La noticia se hizo pública hace
unas horas y aunque nadie puede decir que fue una sorpresa, el hecho está ahí.
Gabriel García Márquez ha muerto y la gente lo está llorando. Como se llora a
un amigo, como se llora a un ser querido. A un padre, a un hermano. Escritores
geniales hay unos cuantos, los hubo antes de Gabo y los habrá después porque la
humanidad es así. Persistente en sus esfuerzos. En sus tremendas ganas de seguir
adelante a pesar de todo. Pero escritores que despierten la ternura de la gente
son menos frecuentes. La gente lo ama a Gabriel. La gente, en realidad, no quiere
vivir sin Gabriel. Y por eso la gente lo estamos llorando.
¿Qué cosa es un escritor? No tengo
la menor idea. Pero hay algo mágico, sí, en esa manera que algunos tienen de
enredar su vida con la de todos. De decirle algo a todos. Una forma de
generosidad, de bondad en la mirada, anterior a la palabra. Porque primero es
la mirada. Después la palabra, como una caricia, como una manera de decir a
quien quiera leer: “vamos a seguir perdiendo y, sin embargo, todo va a estar
bien, ya vas a ver, todo va a estar bien”. Y por eso quizás los libros de
García Márquez nunca estuvieron meramente en una biblioteca sino que sus
lectores se los llevaron puestos como un traje que se fue gastando sin hacerse
viejo. Un traje que nunca compitió con otros trajes, más nuevos, más vistosos,
más lujosos. Un traje que tuvo siempre la medida exacta de las cosas que
nosotros –hombres y mujeres de América Latina– soñamos y no tuvimos, de
nuestras pequeñas y grandes derrotas, de nuestras pequeñas y grandes alegrías.
Hay un poema escrito por un poeta
argentino hace ya muchos años. Dejo de lado al poeta y me concentro en el poema
que habla de Hiranyaka, el “mejor de los albañiles autor de paredes famosas”
quien, un día, es requerido por la muerte. La Parca se acerca y decide llevarse a Hiranyaca
porque quiere un palacio como nunca nadie tuvo y, entonces, le pregunta:
¿dónde está tu corazón?
tiene que venir también tu corazón
no lo tengo contestó Hiranyaka
ha hecho su casa en una mujer
oh muerte restos de mi corazón
encontrarás en cada casa de este
reino
en cada pared que levanté hay
restos de mi
corazón
pero mi corazón
ha hecho su casa en una mujer
Cabe pensar que la muerte quiso
en este día que Gabriel García Márquez fuera a escribir para ella y solamente
para ella los libros que, primero, escribió para nosotros. Y le habrá exigido
la muerte también su corazón. Pero su corazón está acá, quizás en una mujer,
pero también en cada página que escribió y que nos pertenece. Y cuando el
llanto haya pasado, cuando la sensación de pérdida haya pasado, nos quedará esa
página como una sola página eterna que nada puede borrar. Nos quedará también
esa total seguridad de que estamos menos solos porque García Márquez estuvo un
tiempo entre nosotros.
Entonces podremos realizar
nosotros también el milagro. El pequeño milagro del libro abierto como una
resurrección de todos nuestros muertos.
Antonia García Castro