Ayer en el parque Rivadavia, mientras recorríamos los puestos de libros, sucedió esta escena. Una nena, tendría quizás tres años, salió de no se sabe donde con un libro entre las manos llamando a la madre que se había adelantado de unos pasos. “¡Gusta mamá gusta!”. La madre escuchó e interpretó que el libro no le había gustado. Quizás por deformación profesional se hizo necesario traducir y deslizar como al pasar que el libro sí había gustado. Mucho. La emoción de la nena irradiaba. “¡Gusta mamá gusta!” Y casi casi que había algo desgarrador en esas tres palabras, en su tono, algo que nos hizo girar la cabeza y nos sacó de nuestras propias búsquedas. Es bello encontrar lo que se busca pero más bello es encontrar lo que ni se busca ni se sabe. Esa maravilla que de pronto acontece. Era una nena pequeña, toda su persona pasó corriendo frente a nuestros ojos concentradita en ese único fin. Dar aviso. Decir quizás con la boca, con las manos, con el cuerpito todo, que no era posible salir del parque sin llevar el libro. La madre escuchó, comentó algo acerca de la belleza del libro y juntas desandaron el camino.
A.