Daniel Frascoli - Romina Grosso - Pedro Fernández Mouján |
Las bellas canciones de
“Larvas” son sugerentes, melodiosas y poéticas. Cada una cuenta la historia de
un personaje, seis niños y una niña con historias densas como prontuarios. Las músicas
y los arreglos de Daniel Frascoli nos hacen viajar al tiempo donde la melodía
importaba, cuando las canciones se dejaban cantar. Y la interpretación de
Romina Grosso tiene reminiscencias de las grandes cancionistas argentinas: por
momentos, su voz adquiere un timbre agónico que cobija y a la vez enaltece el
dramatismo de esas vidas tronchadas.
De origen, Elías
Castelnuovo las retrató en su libro “Larvas”, que recoge su experiencia como
maestro en un reformatorio bonaerense. Castelnuovo tiene la mano pesada para
señalar que los asilados representaban “en miniatura todo lo más raro y
espantoso que produce la especie humana”. En su lugar, otro hubiese redactado
un informe, pero la fina ironía del rioplatense se detiene en cada pústula del
físico o del alma de esos siete pibes. Por
eso mismo, es una proeza haber convertido en poseía una prosa dura que
te deja a la intemperie.
Esa hazaña es obra de la
cantautora Romina Grosso y del escritor y periodista Pedro Fernández Mouján. Como
ellos mismos dicen, “el trabajo musical Larvas
(canciones para Castelnuovo) surge de la necesidad de volver a tejer partes
que parecen haber quedado deshilachadas en una trama cultural e identitaria en
relación con los barrios porteños, la cultura de Buenos Aires y Argentina, sus
músicas, su literatura”. Han rescatado a un olvidado y, la pucha!, se impone ahora
la pregunta por el futuro de este gran trabajo.
¿Qué decir al respecto si
las canciones son hermosas, y si además tienen el mérito enorme de llevarlo a
uno al conocimiento de un “maldito”? Pero sucede que la Argentina crea cosas
maravillosas que el “sistema cultural” deja a un costado. Y así se regresa
siempre al panorama que pintaba Castelnuovo: “No era la soledad de una persona
que se niega deliberadamente a alternar con los demás: era la soledad forzada de
una multitud de almas sombrías, desligadas entre sí, a quienes la fatalidad
había embutido en una misma lata de sardinas”.
La chance de no ser “una
multitud de almas sombrías” pasa, creo, por compartir, por crear una comunidad
dichosa, ligada por sólidos lazos culturales. Por brindarnos enteros, como aquí
lo han hecho Grosso, Frascoli y Fernández Mouján. Ahí están las canciones de “Larvas”,
son suyas!, escúchelas, cántelas, hágalas conocer. Allí está Castelnuovo, es
nuestro, y ni usted ni nadie merecen perdérselo. Dése un tiempo para
Pestolazzi, Frititis, Mandiga, Guitarrita, Amarrete, Caruncho, los niños-larvas
que ahora tienen sus canciones.
¿Qué espera para oír la
armónica de Ana María? ¿No la ve? Ella ha venido a rescatarlo con su música.
Está parada al lado de su lecho de convaleciente, y le pregunta “canturreando”:
“¿Qué tiene este hijo? ¿Por qué llora este hijo querido? ¿Cómo es que está tan
solo este pobre hijo de mi alma?” Levántese, amigo. “Por el boquete de la
ventanita, ahora penetraba también la claridad en mi corazón”. No vacile más:
“Hay que tener fe en los chicos”. Hay que creer en los pibes, en nuestra valía
y en la delicia de las canciones.
Carlos Semorile