“Alguna vez,
alguien que sea dueño de fuerzas geniales, tendrá que realizar el ensayo de la
influencia de lo popular en el destino de nuestra América, para recién
entonces, poder tener nosotros la noción admirativa de lo que somos.
Esta pobre
América que tenía su cultura y que estaba realizando, tal vez en dorado
fracaso, su propia historia y a la que, de pronto, iluminados almirantes, reyes
ecuménicos, sabios cardenales, duros guerreros y empecinados catequistas
ordenaron: ¡Cambia tu piel!... ¡Viste esta ropa!... ¡Ama a este Dios!... ¡Danza
esta música!... ¡Vive esta historia!
Nuestra pobre
América que comenzó a correr en una pista desconocida, detrás de metas ajenas,
y cargando quince siglos de desventajas.
Nuestra pobre
América que comenzó a tallar el cuerpo de Cristo cuando ya miles y miles de
manos afiebradas por el arte y por la fe habían perfeccionado la tarea en
experiencias luminosas.
Nuestra pobre
América que comenzó a rezar cuando ya eran prehistoria los viejos testamentos y
cuando los evangelistas habían escrito su mensaje; cuando Homero había
enhebrado su largo rosario de versos y cuando el Dante había cumplido su divino
viaje.
Nuestra pobre
América que comenzó su nueva industria cuando los toneles de Europa estaban
transpasados de olorosos y antiguos alcoholes; cuando los telares estaban
consagrados por las tramas sutiles y asombrosas; cuando la orfebrería podía
enorgullecer su pasado con nombres de excepción; cuando verdaderos magos,
seleccionando maderas con cavidades y barnices, sabían armar instrumentos de
maravillosa sonoridad; cuando la historia estaba llena de guerreros, el alma
llena de místicos, el pensamiento lleno de filósofos, la belleza llena de
artistas, y la ciencia llena de sabios.
Nuestra pobre
América, a la que parecía no corresponderle otro destino que el de la imitación
irredenta.
No podíamos
intentar nada nuestro. Todo estaba bien hecho. Todo estaba insuperablemente
terminado. ¿Para qué nuestra música? ¿Para qué nuestros dioses? ¿Para qué
nuestras telas? ¿Para qué nuestra ciencia?¿Para qué nuestro vino?
Todo lo que
cruzaba el mar era mejor y, cuando no teníamos salvación, apareció lo popular
para salvarnos.
Instinto de
pueblo. Creación de pueblo. Tenacidad de pueblo.
Lo popular no
comparó lo malo con lo bueno. Hacía lo malo y mientras lo hacía creaba el gusto
necesario para no rechazar su propia factura, y, ciegamente, inconcientemente,
estoicamente, prestó su aceptación a lo que surgía de sí mismo y su repudio
heroico a lo que venía desde lejos.
Mientras
tanto, lo antipopular, es decir lo culto, es decir lo perfecto, rechazando todo
lo propio y aceptando lo ajeno, trababa esa esperanza de ser que es el destino
triunfador de América.
Por eso yo,
ante ese drama de ser hombre del mundo, de ser hombre de América, de ser hombre
Argentino, me he impuesto la tarea de amar todo lo que nace del pueblo, todo lo
que llega del pueblo, todo lo que escucha el pueblo.”
Homero Manzi
Sur (Barrio de Tango). Poesías
para Hombres
Corregidor, 2000