sábado, 7 de mayo de 2016

Aclaración sobre "El Tiempo"



Hace unos años atrás, durante una estadía en Buenos Aires, un amigo francés, Jean Barak se dedicó a sacar fotos de la ciudad. Hizo varias series. Una estuvo dedicada a las paredes de Buenos Aires. Ese trabajo luego devino muestra. Por un lado estaban los murales. Por otro, las viejas paredes tanto en exterior como en interior. En medio de unas y otras, había también ventanas, rejas, puertas. Esa cuestión fue tema de conversación de algunas caminatas que compartimos: no las paredes, no las rejas, no las ventanas… el tiempo. La huella que el tiempo deja en las cosas.

Un día, en la Boca, en lo que alguna vez había sido El Taller de Garibaldi, propiedad de Tata y Alberto Cedrón, Jean tuvo la oportunidad de fotografiar lo que quedaba del taller en ruinas. Tomó varias fotos. En una de las paredes podía verse la huella de una escalera. Había una enigmática puerta que parecía no llevar a ninguna parte* y había además una zona de la pared que, vista de lejos, parecía un cuadro.

Jean volvió a Francia y dejó en casa una copia de sus trabajos. Me impresionó la foto que mostraba la mancha, hice un recorte y me quedé con un detalle. Siempre me pareció que era como un cuadro. Bello. Por eso, cuando busqué una imagen para asociarla con este blog, no hubo que pensarlo mucho: elegí ese detalle y le puse un título como si “de verdad” hubiera sido un cuadro**.

De ahí que hoy, mi amigo Carlos Semorile me haya dado sin saberlo una linda sorpresa al decirme así: “Me preguntan de quién es la pintura que sale en la portada de Nuestro Querer…”

El tema es que no conozco la respuesta. ¿De Jean Barak? ¿De Tata y Alberto Cedrón? ¿De todos los que pasaron por el Taller de Garibaldi? ¿De la humedad? ¿Del aire? 

¿Del tiempo?

Cándida

* La puerta enigmática y parte de ese muro fotografiado por Barak figura en la edición chilena de “La muerte lenta…”
**En el marco de un proyecto de libro, en la fase previa, de preparación y esbozos, esa “pintura” inspiró un párrafo que luego devino otra cosa y desapareció, por así decirlo, sin dejar rastro.

“La foto mostraba un muro. No era un muro cualquiera. Había resistido todas las intemperies y cada una de ellas había dejado su huella. Una marca, que junto a otra marca, había ido formando con el tiempo un fresco que nadie había pintado. Prevalecían los tonos violetas en contraste con los naranjos y los rojos de los ladrillos que en ciertas partes estaban a la vista. También eran visibles las diferentes capas de pintura como pequeños trazos que la lluvia había desteñido. Mirado de lejos el muro presentaba en toda su extensión una gran mancha descolorida. Mirado de cerca se hubiese dicho que un fino pincel había dispuesto esos toques de colores”.