Este texto tuvimos la suerte de primero escucharlo. Lo leyó en voz alta la hija del autor, nieta de la protagonista. Agradecemos poder publicarlo y constatar una vez más que la condición de escritor va con la de ser humano y que narrar a las personas puede ser una de las tantas formas que tenemos de querer y de hacer querer a los demás.
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Mi madre… mujer coqueta si las hay, los años se le vinieron encima y su lucha permanente por mantenerse erguida, debido a unos huesos que se empeñan en deformarse, habla de la voluntad que tiene por no envejecer. Y ya es vieja… Sus hijos somos viejos.. sus nietos ya son grandes, hombres adultos casi viejos que, debido al paso de los años, hemos ido perdiendo parte de nuestra visión, a tal punto que debemos imaginarnos cómo es mamá camuflada detrás de tanto reboque y tanta pintura.
Hoy depende de los médicos a quienes trata como
sus amantes y habla de ellos con el amor o el despecho de una niña embelesada,
enamorada y apasionada o furiosa y despechada según la hayan tratado…
Una vez, un facultativo que la veía por primera
vez le preguntó la edad…
–Mmñfsdtgjwyyooocho –dijo la vieja. Jamás
supimos si era 48, 68, o 108… Allá lejos y hace tiempo supimos más o menos la
edad de nuestra madre y alguna que otra anécdota de algún amor, antes de
conocer a mi padre, y si mal no recuerdo fue algo platónico con un marino llamado
Rodrigo de Triana quien alguna vez le prometió conseguir algún galeón y pasarla
a buscar. En otra oportunidad, hace no mucho tiempo (quince años) un médico le
sugirió que use un andador… ¡pobre señor!... Mamá que no es de decir muchas
malas palabras, pero las sabe muy bien, se explayó ese día como nunca y le
sugirió al médico que se dirija hacia el mismo canal de parto de donde alguna vez
salió… Hace dos meses y mientras dormía, mis hermanas lograron sacarle los
zapatos con tacos encarnados en una cirugía que duró apenas dos horas, donde se
decidió atarla en vez de anestesiarla por miedo a que el bobo no le resista… Ahora,
rebelde como toda adolescente y como diciendo “tomá pa vos” … se pone los tacos
para dormir.
Mi mamá es coqueta y presumida… presume hasta
de lo que le falta, no hay mejor artrosis que la de ella, ni mejores comidas,
es capaz de prepararte una receta de comida con un huevo cuatro chauchas dos
supositorios viejos de la puerta de la heladera y un chorro de pulmosan. Los
pañuelos de cuello, según dice, son importados (comprados en el mercado de las
pulgas de Entre Ríos y Quintana de Concordia) y si la vas a visitar te muestra
el pulmotor de última generación que tiene en su pieza al lado de su cama. Come
huevos fritos a escondidas, aunque dice que esas cosas le hacen mal, que las
repite…¿las repite? Será que después de un huevo, ¿se hace otro? Y eso ayuda a
que “no haya en el mundo mujer con un estómago más delicado que el de ella”. Y
ni se te ocurra contar que vos también sufris de algo… porque si de sufrir se
trata mi Mamá les ganará siempre.
Tan coqueta es mi mamá que a diferencia de los
ancianos que se encorvan hacia adelante, ella lo hace de la cintura para arriba
hacia atrás, más o menos tirando su espalda y cabeza unos treinta grados hacia
popa, y todo lo hace con el fin de ser distinta. Como ya no puede luchar con su
torso que, sí o sí va –por gravedad– apuntar al piso, ella lo hace pa atrás y
si a eso le sumamos unas rodillas apenas flexionadas, la pelvis de mi madre llega
siempre unos minutos antes que ella. Como presentándole bragueta a la vida.
Mi mama necesita una ablación pero no de
órganos sino de cuerpo. Ella es una persona de 32 años en un cuerpo de
mmñfsdtgjwyyooocho años… que habla, habla, habla y habla. Canchera como pocas y
muy a la moda, solo que en el agiornarse se le escapan algunos detalles y dice
por ejemplo “animal PRINCH” o intenta desastrosamente pronunciar palabras en inglés
habiendo creado ella sola una nueva lengua.
Mi mamá es una persona que no le teme a los
compromisos y si por ella fuese no tendría problemas en compartir los últimos
años de su vida con un compañero de treinta y cinco o cuarenta años. Hasta
cuarenta y cinco creo que mamá se lo bancaría porque –como ella dice– no está
para aguantar viejos.
A mi mamá le dicen “Coca”. En realidad le dicen
“la Coca” y me parece bien porque mi mamá, pobre, se llama Dula Oraydes y no es
cuestión embarrar tanto glamour con semejante nombre.
Mamá no escucha mucho, y no es por problemas auditivos sino porque no le salen las dos cosas a la vez: hablar y escuchar. Recuerdo que una vez la llevaba en mi camioneta y le repetí cuatro veces que cierre bien la puerta. Venía yo por calle Avellaneda en Concordia y doblé por Laprida (venía con mi cabeza ya taladrada por tantas palabras juntas y pensando seguramente en los templarios o en la cuadratura del círculo para preservarme) cuando la veo a mi madre salir despedida hacia el pavimento haciendo sapitos con su cola… Dudé… y al fin decidí parar (no sé qué hubiesen hecho Uds. pero pónganse en mi lugar, es mi mamá) y ahí estaba mi vieja… sentada en el pavimento muriéndose de risa y diciéndome: “ahhh sos loco eh!” Así que decidí juntarla y dejar que siga siendo mi mamá hasta el día de hoy. Mamá te quiero, y en un rato te estoy llamando… ¡para que vos hables!
M. A. Delgado