viernes, 20 de marzo de 2015

Un inglés frente a la crisis del fútbol argentino



Hay algo incongruo en empezar un peregrinaje a la Bombonera en medio de las boutiques de lujo de la avenida Santa Fe. Aún para un veterano con 50 años de canchas inglesas, incluidos los momentos más difíciles, le provoca cierta trepidación el mero nombre del estadio de Boca.

Dos horas antes del partido, a las cuatro de la tarde, subí al bus 152 a nivel de Callao y antes de recorrer cuatro cuadras, el colectivo que me llevaba además junto a dos jóvenes mujeres vestidas de Boca ya unos quince civiles inocentes, fue parado por un grupo de siete hombres, con uniformes negros, sin identificación ninguna, pero con bastones/porras y sus miradas feas, quienes nos rodearon en silencio por varios minutos. No pasó nada, pero sí cambió el ambiente. Y en eso un oficial de los colectivos le gritó al chofer de cambiar la ruta, seguramente por problemas de circulación generados como siempre por partidos en la capital. Aproveché para lanzar el diálogo con las dos de Boca con un “¿van siempre a la cancha, verdad?” Al confirmarlo, les pedí consejo de cómo conseguir una entrada, confiado que no habría tanta gente con ganas de ver un partido contra Defensa y Justicia, nombre que sugiere un equipo de burócratas de los ministerios respectivos a mi oído extranjero.

Con evidente orgullo, sacaron sus cartas de socio: algo parecido a una tarjeta de crédito con foto, para ellas, evidentemente de mayor relevancia que su proprio DNI. “Sin la tarjeta de socio o activo, nadie entra en la cancha de Boca”. ‘Pues ¿qué hago?’. “Primero, no compres ningún ‘entrada’ a los jóvenes que rodean el estadio. Son todas truchas”. Otra palabra aprendida. “Segundo”, y me miró, yo de 1m80, blanco, jubilado, “en tu lugar, lo mejor es pagarle a un policía”, todo dicho con una seriedad de uno que sabe que su consejo es el único correcto. Según ellas, son 70 mil socios y cien mil ‘activos’, ¡saber la diferencia! Mi optimismo bajó.

Y tenían toda la razón. La Bombonera es como Alcatraz al revés, ni te acercas sin tarjeta de ‘socio’ o ‘activo’. Y lo garantizan suficiente fuerzas del orden para parar una insurgencia generalizada.

Esto iba a ser mi quinto partido en mi vacación en Argentina de un mes –mi visita anterior fue para la Copa América de 2011. Y mi desafío era de visitar 10 canchas de BsAs, llegando a todos en colectivo, con mi tarjeta mágica SUBE.

El día de mi llegada, después del vuelo de 14 horas desde Londres, me fue en colectivo de Palermo a Liniers para el Vélez-Crucero del Norte. A pesar de los carriles centrales dedicados a los colectivos, el colectivo tarde bastante entre Palermo y Liniers. Paso rapido para mi ya que iba tratando de calcular si es que hay una relacion entre Juan B Justo y la cancion de Chuck Berry, Johnny Be Good. Ahora debería de declarar que soy hincha de Sunderland, no el club social-milonga del norte de Buenos Aires, sino el club de fútbol medio anti-social del norte de Inglaterra que esta semana pusieron su director técnico, el uruguayo Poyet, a la puerta. Tuve que ir a Vélez ya que un amigo de escuela cerca de Sunderland se llama Ernie Sarsfield. Al empezar el partido veo uno pasar, sorpresa, en camiseta de Inter de Milano, azul negro. Cuando le veo desde atrás veo escrito RICKY, alusión obvia a Ricky Álvarez, ex de Vélez prestado desde septiembre de Inter a Sunderland!!! Todo eso me da rabia pensar que hay quienes dicen que hoy en día no hay nostalgia en el fútbol.

Dos días antes mi fracasada visita a Boca, había ido calmamente a Racing contra Colon y me impresionaron tres cosas, además del talento del equipo que después aprendí faltaba casi todos los titulares; uno, no solamente todas las calles de Avellaneda parecen un festival del chorizo, pero adentro del estadio hay un parrilla-al carbón. Ustedes ni pueden imaginar los perros calientes’ que sufrimos en Inglaterra. Secundo, los baños no llevan H y M sino ‘académicos’ y ‘académicas’. Tercero, ¡el estadio estaba lleno de mujeres y niños! Mi muestra no es muy científica –estaba yo en la platea a 400 pesos pero de los dos o tres miles en mi sección, todos pareciendo de orígenes medio humildes, diría que los hombres eran minoridad, o por lo menos el porcentaje de mujeres superaba de mucho el del parlamento británico. No habían grupos de hombres, sino parejas con sus hijos, o hasta hombres llevando bebes. Abajo de la platea, entre la cancha y el gran público dado que la Academia es circular, hay un área plana en forma de D que queda vacía por la mala perspectiva hacia el partido debido al hecho que está al nivel del césped. Mirando abajo en el secundo tiempo, veo que en este espacio vago jugaban a fútbol unos veinte niños y niñas, por lo que pude ver entre 3 y 6 años. En breve, ir al estadio parecía una cuadra de Renoir, grupos familiares en contexto bucólico, todo en orden, todo como debe de ser en el mundo.

Pero otra cosa que me llamó la atención es que yo era más o meno el único del público sin la camiseta de Racing, hombres, mujeres, viejos y niños. No se puede no notar el estilo/elegancia con que las mujeres llevan su camisetas, anudadas como en la playa, y todos visten su camiseta Racing como si fuera un desfile de moda. Esto pensamiento me vino como inconsciente, no lo pensaba de una manera pensada. Pero en un momento como me desperté; estaba mirando un grupo de hombres en camiseta de Racing y me vino’ la pregunta, ¿por qué están vestidos de mujer, estés tipos? A tal punto las mujeres están acaparándose de las canchas, por lo meno en las secciones menos baratos.

Por cierto que hay muchas medidas de seguridad, incluso la exclusión de hincha visitante, registro para sacar pirotécnicos etc. etc. Y mi base de investigación, taxistas, meseros y gente suelta, me asegura que la barra brava solo puede existir por la complicidad de los dueños de los clubes y tienen un aspecto de crimen organizado, cobrando/extorsionando a los vendedores alrededor de los estadios. Por cierto, mi experiencia con las barras bravas queda lejos de completa –y quizás tuve yo suerte– pero lo más seguro es que se utilice las maldades de unos pocos para condenar a toda la hincha.

Pero esta es una de las grandes contradicciones; la mayoría de los argentinos creen que los estadios son lugares de violencia, crimen, peligro, poblados de desempleados y gentes por lo menos dudosas. Mi experiencia en cuatro equipos en zonas relativamente populares (Liniers, Lanús, Avellaneda y Parque Patricios) es que el ir a la cancha es una actividad social y familiar, un espacio donde todos tienen los mismos derechos de gozar, insultar sus jugadores, discrepar con sus vecinos sobre los porqués misteriosos de este juego que uno puede estudiar pero nunca entender completamente. En fin, uno de los pocos espacios de verdadero estado de derecho donde todos son iguales frente al deporte/la ley.

Hablando de ley... el día de mi llegada a BsAs vi que jugaba Huracán. Siempre he querido ir al estadio de Parque Patricios desde que vi El Secreto en Sus Ojos y leí que la parte de la cancha era filmado allí, con sus escaleras/pasillos de falso mármol y su cara de art deco como recuerdo de otra época donde las fantasías, por lo menos arquitectónicas, eran pagables. Minutos antes de salir por el estadio, aprendí que el partido era ‘sin publico’, una suspensión por el abuso de pirotécnicos o no sé qué.

Pero tres días después me doy cuenta que Huracán si juega y esta vez si con público, contra unos venezolanos en Copa Libertadores. Vale. Camino a San Telmo y de allí a Parque Patricios pero antes de llegar al estadio, cacheo de la policía. Iba bien pero no me dan paso porque no tengo entrada. Y la boletería está a 10 cuadras. Me resigno, pero antes de irme veo un tipo dando fuertes instrucciones a automovilistas acercándose demasiado al estadio y le pido confirmación de la ubicación de la boletería. “Si” me dice, “pero hoy no venden, por la suspensión”. Con cara larga le explico que vengo de lejos. “Esperase acá”. En dos minutos vuelva y me da una entrada. “¿Cuanto le debo?” “Invitación de Huracán”. Y en platea, detrás de la bancada de suplentes. Que ángel. Durante el partido lo veo de nuevo, esta vez dando instrucciones dentro del publico—conclusión, policía en civil, pero obviamente de los buenos.

 Otra gran contradicción es que todos dicen que el fútbol en el país deteriora, sobre todo por la venta de los mejores jugadores a Europa y hasta el Golfo y China. Y cada vez se van más y más joven. Lógicamente tiene que ser cierto, pero igual la calidad que he visto me convence que esta es una de las grandes ligas, y el entusiasmo de la gente en el estadio tiende a confirmármelo.

Pero mi gran preocupación es que la liga es de treinta clubes y no de a veinte como en otros países. Algunos dicen que es para proteger Boca de un posible descenso, otros que no se quiere repetir la experiencia del descenso de River. (En Boca compré una ramera con los escudos de River, San Lorenzo, Independiente y Racing, cada uno con el año de su descenso respectivo y con la lema “Esas Manchas No Las Borran Nunca Mas”, todo en mayúsculas. Quiero al fútbol en gran parte por el sentido de humor, popular, del hincha). Inevitablemente, tener 30 equipos diluye la calidad de la liga y hay muchos partidos con poco en juego, perdidos y ganados de antemano, donde nadie se da la pena de apostar. Clubes nombrados por compañías de colectivos (Crucero del Norte) o, supongo, por una novia, como Rafaela (aun si uno me dijo que es por la ciudad en Santa Fe!).

Más que nada quiero al fútbol por los debates, donde nadie pierde porque todas las perspectivas son validas (¡delante la ley del deporte!), aún los mas extremos y los mas evidentemente falsas.  Mi mejor discusión de este mes fue en las cataratas de Iguazú, donde menos la esperaba. Me encontré con una familia de Córdoba y, como siempre en Argentina, los formalismos de los primeros encuentros se dan por acabados cuando surge, ineluctablemente, la pregunta “¿y con quien hinchas vos?” La respuesta del hijo de la familia de unos 12 años fue “Talleres”. Cómo es el nombre completo, le pregunto. “Club Atlético Talleres de Córdoba” responde con un ritmo y insistencia de quien habla con una persona de poca educación o que ya era un poco viejo para discusiones serias. Y por qué Talleres, le pregunto. Responde con las espaldas. No sé, tampoco, le digo, pero tengo una teoría. Para mí puede ser por los talleres de ferrocarril que crearon los gales y los escoses (para evitar la otra discusión inevitable) quienes fueron los que introdujeron el fútbol acá. Unos momentos de silencio y concentración. Su mirada me dejó claro que no podría quedar sin desafío una teoría tan ridícula, y de cualquier modo, quién era este viejo venido de un Reinado a pronunciarse sobre el deporte de los argentinos. “Yo no creo” me dice. Y cuatro, cinco segundos después, “Puede ser que viene de tallarines”. Con una actitud tal, este niño tiene futuro y no puede fracasar.

El fútbol argentino está en buenos manos, o como me dijo uno, lo seria “si no fuera por los dueños de los clubes y la AFA”

Crisis, ¿qué crisis?

Libérense de los mitos sobre la cancha, la hincha y los peligros. Me hace acordar al reinado de la Thatcher quien, entre otras cosas, odiaba tanto el fútbol como los trenes, los dos por la presencia de la clase obrera. Cada incidente fue utilizado no por mejorar la seguridad en los estadios, un derecho para todos, si no más por maldecir a la clase trabajadora y sus placeres/goces.

Muchas medidas contra el crimen y violencia en los estadios son importantísimas, pero son también básicas para cualquier país que se quiere civilizado. Y no hay que olvidar que estas violencias no empiezan en los estadios, son importadas del contexto social de pobreza, alienación y desempleo. Arréglense esas cosas y no tendrán más problemas en los estadios. Y por lo que veo, los problemas que hay son enormemente exagerados y en términos porcentuales, ¡me imagino que los niveles de crimen y violencia a la interior de las canchas no superan los de afuera!

Mejor mirar un poco los estadios, la mayoría que tienen unos cincuenta años. ¿Dónde va la colaboración masiva de los socios y activos y los derechos de los medios? Por cierto no es en el confort del espectador que se siente sobre el concreto ya de edad para jubilarse. ¿Y la comunicación? No he visto ni un cartel electrónico para dar la información básica- los equipos, la hora, los reemplazos, quien recibe cartón etc. etc.
Es como si se decía a la hincha: salva quien puede, ustedes apoyan al club pero no es reciproco.

Y esto sí es un país civilizado. ¿La prueba? Salgo de la Academia a las 11 de la noche, y gracias a gentiles informadores, llego a la parada del colectivo 22, que debe llevarme al centro. Espero, con una veinte gentes más, una media hora, y finalmente viene uno, pero nos pasa de largo. Voy a la pizzería de a lado y me tomo una cerveza una media hora y me reúno con los de mas potenciales pasajeros. A la medianoche, para un bus vacío, con un número que no corresponde con la parada y con una destinación que no tiene nada que ver con su ruta. Pregunto si va al centro y subo, pero al acercar mi tarjeta a la maquina SUBE el chofer me hace señal de pasar sin registrar. Con dos o tres paradas más, el bus casi se llena con gente vestida de celeste, y yo, sentado a lado del chofer. De repente grita a voz alta “Cierro”. Silencio y suben tres nuevos pasajeros más. “¿Cierro?” grita, silencio. La tercera vez y una voz desconectado desde atrás grita “ahora si” y la puerta cierre. Antes de bajarme en Entre Ríos, le pregunto al chofer, que cuando gritaba cierro era para que los pasajeros deciden cuando el bondi está lleno. Me mira con la misma mirada que el chico de Talleres en Iguazú. “Claro”. Le ofrezco la mano, y bajo. 

Es la una de la mañana cerca del Congreso. Hay gente en la calle comiendo helados, platicando, mirando negocios. No tanto como en el día, pero igual mucha gente. ¡Qué país!

John Rhys Bevan