Este texto lo recibimos algunos afortunados como correo enviado desde Francia. Lo reproducimos para que haya otros afortunados. El objeto del correo indicaba:
“La pobrecita, por los avatares del relato y porque no sé cómo se
llama la plantita”
***
Mis queridos, mis queridas:
Tengo a bien informarles que La Pobrecita comenzó hace
algunos días a anunciar el arribo, que creo inminente, de la primavera. Ésta
comienza a manifestarse con un avance de más de 20 días. La Pobrecita, una planta
floral llegada en maceta un día de hace muchos años, de esas de florería, que a
las dos semanas suelen morir tristemente pese a que uno la cuide. Ni recuerdo
quien la trajo, seguramente alguien conocido, seguramente invitado a cenar, que
seguramente consideró que no se llega a una cena con las manos vacías. Seguro.
Recuerdo que un día la saqué al
jardín porque me la tropecé en la entrada (soy un tipo que deviene motrizmente
torpe cuando tengo un problema en la cabeza, ergo: siempre...) y desde ese día
nunca más la entré. La dí por muerta varias veces a causa de sequías
importantes (digamos que mis idas a Baires son en general en los meses de
verano europeo) y puede pasar que no llueva y/o no sea regada. También le ha
acaecido de dormir fuera, en crudos inviernos de más de10 bajo cero, pero ella,
valiente, aguerrida, con una rabia de vivir y con tranquila humildad, renace de
entre las inclemencias extremas.
Mi comportamiento deleznable
hacia ella, me llena de bochorno, aunque siempre he llegado a tiempo –por
cuánto tiempo encore, hélas!– para, ya sea hacerle beber poco a poco, como a
esos perdidos en un desierto, moribundos, sedientos, a los que aparentemente no
les llegó la hora. O cuando ya muerta –su aspecto inconfundible lo grita, ramas
secas, sin hojas, tierra resecada y dura, y un gesto de rabia y desdén que me
culpabiliza– hace que, buscando la tijera de podar o sécateur que no encuentro
aunque lo tengo delante de mis narices, voy musitando palabras, frases de
amargos autoreproches y quelques esquisses de juramentos que sé que no cumpliré
pero bueno, encontré las tijeras, corro como un bombero que va a salvar a una
petite vieille abandonada a su suerte en el medio de un incendio o una bella
desmayada y opero: empiezo cortando las ramas más tristes que se quiebran con un
chasquido seco de reproche, sigo bajando y cortando...
Me ha pasado ya de dejarla a ras
de la tierra, y con una vana esperanza, junto a mis lágrimas, derramar una vez
más a guisa de despedida los alegres chorritos transformados en lluvia fina,
desde la jocosa regadera. Algunos días más tarde, saliendo ensimismado de la
casa, mi vista tropieza forzosamente con La Pobrecita. De tener
tanta vergüenza me ha pasado de mirarla y no verla.
La última vez que esto ocurrió,
llegué a la avenida y algo se iluminó en mí, primero no le presté atención y
seguí, pero no, no es posible y me volví corriendo (de acuerdo a mis
posibilidades) con el pecho apretado por la esperanza, evaluando si no estoy
exagerando ciertos sentimientos que sería mejor manifestar sobre otras contingencias,
en fin, llego, abro el portillón, me acerco conteniendo el aliento y en puntas
de pié la espío, veo los brotecitos verdeando ya, bien desde las puntas de sus
ramitas, las hojitas que se meneaban como bailando con la brisa, y...
huiiiijaaa..!!, no pude, no quise, no se merecía que contuviera mi gritar, y
bailar y reírme y hablarle y gritarle: ¡campeona..! ¡Ejemplo..! ¡Eterna pese a
todo..! ¡Vida..! ¡Vida..!
Miguel Praino