12 de abril*
Hacía varias semanas que el amigo soñaba con Mario. Eso fue lo que te comentó, sin dar mayores precisiones, notando simplemente la insistencia, la sorprendente presencia de Mario en sus sueños.
Opinaste, entonces, lo siguiente:
- Será que Mario nos está pidiendo que lo vayamos a ver.
Y agregaste:
- Falta poco para su cumpleaños. Lo que yo te propongo es que vayamos en esa fecha.
El 12 de abril (que en el año 2006 fue un día miércoles), ambos se dirigieron al Cementerio General de Santiago.
No conocías el lugar exacto de la tumba. Habías estado en el velorio, no así en el entierro al que concurrieron, además de amigos y familiares, uniformados y no uniformados, representantes de las mismas fuerzas que, el 23 de diciembre de 1973, asesinaron a Mario Superby Jeldres. El amigo tampoco sabía. Mario no figuraba en los registros de la oficina de informaciones pero se pudo identificar el mausoleo familiar.
En sus alrededores, una mujer, empleada del cementerio, estaba limpiando. Los vio aproximarse, escuchó la pregunta acerca de un mausoleo y les dijo:
- Ah... Ustedes están buscando al hijo de doña Clarisa.
Aunque sorprendido, no atinaste a decir otra cosa que sí, que eran amigos. Y que “yo a Mario lo conozco desde chico porque éramos vecinos”. Preguntaste:
- Dígame... ¿Doña Clarisa está viva?
Supiste que iba al cementerio una vez al mes. Probablemente te emocionaste. No sólo por los duraznos sino también por las palabras que ella te dijo, algunos años después de la muerte de Mario (sobre tu propia madre, sobre doña Julia).
La señora les indicó el mausoleo.
- Este... – preguntaste en voz baja, sin muchas esperanzas -, usted... ¿nos abriría la puerta? ¿nos dejaría entrar?
Y los dejó.
Ya más cerca de Mario, pensaste que probablemente doña Clarisa iba a venir, al igual que ustedes, por ser 12 de abril. Le pediste al amigo que fuera a comprar un ramo de flores y una botella de vino. Tú te quedaste en el mausoleo. Conseguiste una escoba y te pusiste a barrer. Estuviste un buen tiempo, así, barriendo la tumba de Mario.
El amigo había vuelto con las flores y el vino, cuando a lo lejos divisaron la silueta de una mujer. Se detuvo. Era evidente que los había visto y apuró el paso.
La mujer tendría más de ochenta años. Alta, erguida, ancha y fuerte, los encaró.
- ¡Y ustedes quiénes son!
- Doña Clarisa - dijiste. ¿No me reconoce? Soy...
Luego presentaste al amigo.
Clarisa Jeldres reconoció, escuchó el motivo invocado y con expresión de asombro, les preguntó:
- Y ustedes... ¿todavía se acuerdan de mi hijo?
- Todos los días de la vida... doña Clarisa.
(Esas fueron tus palabras. Y se las repetiste).
- Todos los días de la vida.
AGC
* Epílogo de Todos los días de la vida. Recuerdos de un militante del MIR, de Enérico García Concha, 2010.