Foto de Alberto González Contreras |
Hace unos meses, mi padre difundió
la foto que publico y que es obra de uno de sus más queridos amigos. También es
un amigo el muchacho fotografiado.
A lo mejor la palabra belleza se
inventó para hablar de esta foto. De sus detalles. De los jóvenes que quedaron
ahí retratados en ese momento que se ve de alegría, de juego, de placer de
estar juntos, de impulso. No es nada fácil correr con otro tomados de la mano.
Debe ser incluso una de las cosas más difíciles. Cualquiera que haya tenido que
escapar con algún amigo al lado, lo sabe. Pero acá estos muchachos no estaban
escapando. La foto fue tomada antes. Unos años antes de que hubiera esa
necesidad de escapar. Y esta travesura la hicieron esos dos, los pololos, y el
amigo que miraba y buscó el momento justo. La boca abierta del Foncho*… ¿Qué
grito era ese? Un grito de apache, uno podría decir, equivocándose sin duda. Un
grito entusiasta de acá vamos, abran cancha, córranse que a nosotros, no
nos para nadie.
En fin. Ellos eran jóvenes. Y la
foto fue tomada en Chile a fines de los 60.
Ocurre que, en estos días y por
segunda vez, me toca renunciar al proyecto Anhelos. No es grave. Pero quisiera
dejar constancia y lanzar algo así como una botella al mar. Lo hago con ayuda
de esta foto porque el fotógrafo, creo, me lo permitiría… y porque expresa gran
parte de lo que pretendía o pretende este proyecto.
En el año 2015, con el trasfondo
de la huelga de hambre de ex presos políticos y después de un encuentro en la Universidad
de Valparaíso sobre temas memoriales, surgió esta idea, ¿por qué no correr la
mirada? ¿Por qué no hablar también de lo que quedó aparte? Tan al margen, que
hasta parece que no hubiera sucedido: el momento anterior, el momento de alegría,
de esperanza, de construcción conjunta que se dio en Chile, durante los años
60, previo a la elección de Salvador Allende como Presidente de la República.
Un año después, en el 2016, siempre en Valparaíso, con la complicidad de
amigos, se pudo realizar un taller que pretendía ser una prueba piloto, la
primera etapa de Anhelos, el taller “El joven que yo fui…”. Una invitación que
se ofreció a unas sesenta personas, todas convocadas para participar en
distintas actividades sobre memoria, educación y derechos humanos, organizadas
por la Universidad de Valparaíso. El taller fue pensado como propuesta a quienes fueron
jóvenes en los años 60 para hablar de eso, de sus anhelos, de cómo fue su
juventud, su formación, su decisión de involucrarse en tal o cual colectivo, y
más allá, en lo colectivo, qué es
lo que pretendían hacer, transformar, etc. Participaron jóvenes de los años 60
y jóvenes de hoy, en diálogo, en intercambio. Tan interesante fue lo sucedido
ahí, las sorpresas que nos llevamos, los temas que se conversaron, que surgió
la idea de esbozar un proyecto a más largo plazo, que se pudiera sostener en el
tiempo y que, incluso, desembocara en una puesta en escena para presentar algo
de esos Anhelos que fueron, que han sido y que, quizás, serán… a la comunidad.
Memoria de lo que NO tiene lugar.
Memoria anterior a las desdichas. Memoria alegre y –habría que subrayarlo– profundamente política. No se trataba ni podría tratarse de “cómo fue
ser joven en los años sesenta”. No se trata de esbozar el cuadro de algo que
sería “la” juventud ni siquiera de “esta” juventud sino de esta juventud en tanto fue –además de todas sus otras
facetas– partícipe de un momento/movimiento político como no hemos conocido
desde entonces en nuestro país y, elemento central del proyecto, en diálogo con otras generaciones, más
jóvenes. Memoria, pero también y quizás sobre todo, reflexión, pensamiento, discusión,
intercambio, que no podría encontrar su lugar en un museo, ni en un sitio de
memoria cuyas misiones son diferentes. Propuesta que, precisamente, tiene entre
sus primeros objetivos y es ahí donde está costando el asunto… encontrar su
propio lugar para llegar a la comunidad: ¿centro cultural? ¿plaza de barrio? ¿teatro?
¿universidad? Mensaje subliminal: ¿universidad popular?
Eso pues. Dejo la inquietud. Por
si les nace alguna idea de cómo y por dónde seguir. Se me ocurre que una de las
formas que podría tomar la propuesta sería también la de una muestra que reúna,
además de todo, fotos como esta. Por otra parte, durante el taller “El joven
que yo fui…” trabajamos con cartas y esas cartas conforman un material valioso.
Como si fuera posible escribirnos de un tiempo a otro, de una época a otra,
nosotros, jóvenes de tal o cual década, hoy de todas las edades, pelo blanco, oscuro y diferentes tonos de gris.
Antonia
* Foncho, el muchacho
fotografiado, murió hace unos meses. En el momento de la foto era militante del
MIR.