Hace unas semanas recibí
una consulta vía féis de una mujer que me preguntaba si estaba emparentado con
los Semorile de Baradero. Le dije que sí, y le comenté con cuáles de ellos.
Ella me dijo que había sido amiga de mi padre y de mi tío, pero que luego los
había perdido. Pasaron unos días hasta que volvió a escribirme, esta vez al
mail: “…lo que para vos fue una sorpresa, es para mí una emoción muy pero muy
fuerte que me volvió a mis 15 (…) cuando deje de llorar, si querés, te cuento
una historia del pasado, viva en mi corazón…". Hubiese querido enterarme
ese mismo día, pero comprendí que no era taaan sencillo y le respondí: “Cuando
vos puedas y quieras me contás..., yo espero tu relato con ansias pero a la vez
con paciencia, si hace falta...”.
Pasaron un poco más de dos
semanas hasta que volvió a escribirme, esta vez para contarme su historia bajo
nombres supuestos: “Confieso que para poder hablar acerca de
esta historia (que ni siquiera sé si llega a historia), he recurrido a la ayuda
de un vaso de vino (…) No soy escritora, pero cada palabra brota del corazón
y es un grito que pide ayuda para que este amor, que lo mantuvo
vivo tantos años, no muera cuando él deje de latir…
“Sucedió por los años ´50, allá
en un pueblo que como todos los pueblos tenía una plaza, enfrente la
iglesia (como corresponde), y al lado (como no corresponde) ¡¡¡la farmacia!!!...,
y después... nada, después... todo (...) María (15) iba a la iglesia para pasar
por la farmacia y ver a Juan (18), pero María era tan pero tan tonta, que
al pasar por la puerta de la farmacia miraba para otro lado, tenía vergüenza
y cruzaba y se sentaba en la plaza con su prima y compinche de su misma edad, que
le daba fuerza para cometer esta locura. Un día, cuando María cruzó a la plaza,
encontró a Juan sentado en "su" banco y salió corriendo.
“Otro día, una tía de Juan se
sentó en ese banco. María llegó y se sentó a su lado, hablaron de amores,
recitaron poesías y, entre poema y poema, llegó Juan. Se miraron a los ojos y
sintieron algo que siguieron sintiendo cada vez que se miraban y se miraron
mucho, tanto, tanto... Se amaron mucho y se pelearon mucho... La familia de María
era peronista y María también, y Juan era socialista..., en aquellos años
pasaron muchas cosas, la muerte de Eva, la maldita, sangrienta revolución del ´55.
Muy fuerte todo, muy doloroso. Juan y María se amaban, se peleaban y se
volvían a juntar... Juntos o separados se amaban siempre, siempre...
“Un día María se casó, pero
no con su Juan. Fue un lunes lluvioso, toda vestida de negro, entró a la
iglesia del brazo de su hermano... En la puerta, entre otra gente que quería
ver a la novia estaba aquella tía... En el altar, esperando, estaba el
novio que no era Juan..., y al lado de la iglesia, la farmacia... Y así, María
con su marido, que no era Juan, volvió a la Capital... Dos años después, María
volvió al pueblo, fue a la plaza, se sentó en su banco. Juan cruzó, se miraron
como se miraban siempre, no hubo palabras... No hacían falta... ella tenía en
sus brazos a su hijo, que no era hijo de Juan... Se levantó y se fue…, volvió a
su casa.
“María es ahora viejita,
muy viejita, y sigue esperando a Juan... Ahora espera no despertar una noche en
que sueñe con Juan, abandonar su cuerpo y volar juntos, abrazados por siempre.
Entre el principio y el fin de esto, hay millones de pequeñas historias,
de momentos fugaces que hicieron la eternidad de este amor eterno y vivo,
pese a la maldita muerte que no pudo matarlo.”
Terminé de leer esta carta
con lágrimas en los ojos. Por algunas horas anduve confundido creyendo que
“Juan” era Carlos María, mi viejo, y entonces qué hubiese pasado si… Pero
rápidamente “María” me aclaró que “Juan” era Nano, y que a ella le hubiese
encantado ser mi tía. Y lo quise tanto a Nano, me sentí tan cobijado cada vez
que me abrazaba, me dolió tanto cuando enfermó y se fue tan joven llevándose su
ternura, su calidez y su sonrisa de hombre bueno, que también deseo que un día
se abrace para siempre con la tía María.
Carlos Semorile