La primera vez que viajé a Buenos
Aires, la ciudad me fascinó tanto que me surgió el impulso –que por supuesto no
concreté– de hacer una locura: quedarme allá. Así, con lo puesto, como lo hacen
las mujeres fatales cuando dejan al marido por el amante. En mi divagación, enviaba
un telegrama a mis padres en el cual les decía: “No vuelvo. Favor enviar gato”. Porque lo único que me interesaba recuperar
de mis pertenencias en Santiago era mi gato (QEPD).
He vuelto a tener ese tipo de fantasía
en cada salida, lo que es bastante corriente en un viajero. Uno vaga por las
calles y a medida que va descubriendo ventanas, balcones, habitaciones de hotel
y comedores, va mentalmente habitando distintos espacios y viviendo
innumerables vidas paralelas. Pero hay un elemento no tan normal en esa
fantasía: el medio de comunicación. ¿Por qué enviaba un telegrama? ¿Por qué no
mandaba un correo electrónico? Pensándolo bien, en primer lugar, un mail me produce
un enorme aburrimiento. Un mensaje por la red implica un amplio espacio para muchas
palabras, por lo tanto, para dar explicaciones. Por esa vía, no podría haber
escrito sólo que no regresaba. Tendría que haber anunciado el asunto, haber argumentado
la decisión. Y ahí todo dejaba de ser divertido. Porque lo alegre de esa
ilusión era que el anuncio fuera tan dramático como el hecho. Si voy a tener
que explayarme en eso que “no vuelvo”,
entonces ya no es una extravagancia, es un proyecto. Por ende, mejor regreso a
planificar mi mudanza. Y no hay nada más aburrido en vacaciones que un
proyecto. Un proyecto es viable y, de viaje, uno quiere vivir cosas
extraordinarias. Irrealizables. Irreales. Como que se envíe un gato por
encomienda.
Pero quizás es también que sólo un
objeto retrógrado puede ser tan lúdico. La modernidad es como los planes: real,
practicable, fastidiosa. En mi niñez, se soñaba con el futuro. Se anhelaba llegar
a esa época divina en que todo iba a ser tecnológico. Pero el futuro llegó y la
única utopía entretenida al respecto se quedó petrificada en el año 85. El 21
de octubre de 2015, la humanidad entera celebró
el arribo imaginario de McFly en un juego universal del cual
participaron hasta los diarios más confiables confirmando que, tal como decía
Hugo Pratt, “el hombre tiene derecho a la
fantasía”.
Noam Chomsky sostiene que "la transición entre la comunicación
que permitía la navegación a vela y la que permitió el telégrafo fue mucho
mayor que la que generan las diferencias entre el correo tradicional e
internet". No es casualidad entonces que los objetos antiguos no sólo
resisten, sino que los dejamos reservados a nuestros momentos más atesorados. Así,
los lectores leen libros en papel donde pueden tener el placer de dar vuelta
cada página. Los cinéfilos van al cine y los melómanos colocan vinilos. Los
enamorados se intercambian notas misteriosas
y no sosísimos mensajes de vocería electrónica. Y los soñadores, aventureros,
románticos, en suma, héroes, enviamos telegramas.
Valeria Matus