El hecho es breve. Sucedió hace unos años en el barrio. Caminábamos. Ellas, las nenas, y yo. En la prolongación de una lectura que habíamos hecho en el patio, comentamos lo lindo que resulta a veces levantar la cabeza, mirar hacia arriba. “Eso nunca puedo hacerlo” acotó Luján, 7 años. Y explicó que ella, cuando iba por la calle con su mamá, siempre tenía que caminar tan rápido que solo podía mirar el suelo. Es cosa de probar y darse cuenta. No hay forma de mirar el cielo (Rosa) si uno va caminando a toda velocidad porque el trabajo no espera, porque se puede perder el trabajo y sin embargo también es necesario no dejar a los hijos en la escuela. Todas las cosas parecen tener un horario asignado. ¿Todas las cosas? ¿Cuándo sería la hora de simplemente mirar? (Rosa, tú lo hacías cuando todos dormían, asomada a la ventana que daba a tu patio). De los derechos fundamentales no escritos aún: tengo derecho a andar lento de la mano de mi mamá y a levantar la cabeza si quiero. Y nadie, sea mamá o papá, debería perder su trabajo por eso.
A.