Veo esta aparición en mi patio y, de pronto, me
acuerdo de ella. Me acuerdo porque al mirar, la palabra que se me
viene en mente es “fabuloso”. Esto es fabuloso. Ella tenía una manera especial
de decir esa palabra. Una manera que le contagiaba a uno la alegría que sentía. Esa misma alegría es la que desde el domingo pasado siento cada vez
que miro esta aparición que todavía no sé nombrar. Una creación que todavía no
ha recibido nombre. Claro que si uno no mira bien puede confundirse y solo ver
una planta en un lugar donde hay otras plantas y donde también hay libros. Cuando
uno se confunde, la cosa luce así.
O así.
Hace unas semanas, Luca, 12 años, y su madre hicieron
un regalo parecido, una planta que contiene libros hechos y escritos por él, algunos solo,
otros en compañía, libros diminutos que parecen nacidos de la planta misma (una
planta de boldo). Esa planta encontró su lugar natural en la vereda, frente a
casa. Todos los niños que pasan por la cuadra se detienen unos minutos para ver
esos libros. No se equivocan. No se confunden. Ni son indiferentes. A veces me
escondo en mi ventana para mirarlos. No hago trampa. No cometo traiciones. No saco
fotos.
Es una visión tremenda. ¡Fabulosa! Esos niños… ninguno
sabe leer y sin embargo… Leen los libros… Muy concentrados… Los libros que han
salido de la planta, de la tierra, y se me vienen en mente otras asociaciones. Libros,
tierra. Algunas tristes. Otras que se parecen a la planta de Bartolo y es ahí donde
esta visión nos resulta también familiar porque cumple con una
promesa que Laura nos hizo, Laura Devetach. Eso se aprecia ni bien se cambia un
poco la visión, la posición y se enfoca a la manera de Azul, que es quien me ayuda a pensar muchas de estas cosas. Entonces, se ve
así.
Hay que mirar bien, no perder ningún detalle. Hay que mirar a la manera de los niños. El objeto es portatil. Unas veinte cuadras, quizás más, caminaron Luca, su mamá y el cronopio, dijo ella, bajo la mirada de otros seres. Y recibieron algunos comentarios de simpatía. No era para menos...
Desde entonces el bichito entra y sale. Está a gusto en el patio. También lo está en la vereda donde de a poco lo escribirán los niños. Y así las cosas con los hijos y las madres, con el recuerdo de otras madres, con los padres que a veces se asoman y uno los ve pasar por la ventana... Y se queda pensativo...
Y nada.
Decimos que nos brotan desde todas las ramas páginas blancas que son como flores y frutos.
Cándida