martes, 30 de abril de 2013

Otro padre...



“Para mí, un militante, un cuadro, un hombre nuevo es aquel que cuando sueña con sus hijos, cuando desea que sus hijos estudien, que tengan salud, que tengan una vida digna, que tengan una vida justa, no está soñando solamente con sus hijos, está soñando con todos los hijos de un pueblo, de una patria o del mundo”.

Enérico García Concha

miércoles, 24 de abril de 2013

"Mi padre"



“…El ciego sol, la sed y la fatiga…”, decían los versos escuchados tantas veces a Lucho, en esas tardes domingueras cuando iba a casa o salíamos a la Quinta Normal en los paseos de hombre separado con hijos. Eran los versos de Castilla de Manuel Machado,  que ni por el franquismo del autor,  habían sido desterrados de su poemario preferido.

“Por la terrible estepa castellana”... me vino a la mente esa mañana de diciembre de 1973, cuando el calor subía desde la tierra y esperábamos que los guardias militares revisaran nuestras carteras y bultos, en la entrada al campo de prisioneros de Chacabuco. 

 

 
La iglesia, la Filarmónica, el teatro, casas alineadas en callejones, torres de vigilancia con personal armado. El todo rodeado de alambrada de púas. Luego sabríamos que además, había sido rodeado  de minas anti-personales. El ingreso al teatro que brillaba de limpito, con sus tablas anchas, hermosas y lustradas.  Al frente, limpio también, e inútil, el escenario. La escena estaba ahora en la platea. Bancas largas, perfectamente ordenadas donde se sentarían unos cinco prisioneros y sus respectivas visitas, flanqueados por un conscripto en cada cabeza. No fuera que se hablara más de lo debido.

Las bambalinas, en un edificio renombrado en medio de la antigua Alameda de Las Delicias.

Sentarse y esperar que venga el prisionero, el que luego entrará en medio de una fila ordenada y silenciosa. Entre ellos el recitador de antaño. Los versos por primera vez detenidos y casi olvidados. La miseria del Estadio, la ignominia del viaje en el barco Andalién, han relegado la poesía y la risa. Los han cubierto también las andanzas de un puma que sembraba  de cadáveres los caminos y el desierto. Sin saludar, mi padre pregunta si es cierto que han fusilado a su amigo y camarada Mario Silva en Antofagasta. Hablamos de la familia, del estado de su hija embarazada y de naderías. Por primera vez los ojos de mi padre dicen más que su boca. Me pide libros, entre ellos un tomo de Estudio de la Historia  de Toynbee y me recomienda que cuide mi salud...

Se retiran los prisioneros y luego las visitas. El bus parte con su carga ahora silenciosa. Van quedando atrás solo unos alambres de púas, que detienen el paso de los hombres que miran con ojos ansiosos al grupo que pareciera ir hacia la libertad y que en realidad se devuelve a una cárcel un tanto más grande, lo mismo de amarga.

Hoy, con su suerte de gozador de la vida, ni el Estadio, ni Chacabuco, están en sus recuerdos. Sin embargo, cuando estuvimos juntos hace poco más de un año, me recitó como antes, como hace más de cincuenta años: “...el ciego sol, la sed y la fatiga... por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos –polvo, sudor y hierro– el Cid cabalga”.

Luisa Castro Nilo

viernes, 12 de abril de 2013

Sobre Mario Superby Jeldres

BREVE INFORMACIÓN SOBRE LA MUERTE DE MARIO


"El 23 de diciembre de 1973 fueron ejecutados por carabineros en el sector de Molco, Choshuenco, en el Complejo Panguipulli, dos personas:
- Hugo Rivol VASQUEZ MARTINEZ, 21 años, estudiante universitario, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR);
- Mario Edmundo SUPERBY JELDRES, 23 años [militante del MIR].
Ambos se encontraban internados en la montaña, en el sector de Choshuenco, desde donde bajaban al pueblo esporádicamente a alimentarse. Según información de prensa de la época, « dos extremistas fueron muertos durante el transcurso de un operativo que hicieron a las 23,45 horas funcionarios de Choshuenco al lugar denominado Molco. En momentos que Carabineros patrullaba el sector fueron atacados con disparos de armas por los extremistas, repeliendo de inmediato el ataque. Durante la balacera fue muerto con impactos en el tórax Hugo Rivol Vásquez Martínez, 21 años, el que portaba un rifle marca Winchester de repetición. Andaba con otro sujeto apodado «El Braulio», quién fue herido en las piernas y mientras era conducido al Hospital de Panguipulli dejó de existir en el camino ».
La Comisión se formó convicción que el enfrentamiento informado no ocurrió, y que las muertes de ambos afectados constituyó una violación a sus derechos fundamentales de responsabilidad de agentes del Estado que usando innecesaria o excesivamente la fuerza, dispararon sobre ellos". 

Más información sobre el caso y las acciones judiciales emprendidas ACA".


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EPÍLOGO DEL LIBRO “TODOS LOS DÍAS DE LA VIDA. RECUERDOS DE UN MILITANTE DEL MIR” DE ENÉRICO GARCÍA CONCHA, EDITORIAL CUARTO PROPIO (SANTIAGO DE CHILE, 2010)


Mario Superby J. (1950-1973)



12 de abril


Hacía varias semanas que el amigo soñaba con Mario. Eso fue lo que te comentó, sin dar mayores precisiones, notando simplemente la insistencia, la sorprendente presencia de Mario en sus sueños.
Opinaste, entonces, lo siguiente:
–Será que Mario nos está pidiendo que lo vayamos a ver.
Y agregaste:
–Falta poco para su cumpleaños. Lo que yo te propongo es que vayamos en esa fecha.
El 12 de abril (que en el año 2006 fue un día miércoles), ambos se dirigieron al Cementerio General de Santiago.
No conocías el lugar exacto de la tumba. Habías estado en el velorio, no así en el entierro al que concurrieron, además de amigos y familiares, uniformados y no uniformados, representantes de las mismas fuerzas que, el 23 de diciembre de 1973, asesinaron a Mario Superby Jeldres. El amigo tampoco sabía. Mario no figuraba en los registros de la oficina de informaciones pero se pudo identificar el mausoleo familiar.
En sus alrededores, una mujer, empleada del cementerio, estaba limpiando. Los vio aproximarse, escuchó la pregunta acerca de un mausoleo y les dijo:
–Ah... Ustedes están buscando al hijo de doña Clarisa.
Aunque sorprendido, no atinaste a decir otra cosa que sí, que eran amigos. Y que “yo a Mario lo conozco desde chico porque éramos vecinos”. Preguntaste:
–Dígame... ¿Doña Clarisa está viva?
Supiste que iba al cementerio una vez al mes. Probablemente te emocionaste. No sólo por los duraznos sino también por las palabras que ella te dijo, algunos años después de la muerte de Mario (sobre tu propia madre, sobre doña Julia).
La señora les indicó el mausoleo.
–Este... – preguntaste en voz baja, sin muchas esperanzas -, usted... ¿nos abriría la puerta? ¿nos dejaría entrar?
Y los dejó.
Ya más cerca de Mario, pensaste que probablemente doña Clarisa iba a venir, al igual que ustedes, por ser 12 de abril. Le pediste al amigo que fuera a comprar un ramo de flores y una botella de vino. Tú te quedaste en el mausoleo. Conseguiste una escoba y te pusiste a barrer. Estuviste un buen tiempo, así, barriendo la tumba de Mario.
El amigo había vuelto con las flores y el vino, cuando a lo lejos divisaron la silueta de una mujer. Se detuvo. Era evidente que los había visto y apuró el paso.
La mujer tendría más de ochenta años. Alta, erguida, ancha y fuerte, los encaró.
–¡Y ustedes quiénes son!
–Doña Clarisa - dijiste. ¿No me reconoce? Soy...
Luego presentaste al amigo.
Clarisa Jeldres reconoció, escuchó el motivo invocado y con expresión de asombro, les preguntó:
–Y ustedes... ¿todavía se acuerdan de mi hijo?
–Todos los días de la vida... doña Clarisa.
(Esas fueron tus palabras. Y se las repetiste).
–Todos los días de la vida.

AGC

domingo, 7 de abril de 2013

Congrio a la cuyana

Este relato de Carlos Semorile fue "preparado" en el marco de una invitación específica a escribir sobre cocina e inmigración. Si alguno de los lectores tuvo una experiencia de este tipo y si tiene ganas de contarla, puede acercarnos su testimonio. La idea era abordar el tema de la inmigración desde su cocina y en sus más diversas facetas. A veces se trataba de mantenter un gusto, un sabor, olores, a la distancia. Otras veces se trataba de adentrarse en el país y en la cultura (las culturas) que recibía(n), aprendiendo a comer platos diferentes. Otras se armaron increibles mestizajes culinarios... Etc. Publicaremos otros textos de esta serie.

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Olga Maestre fue una de esas cocineras del pueblo que aprenden su oficio paliando el hambre de sus críos en humildes cocinas y con lo que tienen a la mano. Hasta el final de sus días, su especialidad fue el bife a la criolla, bien jugosito y, por lo mismo, acompañado de una buena cantidad de pan. Podría haberme muerto creyendo que era un plato “de diseño” si no hubiese descubierto que en la zona cuyana argentina, y también en Chile y en Perú, se lo conoce como “bife a lo pobre”. Olga había nacido en San Juan y toda una cordillera, y una mala comunicación interregional, la separó de los pescados chilenos y otras delicias del Pacífico. Pero durante su exilio en Santiago tuvo que darse maña con los frutos del mar, más específicamente con el congrio y en dos oportunidades. La primera era toda una prueba, pues se trataba de una familia chilena, así que había que esmerarse. Con la desconfianza de las gentes criadas en los valles hacia las carnes no vacunas, sazonó el congrio con limones y naranjas, y lo aromatizó con varias especies. La prueba fue superada: los Viñas se mostraron tan sorprendidos como satisfechos. La segunda visita era un “compañerazo” que estaba de paso y al que se proponía agasajar repitiendo la experiencia. Y mejorándola. Los cítricos, desde ya, pero muchas más hierbas que la vez anterior, de modo que el congrio estuviese bien adobado y perfumado. Horas y horas de trabajo y dedicación en la cocina de la calle Foster. Le salió exquisito, y la consigna era no pedir de repetir por si al cumpa le apetecía hacerlo. Cosa que efectivamente sucedió, un par de veces. Un éxito. Sólo restaba el comentario del agasajado para cerrar la jornada con gloria y honor: “Muy bueno, doña Olga”. Pero, ay!, agregó: “Sencillito, como me gusta a mí”. 

Carlos Semorile