“La única manera de aumentar el
mínimo de poder es usar el mínimo de poder. Vamos a admitir que tú tienes
solamente un metro de espacio, si no lo ocupas, el poder mayor te ocupa ese
metro”.
Paulo Freire
La frase no es parte de un libro.
Es algo que el educador dice en una entrevista televisiva realizada en
castellano que se encuentra fácilmente en Internet. Es bueno eso. No sólo leer los libros sino
también ver y oír a algunos grandes pensadores, algunos grandes hombres de
acción de otros tiempos. Paulo Freire (1921-1997) fue ambas cosas. Aunque entre
sus múltiples enseñanzas está la que consiste en cuestionar falsas dicotomías:
pensar y actuar no son actividades diferentes sino elementos indisociables de
un solo y mismo quehacer.
Si algunos de los lectores del
diario* no estuvieran familiarizados con su pensamiento hay una buena noticia.
Las obras completas del educador brasileño fueron puestas a disposición del
público en libre acceso (revisar aquí). Es un gran aporte a la educación de todos. Porque sin
duda, aunque en otro mundo posible, Paulo Freire debería ser lectura indispensable
(indispensable pero no “obligada”). No solamente para quienes se destinan al oficio
de educar sino a cualquier oficio. Hay algo en Freire y eso se advierte en
cualquier libro, en cualquier página, en cualquier párrafo, que le habla
directamente a la persona, hombre o mujer, algo como un conjuro, un llamado que
dice una sola cosa: “no hay que perder la confianza”.
Esa es la obra. La obra que unos
junto con otros debemos realizar: trabajar en las condiciones de la restauración
de la confianza perdida. O mejor, en los términos de Freire, debemos educar la
esperanza.
Había que tener coraje para
hablar así, atravesar el siglo XX, vivir sus vicisitudes, dejar de lado una
carrera de abogado, optar por trabajar como maestro, elegir permanecer entre
los más pobres, ir encarcelado por lo mismo, conocer el exilio, llegar a Chile,
trabajar acá, pensar acá lo que podía ser una pedagogía del oprimido (“del” y
no “para”), discutirla, escribirla, publicarla (en todos los países que
recorrió antes que en el suyo), defenderla, ponerla a prueba, asistir a todos
los acontecimientos contenidos en la expresión “siglo XX” y, a los 70 años,
escribir un libro llamado “Pedagogía de la esperanza”… que en sus primeras
páginas dice así:
“Debe haber un sinnúmero de
personas que piensan como un profesor universitario amigo mío que me preguntó
asombrado: ‘¿Pero cómo, Paulo, una Pedagogía de la esperanza en medio de una
desvergüenza como la que nos asfixia hoy en Brasil?’ Es que la
‘democratización’ de la desvergüenza que se ha adueñado del país, la falta de
respeto a la cosa pública, la impunidad, se han profundizado y generalizado
tanto que la nación ha empezado a ponerse de pie, a protestar. Los jóvenes y
los adolescentes también salen a la calle, critican, exigen seriedad y
transparencia (…)”.
Acotación: cualquier parecido con
otras situaciones aquí y ahora, no es mera casualidad. Sigue la cita:
“(…) No soy esperanzado por pura
terquedad, sino por imperativo existencial e histórico. Esto no quiere decir,
sin embargo, que porque soy esperanzado atribuya a mi esperanza el poder de
transformar la realidad (…) Mi esperanza es necesaria pero no es suficiente. Ella sola no gana la
lucha, pero sin ella la lucha flaquea y titubea (…). Una de las tareas del
educador o la educadora progresista, a través del análisis político serio y
correcto, es descubrir las posibilidades –cualesquiera que sean los obstáculos–
para la esperanza, sin la cual poco podemos hacer porque difícilmente luchamos,
y cuando luchamos como desesperanzados o desesperados es la nuestra una lucha
suicida, un cuerpo a cuerpo puramente vengativo”.
Impacta que Paulo Freire haya
escrito estas páginas a los 70 años, así como impacta escuchar a jóvenes de 20,
30 años, o adultos de 40 años, sostener discursos que apuntan hacia otro lado.
Discursos de la desolación, sin duda justificados, ante las terribles
violencias y sinvergüenzuras de las que somos testigos todos los días.
¿Será que la esperanza nace de la
lucha? ¿Será que sólo el que luchó, cayó, sufrió, volvió a levantarse y a caer
y a levantarse, puede tener esperanzas? ¿Será que la esperanza es el premio –el
único premio– al que pueden aspirar los luchadores que nunca jamás se dan por
vencidos? ¿Será que la desesperanza es lo propio de quién no ha jugado todas
sus cartas todavía? ¿De quienes no han entrado todavía en franco y abierto
combate? ¿Será que los que no tenemos 70 años, no estamos encarando
correctamente nuestros combates?
Repito y le pido al viejo maestro
que acompañe, que ayude a seguir pensando la cosa: “La única manera de aumentar
el mínimo de poder es usar el mínimo de poder. Vamos a admitir que tú tienes solamente
un metro de espacio, si no lo ocupas, el poder mayor te ocupa ese metro”.
En la última columna hice mención
a otros escenarios posibles. Escenarios pequeños donde de pronto una persona
–una sola persona– a través de su acción es capaz de ir generando la
concientización, la acción y la puesta en relación de otros. No ignoro que la
idea de “pequeños escenarios” molesta. Es cierto: parece ser que no alcanza.
Que no hay forma de que alcance. Lo que yo quiero señalar cuando me refiero a
ellos y lo preciso porque me parece necesario que se entienda el punto, es
esto: no hay porqué elegir. No hay una sola escala de la política. Existe una
pluralidad de escenarios posibles. Toda una gama entre el más pequeño (la
vereda donde una ama de casa es capaz de poner en movimiento a toda la cuadra y
a todo un barrio) hasta el más grande (entre los cuales las casas de gobierno y
los congresos donde trabajan nuestros irresponsables políticos – con las
necesarias excepciones y salvedades).
En la medida en que todo indica
que, en esta coyuntura que estamos viviendo, las formas tradicionales y
rutinarias de hacer política, nos han transformado en ciudadanos ineficaces,
incapaces de generar cambios significativos en la orientación de quienes
gobiernan –o solamente capaces de transformar para peor–, es obligación (no veo
cómo plantearlo de otra forma), es obligación, o debería serlo, identificar la
escala en la que sí podemos algo, los escenarios en los que sí podemos algo. O
sea, plantearse también: ¿quién puede qué? ¿dónde? ¿con quién? Y como dijera el
maestro: ¿a favor de qué? ¿contra qué?
Sin duda Paulo Freire puede
seguir acompañando éstas y otras reflexiones. Acciones que todavía podríamos
cometer.
AGC
* Escrito para diario Radio Universidad de Chile