En los últimos meses, se han producido dos importantes
eventos literarios, distintos entre sí, pero con un factor común: el
resurgimiento de un personaje de ficción en manos de un autor contemporáneo ya
que los creadores originales fallecieron hace mucho.
El primero es el insuperable detective belga
Hercules Poirot, que los herederos de Agatha Christie confiaron a la escritora
británica Sophie Hannah para una nueva investigación bajo el nombre: “Los
crímenes del monograma”. El segundo es el antihéroe Corto Maltés, entregado
también por los dueños de los derechos de Hugo Pratt a dos autores españoles quienes
lo llevaron a una nueva aventura llamada: “Bajo el sol de medianoche”.
Sin duda existe un objetivo lucrativo muy
bien estudiado por las editoriales tras estos lanzamientos. Pero más allá de
este asunto netamente de mercado, me sorprende que con tantos recursos con los
que contamos hoy, estemos recurriendo a obras del pasado para poder dar un
golpe comercial realmente potente.
Maltés es el último romántico. Un hombre
del siglo XIX cuya existencia es imposible pasada la I Guerra Mundial. Amigo de
Jack London y de Joseph Conrad, autores probablemente desconocidos entre los
más jóvenes e incluso no tan jóvenes porque así de viejos son. Poirot es un
tipo anodino, anticuado, maniático y neurótico. Representa todo lo que es detestable
en estos tiempos. Pero ningún héroe post-moderno, ni Doctor House, ni Walter
White, ni los atormentados protagonistas de Lost, por mucha pasión que hayan desatado
en su minuto, pudieron lograr lo que ellos hicieron: trascender a la inmediatez
y más.
Poirot después de Christie y Corto después
de Hugo sólo me pueden confirmar una certeza. Aunque estemos en un mundo muy rebuscado,
con supuestas innovaciones constantes e inagotables oportunidades que debieran
deslumbrarnos diariamente, sólo un clásico puede en verdad salvar la emoción y
la entretención. Sólo éste permanece una vez que se cerró el libro o se apagó
la televisión.
Un crítico se pregunta si acaso la resurrección de Corto Maltés era necesaria. Me atrevo a afirmar que sí. La resurrección de estos personajes era necesaria porque es necesario el resurgimiento de la ensoñación, de la posibilidad de trasladarnos por completo a mundos inexistentes, de viajar fuera de nuestra languidez diaria por unos instantes, cual Alicia al país de los naipes o de las tazas.
“Los crímenes del monograma” tiene, en
efecto, mucho de Agatha Christie. Un poco exagerado para mí gusto. Con ciertas sofisticaciones
en las que, creo, la maestra del crimen no habría caído. Pero cumplió con
entretenerme un fin de semana largo y, desde las primeras páginas, supe que no
estaba dispuesta a salir, bajo ningún pretexto, de mi habitación mientras no
supiera quién era el asesino. De modo que con o sin su creadora, con un poco
más o un poco menos de similitud, Poirot cumplió con su misión literaria de
siempre y es suficiente para mí para considerar que la lectura fue un acierto.
Corto Maltés, según dicen, está en las
mejores manos. No lo sé todavía. Quiero pensar que viene en camino y, con esa
misma ansiedad con la que cuando niña estaba expectante de la Navidad, lo estaré esperando, cualquier
tarde de diciembre, sentada en mi balcón, con una copa de vino blanco.
Valeria Matus