de Cedrón, y empieza así: “Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa…”

Esa palabra (“Entonces”) sigue siendo un misterio. Parece sugerir algo que ocurrió y que el poema no cuenta. Una escena anterior… que queda afuera. Algo que fue necesario para que lo demás sucediera.

Con “El Patio de los libros” pasa parecido. ¿De qué se trata? ¿Cuándo comenzó? ¿Cuál sería el inicio? ¿Puede el patio ser inicio? ¿No es más bien cruce? ¿Algo que se encuentra en el cruce de otras historias? ¿Acontecidas? ¿Por acontecer? 

Formalmente, la actividad comenzó en el año 2013 y no se llamaba así. No tenía nombre. Era una invitación. “¿Chicas no les gustaría venir a leer al patio?”. Una propuesta que se gestó en una casa, en diálogo con familiares, con amigos, una docente y la bibliotecaria de una escuela. 

Tiempo antes, en esa misma escuela pública de un barrio de Buenos Aires, un padre, de profesión jardinero, había propuesto hacer un taller de jardinería con los chicos. A este padre le parecía bueno que tuvieran esa experiencia de sembrar, de cuidar, de ver germinar. Ese año, todos los niños del grado plantaron tomates cherry y luego se llevaron la plantita a su casa.

Ese sería otro comienzo, la germinación de una idea junto con los tomates: Entonces… se puede

Distintas experiencias pedagógicas alentaron esa idea. También experiencias familiares: otros, otras, en momentos cruciales de su historia, habían encontrado refugio en los libros –y también fuera de ellos, en la poesía, que uno puede aprender y llevarse consigo, por esa característica que tiene la poesía de ser transportable, de ser pasajero clandestino todas las veces que sea necesario. Y así, experiencias y pensamientos de otros, conocidos, reconocidos y desconocidos, fueron nutriendo los propios. 

¿Por qué las madres solo leemos a nuestros hijos? ¿Por qué ciertos gestos solo son concebibles en un espacio familiar? ¿Se puede tender puentes? ¿Abrir puertas? ¿Investigar espacios? ¿Explorar nuevos/viejos territorios? 

Y en otro ámbito, o en el mismo:

¿Es cierto que, todo el tiempo, la escuela te pide cosas que la escuela no te da? Los chicos que tienen libros en sus casas, que tienen familias lectoras, ¿llegan a la escuela con ventajas en relación a los requerimientos que se les hará? ¿Está la escuela en condiciones de revertir esa desigualdad inicial? ¿Y cómo se relaciona esa desigualdad con todas las otras desigualdades que nos aquejan?

Con estas y otras preguntas en mente, la propuesta consistió en trasladar un gesto materno, paterno, íntimo, familiar.

Un primer taller se hizo entre los años 2013 y 2016. Cada vez que hubo que interrumpirlo, alguna de las chicas que concurría pedía retomar. Eso fue lo más alentador. Tras una larga interrupción, se renovó la propuesta en el año 2019. Se renovó diferente con el aporte de una docente que trabajaba en la misma escuela donde antes se había conversado el proyecto. Se le dio un nombre y, aunque nadie lo dijo en estos términos, se repensó, también, la invitación.

Yo te leo, y no me importa que no nos conozcamos todavía. Yo te leo, y es por gusto. Amo los libros y pienso que vos también podrías amarlos. Te propongo que exploremos juntos. Yo te leo y no te pido nada a cambio. No califico tu escucha. No te pongo nota. Pero me gustaría que te llevaras el libro, el cuento, la poesía, acá… o en algún bolsillo de contrabando.

El patio de los libros es eso, un patio dentro de una casa. En esa casa vive una familia. Y en ese patio, como su nombre indica, hay libros. Y hay una parra que hoy está al cuidado de los chicos. Una parra que años atrás plantó un padre jardinero a iniciativa del hombre que le puso música al poema de Tuñón y que sabe cantar una canción llamada Puerta abierta.

El patio es también un taller realizado por dos personas. Laura, que es docente, y yo, que tengo varios oficios. Participan en el armado, los demás habitantes de la casa, y amigos y amigos de amigos. Eso ha sido una de las novedades del año 2019, la colaboración de muchos. 

El taller es gratuito (no fue pensado como actividad profesional). Lo precede una merienda hecha con los aportes de las familias. Sin entrar en detalles, se puede decir y… es cierto… que los chicos no se aburren… no se quieren ir cuando termina la actividad, piden más días, han desarrollado en pocos meses un extraordinario vínculo. Y uno de ellos es capaz de decir que NO es bueno que haya vacaciones porque “los libros necesitan a los niños”.

Es un grupo pequeño. Este año, seis chicos. Sobre este tema todavía hay mucho para pensar. Por lo pronto, todo parece indicar que la experiencia ha sido buena porque es acotada, familiar. Nada impide seguir armando pequeños grupos. Más allá del patio, sabemos que en muchos lugares se hacen experiencias con y sin libros que generan y fortalecen vínculos. Ocurren desde hace décadas en otros lados. Lo sepamos o no. Nos lo cuenten o no. Y es un tema saber si hay que contarlo y para qué. Pero de todas las cosas que cabe seguir pensando, la que hoy se quisiera dejar al cuidado del lector es este asunto de la casa. La posibilidad de abrirla. De promover espacios intermedios, alternativos para compartir saberes. Cada cual sus saberes. Y uno podría pensar que en tal barrio, tal casa tuviera un taller de música, y otra, uno de jardinería, uno de carpintería, de panadería (de plástica, de encuadernación, de hacer juguetes o de costura...). Sin olvidar el taller de reparación de bicicletas que, según hemos sabido, hubo alguna vez en la terraza, subiendo por la escalera del patio, pasando la cocina.



Antonia