Ya pasaron más de cuatro años desde aquella carta colectiva que enviamos a nuestros amigos extraviados Glen y Declan para invitarlos a retomar el contacto porque “el tiempo pasa, la etapa es dura para todos, y es una pena no vernos y acompañarnos”. Era un llamado y un pedido, ambos esperanzados, porque sentíamos la ausencia y no nos la explicábamos dado que no habían ocurrido disputas ni agrias rupturas.
No existiendo rencores ni cuentas pendientes escribí, ya a título personal, que “Ojalá respondan, y finalmente nos veamos. Pero en el caso de que no lo hicieran, deseo que recuerden todo el cariño que nos hemos brindado y todo aquello que aún tenemos en común”. Como esa respuesta no llegó –y no hace falta decir que la época trajo novedades poco favorables para la mayoría–, tal vez debamos cuestionarnos si era verdad aquello de que aún teníamos cosas en común.
Acaso una lectura posible sea ésa: los vínculos se van deshilachando cuando, pese a todos los intentos por mantenerlos vivos, ese territorio compartido se dispersa en parcelas que ya no tienen cohesión. No hay malquerencia, tal vez ni siquiera se ha perdido el antiguo afecto, pero lo cierto es que no existe el cultivo de ese hábitat que nos cobijaba de manera pareja –o al menos eso queremos creer–.
Todos alguna vez fuimos llamados a encuentros a los que no acudimos porque no nos sentimos interpelados, y a su vez convocamos a citas en las que fuimos desairados. No me digan que nunca es triste la verdad. Digamos más bien que hicimos el intento y que no pudo ser.
Neil Collins