"El 23 de diciembre de 1973 fueron ejecutados por carabineros
en el sector de Molco, Choshuenco, en el Complejo Panguipulli, dos personas:
- Hugo Rivol VASQUEZ MARTINEZ, 21 años, estudiante
universitario, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR);
- Mario Edmundo SUPERBY JELDRES, 23 años [militante del MIR].
Ambos se encontraban internados en la montaña, en el sector
de Choshuenco, desde donde bajaban al pueblo esporádicamente a alimentarse.
Según información de prensa de la época, « dos extremistas fueron muertos
durante el transcurso de un operativo que hicieron a las 23,45 horas
funcionarios de Choshuenco al lugar denominado Molco. En momentos que
Carabineros patrullaba el sector fueron atacados con disparos de armas por los
extremistas, repeliendo de inmediato el ataque. Durante la balacera fue muerto
con impactos en el tórax Hugo Rivol Vásquez Martínez, 21 años, el que portaba
un rifle marca Winchester de repetición. Andaba con otro sujeto apodado «El
Braulio», quién fue herido en las piernas y mientras era conducido al Hospital
de Panguipulli dejó de existir en el camino ».
La Comisión se formó convicción que el enfrentamiento informado no
ocurrió, y que las muertes de ambos afectados constituyó una violación a sus
derechos fundamentales de responsabilidad de agentes del Estado que usando
innecesaria o excesivamente la fuerza, dispararon sobre ellos".
Más información sobre el caso y las acciones judiciales emprendidas ACA".
Más información sobre el caso y las acciones judiciales emprendidas ACA".
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EPÍLOGO DEL LIBRO “TODOS LOS DÍAS DE LA VIDA. RECUERDOS DE UN MILITANTE DEL MIR” DE ENÉRICO GARCÍA CONCHA, EDITORIAL CUARTO PROPIO (SANTIAGO DE CHILE, 2010)
Mario Superby J. (1950-1973) |
12 de abril
Hacía varias semanas que el amigo
soñaba con Mario. Eso fue lo que te comentó, sin dar mayores precisiones,
notando simplemente la insistencia, la sorprendente presencia de Mario en sus
sueños.
Opinaste, entonces, lo siguiente:
–Será que Mario nos está pidiendo
que lo vayamos a ver.
Y agregaste:
–Falta poco para su cumpleaños.
Lo que yo te propongo es que vayamos en esa fecha.
El 12 de abril (que en el año
2006 fue un día miércoles), ambos se dirigieron al Cementerio General de
Santiago.
No conocías el lugar exacto de la
tumba. Habías estado en el velorio, no así en el entierro al que concurrieron,
además de amigos y familiares, uniformados y no uniformados, representantes de
las mismas fuerzas que, el 23 de diciembre de 1973, asesinaron a Mario Superby
Jeldres. El amigo tampoco sabía. Mario no figuraba en los registros de la
oficina de informaciones pero se pudo identificar el mausoleo familiar.
En sus alrededores, una mujer,
empleada del cementerio, estaba limpiando. Los vio aproximarse, escuchó la
pregunta acerca de un mausoleo y les dijo:
–Ah... Ustedes están buscando al
hijo de doña Clarisa.
Aunque sorprendido, no atinaste a
decir otra cosa que sí, que eran amigos. Y que “yo a Mario lo conozco desde
chico porque éramos vecinos”. Preguntaste:
–Dígame... ¿Doña Clarisa está
viva?
Supiste que iba al cementerio una
vez al mes. Probablemente te emocionaste. No sólo por los duraznos sino también
por las palabras que ella te dijo, algunos años después de la muerte de Mario
(sobre tu propia madre, sobre doña Julia).
La señora les indicó el mausoleo.
–Este... – preguntaste en voz
baja, sin muchas esperanzas -, usted... ¿nos abriría la puerta? ¿nos dejaría
entrar?
Y los dejó.
Ya más cerca de Mario, pensaste
que probablemente doña Clarisa iba a venir, al igual que ustedes, por ser 12 de
abril. Le pediste al amigo que fuera a comprar un ramo de flores y una botella
de vino. Tú te quedaste en el mausoleo. Conseguiste una escoba y te pusiste a
barrer. Estuviste un buen tiempo, así, barriendo la tumba de Mario.
El amigo había vuelto con las
flores y el vino, cuando a lo lejos divisaron la silueta de una mujer. Se
detuvo. Era evidente que los había visto y apuró el paso.
La mujer tendría más de ochenta
años. Alta, erguida, ancha y fuerte, los encaró.
–¡Y ustedes quiénes son!
–Doña Clarisa - dijiste. ¿No me
reconoce? Soy...
Luego presentaste al amigo.
Clarisa Jeldres reconoció,
escuchó el motivo invocado y con expresión de asombro, les preguntó:
–Y ustedes... ¿todavía se
acuerdan de mi hijo?
–Todos los días de la vida...
doña Clarisa.
(Esas fueron tus palabras. Y se
las repetiste).
–Todos los días de la vida.
AGC