Presentación
Mi padre nació
en Quillota en 1929. Yo llegué a Francia en 1975 cuando tenía sólo dos
años. Mi padre había sido educado en los
Hermanos Maristas, lo marcó la II Guerra Mundial cuyas noticias escuchaba por
la radio, usaba traje y corbata para ir a la universidad*. Yo fui formada en el
Viejo Continente, bajo el rigor de la escuela racionalista, con la aparición
del tren de alta velocidad, de las noticias en directo por televisión cuando
hasta los Juegos Olímpicos estaban teñidos por la lucha entre el Este y el
Oeste.
¿En qué minuto
entonces me sentí identificada con Chile y con su memoria más allá de lo que
conllevaba ser una hija de la dictadura? ¿Cómo es posible que sea capaz de
mirar una revista antigua chilena y sentir que ahí tengo mis raíces? Mi padre
hablaba poco de su infancia. Tal vez no le traía buenos recuerdos. No lo sé.
Nunca lo sabré. Pero sí siempre habló, y con mucha alegría, de Coré. Y tal vez
que compartiera conmigo ese mundo de fantasía fue uno de los elementos que me
permitió descubrir que yo también venía de “ese país pequeño (…), donde
historia, tierra y hombre se funden en un gran sentimiento nacional”**. Es
posible que a través de ese hombre que recordaba sus ilusiones de pequeño,
cuando esperaba emocionado que llegara cada semana un nuevo número de El
Peneca, conocí ese Chile de mediados del siglo XX, ese país rural, sencillo,
pero rico en formación y conocimiento, cuidadoso de esa enorme producción
cultural, intelectual y creativa que alguna vez fue capaz de tener.
Los dejo con
algunos extractos de un artículo acerca de la obra de Coré que mi padre publicó
para la revista Araucaria*** en el cual rinde homenaje a este maestro de lo
imaginario, de lo universal, pero a la vez tan íntimo y familiar. Espero que a
ustedes también los lleve a recorrer los rincones olvidados del Chile que ya no
está, a reencontrar al niño que ya no está, porque quizás también ustedes
desean volver a sentir esa patria en la cual alguna vez gobernar fue educar,
esa patria ansiosa por volver a florecer, porque – al menos así lo creo yo-
aquí no hay ningún país que construir, sino que un mundo que recuperar.
Valeria Matus
* Eugenio Matus Romo (1929-1997), profesor de
literatura española, escritor y crítico literario.
**Del discurso pronunciado por Salvador
Allende ante la Asamblea de Naciones Unidas en 1972.
*** Revista cultural publicada en el exilio
entre 1978 y 1989. Se alimentaba de los artículos enviadas desde todo el mundo
por intelectuales y artistas chilenos.
El mundo mágico de Coré
Para una inmensa cantidad de chilenos, y seguramente
muchos, muchísimos latinoamericanos, existe un nombre mágico que presidió sus
sueños infantiles, que les descubrió un mundo de maravillas, que los instruyó,
que marcó su imaginación para siempre: Coré. Coré, el gran dibujante de El Peneca.
Muchas veces he pensado en Coré, he mirado y remirado
las viejas revistas, impresas en papel no muy fino, a veces francamente
ordinario, un poco gastadas, descoloridas con los años, y comprendo que fue, en
verdad, una fortuna inmensa la que tuvimos los niños de ese tiempo al contar
con ese artista prodigioso.
¡Cómo esperábamos el día viernes por la tarde la
llegada de El Peneca! Recuerdo que en
mi pueblo, en Quillota, muchas veces, impaciente, rondé por la estación de los
ferrocarriles a la hora en que habitualmente llegaba la revista, y tuve mi
ejemplar antes de que lo recibieran las librerías. Los vendedores corrían por
el andén, volcándola, en cuanto recibían los paquetes. Los viernes, a partir
del mediodía, ya no tenía cabeza sino para pensar en el acontecimiento de la
tarde. Imaginaba cómo sería la portada, qué historias habría ilustrado Coré. Y
el tener un nuevo número de la revista en mano, el contemplar los dibujos del
artista admirado, era un placer que disfrutaba con precipitación en un primer
momento, y luego con detenimiento, con calmada delectación durante la semana,
contemplando sin cansancio, sin límite de tiempo, cada escena, cada personaje,
cada matiz de color.
(…)
Maravilloso Coré, amigo irremplazable de tantos miles
y miles de niños de ese tiempo. ¡Cómo hubiera querido conocerlo, decirle todo
lo que lo admiraba! ¡Cómo desearía ahora saber más de él, quién fue, qué vida
llevó, dónde, cómo adquirió este arte estupendo!
Es curioso: en ese tiempo me parecía completamente
normal que Coré existiera y que semana a semana pudiéramos gozar con su
inagotable genio creador, con su técnica insuperable. Ahora, pasados los años,
comparando su arte con el de otros, tantos otros, buenos o excelentes también,
pensando sobre todo en el medio en que surgió Coré, pienso que se trata de un
fenómeno verdaderamente extraordinario.
Coré, independientemente de las estilizaciones de
Walt Disney, y en general de la imaginería de importación de la época, creó
allá, en ese lejano rincón del sur del mundo, con su solo talento, un mundo
fantástico personal, y fue capaz de desplegar ante los niños chilenos y latinomericanos,
a los cuales se dirigía, con un arte perfecto, el cuadro complejo, rico
admirablemente variados de la historia, de los mitos, de la literatura y del
folklore universales.
(…)
Sobre Coré podría – debería – escribirse un largo
libro bien documentado, con una iconografía lo más completa posible. Debería,
además, buscarse, si es que existen en alguna parte, sus originales.
Coleccionarse como objetos preciosos y dedicarles – si esto fuera posible ¿y
por qué tendría que ser imposible? – una sala en algún museo.
No faltarán, espero, en el futuro, los que, por el
bien de nuestra cultura y por un imperativo de justicia histórica, realicen una
y otra tarea. La que por mi parte modestamente me he propuesto, creo que, que
puede terminar aquí.
Quisiera agregar, sin embargo, la siguiente
reflexión. Si Coré hubiera hecho lo que hizo en Francia, en Inglaterra, en
Alemania o en Estados-Unidos, su nombre sería conocido universalmente, sus
dibujos habrían sido reproducidos una y otra vez en ediciones de lujo, se le
habrían dedicado monografías, exposiciones, programas de televisión y su nombre
se citaría entre los más grandes dibujantes de todos los tiempos. Pero Coré es
chileno, es latinoamericano y, naturalmente, no lo conoce nadie. Es decir, lo
conocemos nosotros, las generaciones de chilenos, de latinoamericanos, que
fuimos niños allá por la época en que él derrochaba su ingenio, y quizás el
homenaje más íntimo que le rendimos cada vez que recordamos o volvemos a
contemplar sus dibujos – al afecto y la admiración inalterables que sentimos
por él – sea por último un homenaje mucho más valioso que el de la celebridad
mundial.
Eugenio
Matus
El artículo
completo “El Mundo Mágico de Coré”, escrito por Eugenio Matus Romo
para la Revista Araucaria, número 27, páginas 103 a 115, 1984 puede leerse en
los siguientes links: