Me cuenta Moni que ayer un
niño quiso saber de su abuelo. Porque no lo conoció, porque ya no tiene a su
abuela que le iba contando de su compañero, y porque quiere enriquecer los
relatos de su madre. Además, cuando uno necesita entender ciertas cosas,
“siempre se vuelve a la sangre para saber qué pasó”. Se regresa a lo que esa
sangre tiene de indeleble, a lo que ella escribe en nosotros, y también a lo
que deja irresuelto en el camino. No sabés cómo te entiendo, niño adorado, y
espero que me creas si te digo que sabía que este momento iba a llegar, que no
se demoraba. Yo también fui tú, y volví el rostro y el alma hacia todo el
camino que los ancestros recorrieron. Que aún recorren. Porque ahora que vos lo
buscás, el abuelo Carlos vuelve a viajar a San Antonio de Areco “acompañando al
primer equipo de Sportivo Baradero”, y el 12 de mayo de 1935 se sienta sobre la
pelota momentos antes del click del fotógrafo.
Lo desconozco casi todo
acerca de ese viaje de tu abuelo. Parece la mascota del equipo pero… ¿cómo fue
que su madre lo dejó ir con apenas cinco años? ¿Estaba al cuidado de aquel
muchacho que lo sostiene? ¿O andaba por allí Leandro Manuel, tu bisabuelo? Lo
que sí te puedo decir es que para Carlos María el fútbol fue siempre una pasión.
Lo jugó de niño en su pueblo, concurrió a los estadios rosarinos en su época universitaria,
y nos llevaba al Monumental cada vez que River hacía de local. Cuando viajamos
a Chile y se demoraba el paso en el Cristo Redentor, él sacó una pelota blanca
y roja y armó un picadito entre camioneros nacionales y chilenos para matizar
la espera. Meses más tarde, en su breve paso por Santiago, fuimos al Estadio
Nacional para ver a la selección de don Juan José Pizzuti: como estábamos
sentados en la platea local, no pudimos gritar ninguno de los goles argentinos.
Muy distinta fue la cosa
una tarde en el pueblo. Después del almuerzo, mientras su hermana y sus
sobrinas dormían la obligada siesta, nos acercamos a la cancha del “Lobo” y
allí tu abuelo gritó con ganas un gol decisivo de su querido Sportivo Baradero.
Como ves, Carlos María era un apasionado del fóbal. Podés confirmarlo en las
fotos de aquellos partidazos que hombres y mujeres jugaban hasta la extenuación
los fines de semana en la casa de la abuela Olga en Ciudad Evita: sanguíneo,
exuberante, sonriente. ¿A quién me hace acordar? Ya sé: al director técnico que
tuvimos cuando niños. Nos subía a todos los botijas del Pasaje Prometeo en la rural
de su hermano Hernando y, una vez en el Parque Saavedra, él mismo nos conseguía
rivales. La vida tiene estas vueltas: aquella mascota –y único niño– de la foto
del Sportivo en Areco, fue el único adulto –y además fotógrafo– de “Los Diablos
de Prometeo”.
Ojalá, querido niño, estas
líneas aporten a la búsqueda del abuelo que no conociste. La savia regresa en
la savia, y debajo de la porra del Carlos María chiquito se dejan ver rasgos
conocidos, bastante más que un aire de familia. Ahí ya estamos varios de los
que vendríamos después, con o sin fútbol, a apasionarnos como lo hizo tu
abuelo. A indagar y a tratar de entender los vericuetos de una raíz con muchas
historias. Y esta es, apenas, una de ellas.
Carlos
Semorile